Miércoles, 25 de diciembre de 2024

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El "fuego cruzado"

por Palabaras para vivir

A finales del siglo XIX, el cardenal Newman, hoy ya beato, escribió: “Agradezco a Dios vivir en una época en la que el enemigo está afuera de la Iglesia y saber dónde se encuentra y qué se propone. Pero preveo un día cuando el enemigo esté al mismo tiempo dentro y fuera de la Iglesia. Y rezo desde ahora por los pobres fieles que serán víctimas de un fuego cruzado”. Sin duda esa época era la nuestra.

Los fieles están siendo víctimas de un fuego cruzado, de mensajes contradictorios dentro de la Iglesia y de un fuego a discreción por parte de los clásicos enemigos de fuera. La consecuencia es el desconcierto y la disminución de la práctica religiosa. Pero eso, que podemos percibir en las conversaciones con los que van a misa al escuchar sus desahogos, también lo reflejan los fríos datos numéricos.

Ningún Papa, probablemente, empezó su pontificado con niveles tan altos de popularidad como el Papa Francisco. En los nueve escasos meses que gobernó la Iglesia en 2013, año en que fue elegido, participaron en las audiencias generales 1.548.500 feligreses, en las celebraciones litúrgicas en el Vaticano 2.282.000 y en el rezo del Ángelus de los domingos 2.706.000. Al año siguiente ya la afluencia de público bajó, pero aun así fue muy numerosa: 1.199.000 fieles en las audiencias, 1.110.700 en las celebraciones y 3.040.000 en el Ángelus. Ahora acaban de publicarse los datos de 2015, que son tremendos, y eso que se incluye en ellos el aumento de fieles con motivo del año de la familia -incluida la canonización de los padres de Santa Teresita-, el de la vida religiosa, y la inauguración del Año Santo de la Misericordia: 704.100 en las audiencias generales, 513.000 en las celebraciones y 1.585.000 en el Ángelus. Con respecto a 2014, por lo tanto, pierde un 40 por 100 en las audiencias, más de la mitad en las celebraciones y casi la mitad en el Ángelus. Y eso sólo en un año.

No preguntarse qué está pasando es no querer ver la realidad y comportarse como los partidos políticos, que después de perder unas elecciones siguen haciendo un balance triunfalista de su gestión. Algo muy grave sucede en la Iglesia cuando la popularidad de su principal pastor cae a la mitad en un solo año, máxime cuando esa popularidad se consideraba decisiva a la hora de avalar la reforma que el Pontífice pretende llevar a cabo en la Iglesia. Los números no son, para mí, lo más importante, pero lo que se ha estado diciendo hasta ahora es que el Papa Francisco ha logrado sintonizar con gran parte de la población -católica o no-, como no había logrado hacer ninguno de sus predecesores y que eso debía servir para acallar a los que se opusieran a cualquier aspecto de la pretendida reforma, incluida la comunión de los divorciados vueltos a casar. Pues bien, sin negar esa sintonía entre el Papa y el pueblo, lo que sí se puede decir es que no sirve para llevar gente a la Iglesia o, por lo menos, para llevarla al Vaticano.

¿Por qué sucede esto? Quizá sea porque los fieles, que son los que van a Roma a ver al Papa, se sienten desconcertados ante un mensaje que parece ir en contra de lo que han dicho sus predecesores y el propio Evangelio. Esas aparentes contradicciones, aireadas por los medios de comunicación, dan gran popularidad al Pontífice entre los que no son católicos o entre los católicos no practicantes -los cuales siguen sin ir a la Iglesia, por cierto-, pero sumen en la confusión y en el desconcierto a los católicos practicantes, que, sencillamente, se quedan en casa y no peregrinan a Roma a escuchar a alguien que no saben bien qué les va a decir. Si la cosa sigue

así, el Papa Francisco podría terminar convirtiéndose en el Papa más querido por los no católicos y en el menos querido por los que sí lo son, que es, salvando todas las distancias, como si dijéramos que el líder de un partido político es admirado por los que no le votan y despreciado por los que no tienen más remedio que votarle.

Algo está pasando en la Iglesia y los números lo reflejan. Y creo que el cardenal Newman acertó al predecirlo: “pobres fieles, víctimas de un fuego cruzado”.

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