Seminario de Vida en el Espíritu. 4ª Semana: Recibiréis el don del Espíritu Santo
CUARTA SEMANA
Y RECIBIRÉIS EL DON DEL ESPÍRITU SANTO
El anuncio de San Pedro el día de Pentecostés, que hemos predicado las semanas pasadas, después de la invitación a la conversión, concluye: “Y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Esta predicación se llama, como hemos dicho, kerigma, palabra que significa pregón o anuncio. Es el pregón básico que fundamenta todo el cristianismo. Por eso, en una reunión de evangelización como es ésta, no podemos dejarlo a un lado, debemos volver a las fuentes del más puro cristianismo.
Ahora bien, ¿dónde recibimos el don del Espíritu Santo? En el bautismo. Es el sacramento instituido por Jesucristo para iniciarnos en los misterios de su amor y de su reino. Muchos de nosotros caminamos por la vida como si no hubiéramos sido bautizados, apenas se nos nota. De lo que se trata, por tanto, es de rebautizarnos. Ya sabemos que el bautismo no se puede repetir pero, a veces, hay que revivificarlo. Eso es lo que vamos a hacer la próxima semana en el retiro de Efusión, que así se llama. Es esencial que asistamos a ese retiro, pues, de lo contrario, de poco nos servirían estas semanas precedentes.
Mientras tanto, en esta semana cuarta, intentamos preparar nuestro corazón para ese acontecimiento. Debemos abrirnos al don del Espíritu y a todos sus dones, carismas y frutos. Jesús nos invita a volvernos como niños. No es que los niños sean buenos porque también son egoístas y buscan lo suyo, pero se abren fácilmente, todo lo esperan, no razonan más de la cuenta, no plantean interrogantes ni ponen obstáculos. Los niños se dejan fácilmente conducir, no les da vergüenza expresar sus sentimientos, apenas les influye el qué dirán ni han adoptado posturas cerradas y definitivas en la vida.
Los mayores, sin embargo, ya tenemos “experiencia”, juzgamos de todo con facilidad, tenemos un tremendo sentido del ridículo, nos da vergüenza hasta orar y levantar los brazos. Los mayores somos gente seria que no quiere caer en ingenuidades ni nos dejamos comer el coco por las buenas. Tal vez tengamos razón, pero para que Dios pueda venir a nosotros tenemos que abrir el corazón como lo hacen los niños. En esta época nuestra, de fiero racionalismo, donde sólo es aceptable lo que pasa por la razón y nos resulta inteligible, en esta época digo, debemos experimentar que hay otra forma de conocimiento que nos viene por la fe y llega al corazón, que es más pacificadora, más cierta y esperanzadora que la puramente racional. A Dios le encanta llegar por los caminos del corazón.
Día 1.- Lucas 1, 26-38
En toda la Sagrada Escritura no hay un ejemplo más maravilloso de lo que acabamos de decir que la Virgen María. Ella acogió la palabra trasmitida por el ángel con un corazón totalmente abierto. No dijo: “Vale, voy a colaborar contigo en todo lo que me propones”. No era tan pretenciosa. En pura fe, como una niña, la más bella e inocente de todas, dijo: “Hágase en mí según tu palabra”.
Día 2.- Lucas 10, 21-22
Jesús se emocionaba ante las personas sencillas. Lucas nos cuenta un desahogo que tuvo Jesús con su Padre: “Gracias, Padre, porque has revelado esta sabiduría a los pequeños”. La sencillez es un don de lo alto; debemos pedirla con insistencia. El hecho de pedirla ya nos está haciendo sencillos.
Día 3.- Hechos 10, 1-48
Léete este capitulo de los Hechos que es muy interesante. Los judíos creían que Dios era sólo para ellos pero se llevaron la gran sorpresa. El Espíritu Santo se derramó, incluso antes de bautizarse, sobre los paganos reunidos. Fíjate también en la sencillez del centurión romano Cornelio y cómo obedeció las insinuaciones del ángel de Dios.
Día 4.- Hechos 19, 1-7
Algunos recibimos el bautismo de pequeños pero casi ni nos hemos enterado ni hemos oído hablar de que exista un Espíritu Santo. Vivíamos la fe desde nosotros mismos, es decir, desde nuestros esfuerzos, cumplimientos y propósitos. Esto no es una cosa mala pero muy imperfecta. Necesitamos recibir al Espíritu Santo para glorificar a Dios, hablar en lenguas y ser cristianos en plenitud de gozo y de alegría.
Día 5.- Ezequiel 36, 24-28 y 37, 1-14
Nosotros somos esos huesos secos de los que nos habla el profeta. Necesitamos ser vivificados: “Infundiré mi Espíritu en vosotros y viviréis”. Es la gran promesa del Antiguo Testamento que ahora se realiza en nosotros: “Infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”.
Día 6.- Jeremías 31, 31-34
Estos versículos son la cumbre espiritual de todo el mensaje de Jeremías. Se nos anuncia una alianza nueva. Después del fracaso de la antigua, demasiado en manos del hombre, Dios presenta algo muy nuevo: “Pondré mi Ley en su interior y la escribiré en sus corazones”. Es decir, seré yo mismo el que realice la alianza. Por eso Santo Tomás de Aquino dice: “La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo”. En realidad, lo único importante en esta vida es llenarnos del Espíritu Santo.
Día 7.- Hechos 1, 12-14
La estancia superior es la que nosotros llamamos cenáculo. Allí se había instituido la Eucaristía y celebrado la última cena. Allí esperaron, también, la venida del Espíritu Santo. Además de los apóstoles y discípulos estaban la Virgen María y otras mujeres. Un grupo de oración de unas 120 personas. Perseveraban en la oración esperando que se cumpliera la Promesa del Padre: “Seréis revestidos de la fuerza de lo alto”. La promesa, no una promesa, del Padre es el Espíritu Santo. También nuestra actitud de estos días debe ser de espera y acogida.