Una mujer se siente muchas veces sola
por Guillermo Urbizu
Una mujer se siente muchas veces sola. Aunque la casa esté repleta de hijos, de indios, de llamadas al teléfono y de plantas. Y aunque su cara disimule la aridez del corazón. Se siente sola en medio del bullicio, del polvo y de los gritos. Trajina de lado a lado, intenta poner orden en su alma y en la cocina. La ropa de los niños le trae de cabeza, y la cena. Quiere dar gusto a todos y no puede, no llega. Y a veces le responden con malas caras o desconsideradas palabras. Corrige, se enfada. Se desespera, se le olvidan las cosas. Duele sentirse sola. Todo lo dan por supuesto. Hasta su marido, que no se entera (y si se entera se da la vuelta). Se han acostumbrado a ella. Y ella llega un momento que no puede más, y salta. O quiere saltar y decirles a todos esos vividores que tiene por familia unas cuantas verdades. ¡Ya está bien! Cuanto más lo piensa más se indigna. En realidad no le hace falta mucho. Sólo un poco de cariño, que alguno se le ofrezca para ayudar en casa (aunque después todo quede en nada o las rosquillas se quemen), un beso imprevisto en la nuca, o un helado cualquiera. O una llamada al mediodía (¿han observado que casi siempre son ellas las que llaman y que resultan por ello unas pesadas?). Una mujer se siente muchas veces sola. El marido a sus cosas, siempre agotado, siempre quejoso. Sin apenas tiempo para aquella mujer a la que le prometió amor eterno. ¡Ya! Llega la noche. Es un buen momento para hablar, pero los maridos no hablan. Prefieren el sexo y luego un plácido sueño hasta la mañana. ¿Eso es todo? Ahí te quedas, mirando los reflejos del armario o los dibujos que la imaginación dibuja en la colcha. Unas mujeres lo manifiestan con más frecuencia que otras; hay quienes se enfadan muchísimo y otras que prefieren obrar con mano izquierda. ¿Queréis comida? Pues ya sabéis donde está el supermercado y la cocina. O dejan al marido ayuno de sexo si se tercia. ¡Que espabile! Que haga un curso intensivo de cariño. Que despierte de la modorra y que se compre él la cerveza y los calzoncillos. Que ya esta bien. Una mujer se siente muchas veces sola. Por torpeza nuestra. Una mujer lo que más necesita es sentirse querida, escuchada, deseada, comprendida. Una mujer valora sobre todo la ternura y esos detalles nimios que parecen no venir a cuento, pero que les llena el alma de alegría, de sol, de juegos. Una mujer necesita sentirse infinita, y la única. A cambio sólo pide un beso, unas pocas palabras, o un paseo. Pero resulta que la mujer se casa y automáticamente ella es la responsable de que el hogar funcione, de que esté la ropa limpia, las cosas en su sitio, que no falte ni comida ni papel higiénico, que no se sequen las plantas, y que el marido y los hijos vayan aseados y lleguen temprano al cole. ¿O no es así? Pero hay más. ¿Desde cuándo la mujer es la única responsable de todos los cuidados si alguno cae enfermo, la que se encarga de médicos y vacunaciones, de hablar con los tutores, la encargada de preguntar lecciones, repasar deberes o mirar agendas? Y también se ocupa de los bocatas de las meriendas, y las mochilas y maletas para excursiones o viajes; de revisar la ropa, de desechar la que está mal, de aprovechar la que se pueda y dar la que se ha quedado pequeña. Por intrincados misterios hace todo esto sin dejar de cumplir en su trabajo y estar guapa y medianamente bien en lo otro. Bueno, vale. ¿Y qué recibe ella? Decididamente, una mujer se siente muchas veces sola.
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