Un Jordi, un Jorge y Cataluña
Me voy a meter en un hipotético debate entre dos individuos muy dotados para las letras. Y voy a hacerlo a la manera de los aventureros foráneos marxistas y fascistas que, a decir de Cela, se hartaron de matar españoles como conejos allá por aquel año infausto de 1936 y a quienes nadie había dado vela en nuestro propio entierro. A mí nadie me ha dado vela en este entierro, pero me invito con retraso –con décadas de retraso-, que está ya el fiambre en avanzado estado de putrefacción.
Me refiero a España.
Y me refiero a Jordi Graupera, independentista catalán, doctor en filosofía y periodista mordaz; y a Jorge Bustos, escritor quevedesco, realmente, con alguna apariencia de Umbral y, por qué no, de aquel Cela bueno que se acabó hacia 1950, más o menos.
Jorge publica en El Mundo un artículo que podía haber sido escrito por un liberal del XIX o por cualquiera de aquellos de la Institución Libre de Enseñanza, incluso por un Ortega más florido de lo habitual. En fin, por uno de esos liberales ilustrados que mis antepasados combatieron a golpes de sable y de cañón por las tierras del Maestrazgo, frontera catalana y aragonesa de la Tradición.
O sea, que el artículo está en esa línea y en esa línea está bien. Pero termina con algunos insultos absolutamente reversibles y que me sirven en bandeja los argumentos para la crítica.
Cuando Jorge Bustos tilda a los independentistas catalanes de “mafiosos, pijos, cainitas, xenófobos, insolidarios y corruptos” está realizando con precisión médica la autopsia del putrefacto cadáver de la antigua patria española. Porque ¿no fue una mafia de pijos pilaristas la que dirigió la nefasta transición democrática y redactó el panfleto constitucional de 1978? La Consitución de 1812 era mala, tan mala que levantó en armas a media España –entre ellos, a mis antepasados del Maestrazgo- y tan mala que fue cocinada a escondidas del pueblo. La del 78 es mala por cutre, es mala por ser una copia mala de la de Cádiz. ¿Cainitas? La sombra de Caín cubre toda la península y tal vez solo la envidia produzca sobre España una oscuridad más terrible. ¿Insolidarios? ¿Me lo dices, Jorge, del PSOE de los ERES o del PP de Rato y Bárcenas? ¿Corruptos? La corrupción del cadáver solo viene después del abandono del alma. Desaparecido el espíritu español, que el cuerpo, el territorio, se deshaga es solo cuestión de tiempo.
Así que cuando España dejó de ser católica, dejó de ser España. Nada podía unir, salvo la religión, a gentes y territorios tan distintos como Navarra y Andalucía, el Perú y Filipinas, Guinea y Arizona.
Así que cuando la verdad dejó de ser una entidad permanente, por católica, cualquier cosa puede ser verdad, y cualquier cosa puede votarse en esta democracia corrupta e insolidaria. ¿Con qué autoridad moral vamos a negar a una parte aquello que arbitrariamente se ha dado el todo? Esta democracia es arbitraria, sí, porque carece de autoridad moral, porque se apoya solo en el azar de un número de votos y en la deificación de supuestas mayorías. Muerto Dios algo hay que deificar, naturalmente. La política nunca ha dejado de ser teología, como afirmó Donoso. Y es así porque la política liberal endiosa a los ídolos: la democracia, la constitución, la mayoría, el parlamento, esas cosas, ya saben.
El PP es la CUP
¿Y qué pinta este artículo en un digital religioso?
Pues lo repito: España dejó de ser católica. “Cataluña será cristiana o no será”, dijo Torras i Bages. El problema del independentismo no es político, es teológico. Y los únicos que siempre lo han entendido así históricamente han sido los anarquistas, es decir, los chicos de la CUP de hoy. Por eso quemaban iglesias y mataban curas y ahora abrazan la ideología de género, que es una forma incruenta de matar cristianos, y una forma muy eficaz de matar el alma de los católicos. Y, aunque el PP también está con la mugre del género, reivindica la unidad del estado. Ya. ¿Estás desuniendo a la familia y entronizando el “gaymonio” y pretendes que España siga viva? ¿Tengo que creerme a Bono o a Rajoy gritando “viva España”? Oigan, que me afeito hace años, excepto la perilla y el bigote. Los valores tienen una jerarquía. Pero no sé si acabo de producir, con lo de “valores y jerarquía”, digo, un ataque de cuernos en Arriola, en la derecha pagana de Federico y en la espuma de derecha caramelizada que es Ciudadanos. ¡Qué dice usted de “jerarquía de valores”, fascista!
Entonces, insisto, los anarquistas son los únicos coherentes. Y entonces, uy, los burgueses se ponen nerviosos y resulta que la independencia les da mucho miedo porque se escora a la izquierda: ¿y antes, hace cuatro o cinco años? Hipócritas. A mí me pone nervioso la independencia porque es tan jacobina y liberal como esta España muerta. Lo primero que ha hecho la señora Forcadell es loar la república catalana. Para este viaje no hacía falta ninguna alforja: sigo padeciendo la república monárquica que nos une, según dicen los cursis, los pijos pilaristas, los corruptos y los xenófobos del “¿cómo? ¿otro chino en el barrio?”.
Cuando del “dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, se pasa al “todo para el César” suceden estas cosas. Y como el César no es Dios, se le cambia, se le mata o se le defenestra democráticamente, porque, si no hay Dios, todo vale. A menos que te inventes otros dioses. Pero me estoy repitiendo. Acabo.
La política es teología. Y así unos endiosan una unidad territorial que no corresponde a la esencia de España –de alma imperial- y otros, a una nación que les libre del hedor del cadáver descompuesto.
No me extraña que se quieran ir.
Yo me echaría al monte. Al Maestrazgo. Y, una vez conquistado, lo haría independiente, católico, confesional –valga la redundancia-, y tendría como principio foral los valores no negociables de Benedicto XVI.
Eso o volver al Imperio de los Austrias. Ya verían ustedes como nadie querría irse.
Pero si quieren jugar a demócratas –yo, no- háganlo de verdad. Como han hecho en Quebec y en Escocia. Y deberían hacer en Tejas y en la vieja Confederación de los Estados del Sur de la América del Norte.
Todo esto me entristece y, al final, qué más da: ¿quién quiere oír la voz en el desierto de un nostálgico premoderno?
-Solo le resta incluir aquí alguna alusión a la “Historia de la Filosofía”, de Balmes; y reivindicar “El liberalismo es pecado”, de don Félix Sardá y Salvany, presbítero.
-Es que es pecado. Claro que es pecado. Otro whisky, haga el favor.
-Déjelo, está usted triste.
-Sí, ya sé lo que dijo Chesterton. Pero Gilbert es medio santo, o santo del todo, y un servidor no lo es. Y las derrotas, oiga, mejor bebérselas…