Un alma para el mundo

21 septiembre 2009 00:00

Hace unos años se hablaba con insistencia en la Comunidad Europea de la necesidad de infundir un alma en este viejo continente para que no se convirtiera en un gran supermercado. Había un programa y un presupuesto para ello. No se si todavía se mantiene este objetivo espiritual y cultural. No oigo que se insista mucho en ello, y sin embargo es vital para no desembocar como un rio en el mar del paganismo. Una sociedad sin alma está condenada al fracaso más rotundo. Recordemos el imperio romano y tantos imperios habido a lo largo de la historia. Comenta Holzner a propósito de la Carta de San Pablo a los Romanos, en la que arremete contra el mundo materialista que “el error culpable del mundo pagano consistía en que idolatraba a las criaturas, que debían serle solo escalas hacia Dios, a las fuerzas de la naturaleza, a los animales, a las obras del arte y del ingenio, al Estado y su personificación en el emperador, y ante ellos doblaban las rodillas… Pero el hombre abandonado a sí mismo no puede conservar ni siquiera su dignidad humana. El hombre que diviniza al hombre, no solamente pierde con esto lo divino, sino destruye también lo humano”.

De un país pagano llegó a Europa el escultor japonés Etsuro Sotoo. Buscaba calor de arte, que no encontró en Francia, donde las cosas bellas parecían dormidas y muertas. Llegó a España buscando sol y buena comida, y en Barcelona, su primera estación, se encontró con la maravillosa obra de Gaudí, el templo de la Sagrada Familia. Se quedó boquiabierto e impresionado contemplado aquella piedra con alma. Y bajando su mirada de las altas torres se quedó observando con interés la pila de bloques de piedra que había a pié de obra. Allí descubrió el mundo que buscaba. “Esta piedra es para mí”, se dijo. Y allí se quedó a trabajar hace ya treinta años. “Donde haya piedra para tallar estará Sotoo. La piedra hay que trabajarla, hay que amarla. Hay que sacarle el alma. La piedra no es materia inerte. ¡Está viva! Se trata de buscar la figura que lleva escondida en sus entrañas. Esculpir es apartar lo que sobra”, dice en una entrevista reciente. Y sacándole el alma a muchas piedras ha coronado la fachada del Nacimiento del célebre templo barcelonés, así como multitud de esculturas, adornos florales, ventanales artísticos, pináculos y gárgolas, las puertas de la fachada del Nacimiento, etc.

Pero hay algo más importante en este escultor japonés afincado en Barcelona. Fue su encuentro con Dios de la mano del genial Gaudí. El, ya en el cielo, le hablaba a través de su obra, del trabajo bien hecho y con belleza. “Aquellas torres eran la obra de un maestro cantero que evidenciaban un genio sobrehumano, una fuerza y una fe capaces de producir el milagro del arte; el verdadero arte, el que perdura… Sin creer en Dios es imposible entender a Gaudí, su proyecto y su obra. A él le debo haber abrazado la fe católica”. Etsuro Sotoo, venido de un país pagano, solicitó su entrada en la Iglesia Católica, y un 3 de Noviembre de 1983, tras un largo catecumenado, fue bautizado con el nombre de Lucas Miguel Ángel. Buscando el alma de la piedra se encontró con Dios, gracias a un genio santo, conocido como el “arquitecto de Dios”. En el año 2003, decía el converso: “¡Nunca pude imaginar que acabaría viniendo a Roma para asistir al inicio del proceso de beatificación de Antonio Gaudí”.

Sin duda nuestro mundo, nuestra Europa necesita un alma, un espíritu, un fuego interior que caliente nuestra frialdad racionalista y burdamente materialista y hedonista. Los cuerpos sin alma son cadáveres que repelen por su fealdad.