Dios mío, quiero verte
por Guillermo Urbizu
Tengo urgencia. Una tremenda necesidad de verte.
Dicen cosas. Dicen que eres un absurdo o que no eres en absoluto.
Que vas de aquí para allá, sin norte, pregonando la ciencia-ficción
de la teología y de la otra mejilla. Desquiciado
de amor en plan ente masoquista. Dicen. Crucificado.
No puede ser un Dios tan impertinente. Raro
hasta la médula de la historia o del chiste laicista.
Dicen que no eres nada. Nadie. Apenas un deseo
abstracto, una chifladura inexistente.
Dicen que no dicen nada. Porque el caso
es que yo tengo verdadera urgencia de verte.
Que digan. Dime. Dame un reojo de tu mirada.
Ven. Voy. Vienes. Lo sabes. Corren rumores,
pero es cierto: sin ti no valgo una mierda metafísica.
Me confieso millones de veces al día. Y te desprecio
a la vuelta de la esquina. En cualquier fantasía. Y me resucitas
con tu cuerpo, sin dar crédito a los humores de mi vida.
Como nuevo. Tu sangre es un buen detergente. Una vitamina
tan colosal que no me reconocen ni los mismos demonios.
Pero dura poco la eternidad. En mí no dura
ni un ápice de algo. Nada. Soy una intermitencia
que pierde la gracia de tu rostro a cambio de sombras.
Soy el cuerpo del delito y soy el principal sospechoso de tu agonía.
Sin rodeos. Aquí me tienes. Postrado en el silencio de mis palabras.
Peco. Pequé contra el cielo y contra ti, y derrocho el amor entre los cerdos.
Espera. Quiero verte. No me dejes. Deja que el poema se arrodille
justo aquí, en este verso que te adora y canta con tan poca destreza su fe.
Y absuelve, oh Dios, mis sueños de la tristeza.