Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Aplicación de la misericordia.

por Juan del Carmelo

           Al tiempo que Dios es misericordioso, también es justo. San Juan nos señala que la esencia de Dios es el amor y así nos dice: “Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1Jn 4,16). Y la misericordia de Dios, nace de su amor, del amor que nos profesa. “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16). Pero no olvidemos que también Dios es justo.

            Cierto es que Dios derrama su misericordia, pero para ello han de darse unas determinadas condiciones que modernamente se tratan de obviar, y hay quienes piensa que la misericordia será aplicada a trocho y moche a todo el mundo, en conclusión que haga lo que se haga, al final todo el mundo se salva.

           Tenemos, hoy en día muy extendida, una doctrina que inclusive mantienen y la extienden pretendidos o heréticos teólogos, y que indirectamente, invitan a los hombres a llevar una vida desordenada porque se les asegura que al morir Dios los llevará al cielo, porque para eso Cristo murió por nuestros pecados y que sobre todo, Dios es misericordioso, perdonador y amoroso. Flaco servicio le hacen a sus hermanos todos los que mantienen y distribuyen estas ideas.

            Nada más alejado de la verdad que esta doctrina, que por supuesto no proviene de Dios, porque Dios es justo y da a cada uno lo que le corresponde según sus obras. Pero es más, los que extienden esta doctrina se olvidan decir u ocultan, el hecho de que para que nazca perdón, hay un principio básico, sin el cual este no se genera por parte de Dios, y es el arrepentimiento. Sin arrepentimiento no hay perdón, y sin perdón, Dios no derrama su misericordia.

           Desde luego la misericordia divina es infinita, pero solo lo es cuando esta nace, cuando el Señor la derrama, pero sino no la derrama, el Señor es temible en su justicia. Y volvemos a reiterar que la primera condición básica e ineludible para que el Señor derrame su misericordia, es que medie un arrepentimiento, si este no existe en el alma humana la misericordia divina no se genera, no nace. Escribe San Alfonso María Ligorio: “La misericordia de Dios es infinita; pero los actos de ella, o sea los de conmiseración, son finitos. Dios clemente pero también justo”.

            Escribe San Agustín “Que nadie se lisonjee de impunidad fundado en la misericordia de Dios, porque habrá juicio: así como nadie después de convertido debe temer el juicio de Dios, pues este viene precedido de la misericordia”. Es decir, la misericordia la derrama el Señor tras la conversión, tras la contrición y el arrepentimiento. Y más adelante escribe San Agustín: “Aunque debes confiar mucho en la misericordia de Dios, debes también tener presente a toda hora su justicia. (…). Teme pues a su justicia si deseas alcanzar su misericordia”.

            Dios no es una especie de abuelo indulgente y bonachón que pasa la esponja sobre nuestras majaderías. Tiene demasiado respeto por nuestra libre voluntad para obrar así. No se puede hablar de la misericordia si no se cree en su justicia y en su santidad. Slawomir Biela es un autor polaco que escribe en su libro “Los dos pilares. Gratitud y contrición” que: “…nada puede sustituir a la contrición. El ve la contrición como un pilar de la vida interior, porque derriba las barreras del corazón y nos abre al amor. Dios nos llama a la unión de vidas a la comunión con Él. Acudir a la llamada de Dios requiere que continuamente descubramos la verdad sobre nuestra pecaminosidad y salgamos de ella por medio de la contrición. (…). Para que su misericordia pueda derramarse sobre nosotros tenemos que situarnos y vivir sobre el fundamento de la verdad, y la contrición es el primer pilar de la vida interior se levanta sobre el fundamento de la verdad. Solo adquieres conciencia real de tu pecado y de lo que este significa, cuando a la luz de la verdad, descubres el Amor que te abraza. En ese momento, tomas conciencia de que has pecado delante de Él en presencia del Amor”. Desde luego que en otro momento nos ocuparemos del arrepentimiento y de la contrición, temas estos muy unidos a la misericordia divina.

            Ya en el libro del Éxodo, el Señor se manifestaba diciendo: “No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos.”. (Ex 20,5-6). De lo que se deduce que la misericordia no puede ser invocada por los que no le aman. Dios tiene un límite en su misericordia y es que en su reino solo podrán entrar sus hijos en el espíritu, o como dice varias veces en las sagradas escrituras: “revestidos de Cristo”,

Del apóstol Santiago, solo tenemos una epístola, pero en ella se ocupa de este tema y nos escribe: “Un juicio sin misericordia le espera al que no usó de misericordia”. (Sant. 2,13). Dios tiene un límite en su misericordia y es que en su reino solo podrán entrar sus hijos en el espíritu, los que en vida se revistieron de Cristo. Si en su día no nos revestimos de Cristo, este límite solo podemos evitar que se nos aplique, cuando hemos invocado el perdón, previo al arrepentimiento, pero sin contrición, no podemos agarrarnos a la divina misericordia.

          En la parábola del hijo pródigo, verdadero punto de referencia a lo que es nuestra vida, el padre solo perdonó a su hijo y se volcó en amor a él cuando este volvió arrepentido, pero hasta que ese momento no llegó, el padre suspiraba por el amor al hijo, deseaba que volviese arrepentido, pero teniendo medios para ello, no le encargó a ningún  criado que fuese a buscar a su hijo y a socorrerlo. El necesitaba el arrepentimiento, necesitaba que su hijo, en un libre acto de amor le invocase su perdón y a partir de ese momento se derramó abundantemente toda su misericordia y su amor por el hijo que había vuelto, hasta el punto de que el hermano mayor se sintió ofendido.

           San Pablo en su epístola a los romanos, nos dice: "¿Qué diremos, pues? ¿Qué hay injusticia en Dios? ¡De ningún modo! Pues dice Él a Moisés: Seré misericordioso con quien lo sea: me apiadaré de quien me apiade. Por tanto, no se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia. Pues dice la Escritura al faraón: Te he suscitado precisamente para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea conocido en toda la tierra. Así pues, usa de misericordia con quien quiere, y endurece a quien quiere”. (Rm 9,14-18).

          Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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