Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Dudas de fe

por Juan del Carmelo

Para analizar este tema hemos primeramente distinguir entre el creyente y el no creyente. Con respecto al no creyente, hemos de partir de la base, de que el que no tiene fe, o al menos manifiesta no tenerla, carece de dudas acerca de la fe porque su duda es total.

¿Existe Dios? Se pregunta el no creyente. ¿Y si a pesar de todos los razonamientos que leo y los que mi mente se hace, resulta que existe? Desde luego que algo ha de haber, pues son muchas las personas que durante siglos han creído en la existencia de Dios y por muy adelantados que estemos en hipótesis y en conocimientos científicos, la verdad es que nadie me ha aportado hasta ahora, un rotundo argumento de que Dios no existe. Bueno lo mejor será no entrar en el tema, pues este excede de mi capacidad intelectiva y apuntarme a eso del agnosticismo que en realidad es un ni fu ni fa y olvidarme del tema.

Hemos de ver tal como escribe Henry Nouwen, que: “Nuestras vidas oscilan entre dos oscuridades. Llenos de dudas salimos de las tinieblas del nacimiento, y lentamente nos desvanecemos en las tinieblas de la muerte. Nos movemos del polvo al polvo, de lo desconocido a lo desconocido, del misterio al misterio. Intentamos mantener un equilibrio vital en una cuerda floja, amarrada a dos extremos que jamás hemos visto ni entendido”. Es más ni siquiera hemos visto nuestra alma, sabemos que la tenemos la conocemos por sus actos, de manera tan oscura, tan mediata, que se puede incluso dudar que la tengamos. El materialista, en tal caso, solo verá en los actos personales de su alma, la resultante de la complejidad de las neuronas de su cerebro y afirmará que el alma se encuentra en el cerebro, cono si algo perteneciente al orden de lo incorpóreo y espiritual, hubiese de tener una ubicación material en alguna parte de nuestro cuerpo.

Para el creyente, para el que cree, para el que tiene fe, la situación es distinta porque la fe no es un cuchillo que extirpa todas las dudas. En este supuesto, unos tienen dudas de su fe y otros no. ¿Y esto porqué?, pues sencillamente porque este tema de las dudas de fe, está muy directamente relacionado con las actuaciones demoniacas. Veamos.

Hay creyentes que a trancas y barrancas van por la vida pasando gran parte de ella al margen de la amistad con el Señor, es decir, no viviendo en gracia de Dios, este sector es el preferido de la actuación del demonio y hacia él van dirigidos sus principales ataques, pues sabe muy bien que son carne de cañón, al no estar las almas de estas personas, armadas de medios de defensa, cuales son la oración y la práctica de los sacramentos. Son sus víctimas preferidas, mucho más que los no creyentes pues de ellos no se ocupa ya que los considera seguros a su favor y muchos de ellos listos para meterlos en el saco cuando llegue su momento. Quizás a más de uno le parezca desproporcionada o infantil, esta forma de exponer el tema, pero puedo asegurar que las cosas son así y que yo no me las invento. Lo que ocurre es que la mayoría de las personas viven al margen de lo que es el mundo de lo espiritual y marginan lo espiritual, porque ello le trae problemas. Nuestra tendencia innata es agarrarnos a lo material que es lo que nos complace aunque sea siempre de una forma grosera.

En cuanto a los creyentes que viven habitualmente en estado de gracia, diremos que el que está vivamente unido al Señor no tiene problemas intelectuales de fe, pero si le nacen dudas en la medida en que se debilita su unión. Un creyente escribía diciendo: Señor, cuando mi fe se debilita, todo a mí alrededor se desmorona, se hunde. Cuando mi fe se fortalece, todos los males que me aquejan se empequeñecen y hasta desaparecen absorbidos por la esperanza, que al paso de mi fe también ella se fortalece, al igual que mi amor a ti Señor.

No es pues, que esta clase de creyentes, se encuentren totalmente libres de las dudas de fe, todos las tenemos y con argumentaciones muy sutiles, pues el maligno que es un espíritu puro, mucho más inteligente que nosotros, sabe muy bien, de qué pie cojeamos cada uno. Pero en esta caso el demonio siempre antes de actuar se tienta las ropas, pues amén de ser más refinadas las dudas que se le plantean a la víctima, el sabe que corre el peligro de no triunfar en su tentativa, lo cual le produciría: primero al verse derrotado, un tremendo palo en su soberbia y vanidad y en segundo lugar, digamos que coge tal “rebote”,  como pudorosamente dicen algunos jóvenes, al ver que ha endurecido las defensas del alma atacada y que esta ha ganado un mayor mérito a los ojos de Dios. Cuando las dudas de fe son despejadas una y otra vez por un alma, esta puede estar segura de que por ese flanco no le volverá a atacar el demonio, pero eso sí, nunca dejará de buscarle las cosquillas por otro lado, pues como nos dice San Pedro: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8). También en el Génesis podemos leer: “Más, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar”. (Gn 4,7). El demonio siempre trabaja sin descanso, pues bien sabe que no es mucho el tiempo que le resta.

Por muy unidos que estemos o nos creamos estar unidos al amor de Dios, nadie está libre de las tentaciones demoniacas. A este respecto se puede leer en el Kempis: “El hombre mientras viva, jamás podrá verse exento enteramente de tentaciones, porque en nosotros está el germen de ellas, es decir, la concupiscencia, en la cual nacimos”.

En definitiva, las dudas de fe son tentaciones demoniacas, y como tales tentaciónes han de tenerse siempre en cuenta dos principios fundamentales: El primero de ellos nos dice que jamás seremos tentados con fuerza superior a nuestras posibilidades de rechazo, Dios no se lo permite al demonio. Tengamos en cuenta como escribe Santo Tomás Moro que: “No hay demonio tan diligente en destruirte como Dios en preservarte, ni hay diablo tan cerca tuya para hacerle daño como Dios para hacerte bien, ni son todos los diablos del infierno tan fuertes para asaltarte como lo es Dios para defenderte, si no desconfías y pones su confianza en Él”. Tenemos que pensar tal como nos dice San Agustín, que: “Si el demonio pudiese dañar tanto como él quiere no habría justos sobre la tierra. Ningún mal pueden causarte, porque el Señor le ha determinado su medida, con ella serás aquilatado, pero no aniquilado”.

El segundo principio nos asegura que siempre disponemos de la gracia suficiente para vencer la tentación. Así se lo manifestó el Señor a San Pablo cuando este se quejo del acoso de la tentación y le se lo manifestó: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo”. (2Co 12,9). Aquí como siempre ocurre en todos los temas relacionados con la vida espiritual, la oración y la frecuencia sacramental son el todo, son la mejor receta.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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