Oración contemplativa en las Iglesias orientales.
por Juan del Carmelo
Valentín de San José, es un escritor que ha tratado muchos temas sobre Santa Teresa de Jesús, y en el se puede leer: “Como solo Dios, puede dar su amor, solo Dios puede enseñar a orar, ya que orar es amar”. Y esta es un poco la síntesis de lo que la Iglesia oriental entiende que es la oración: Orar es amar, y para encontrar a Dios en las profundidades de nuestro ser, hemos de amar, sobre todo de amar mucho, porque reiterando lo dicho: “Orar es amar”.
Para muchos cristianos occidentales, rezar consiste en ocuparse con atención de ciertos pensamientos piadosos. Para el oriental rezar no es pensar o reflexionar, sino sentir, experimentar interiormente, vivir una realidad espiritual. Occidente, generalmente propone (o proponía, porque el acceso a la oración, hoy suele hacerse hoy en día, por vías diferentes) la meditación como método de partida, para llegar a la oración contemplativa, y se nos habla del paso de la meditación, a la contemplación. San Juan de la Cruz escribe extensamente sobre este tema.
Pero es Santa Teresa de Jesús, la que trata el tema de una forma más didáctica. Así, al tratar del comportamiento de las tres potencias del alma en la oración contemplativa nos explica, que para ella; la memoria es la loca de la casa que continuamente nos está distrayendo; la inteligencia es una pelmaza que elabora pesados troncos espirituales que no arden y con los que es imposible iniciar el fuego del amor; y por último la voluntad es la que verdaderamente inicia el fuego del amor con jaculatorias e invocaciones piadosas, que son como pequeñas briznas u hojarascas que inician el fuego. Lo que nos hace reflexionar, que para encender el fuego del amor a Dios, porque orar es amar, cuando estamos orando hay que iniciar este fuego con pequeñas hojarascas que levanten nuestro fuego de amor a Dios y no nos enfrasquemos con tediosas y largas oraciones que no nos permiten alcanzar el necesario silencio interior, para que encontremos a Dios trinitario en la profundidad de nuestro ser.
Para alcanzar este fin, la tradición oriental propone la denominada oración de Jesús (llamada también oración del corazón) popularizada en los últimos años por el conocido libro “El peregrino ruso”, y que tiene como punto de partida la incesante repetición de una breve fórmula que contiene el nombre de Jesús, del tipo de: “¡Señor!, Jesús, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mi pecador”, la fórmula empleada debe de incluir el nombre de Jesús, el nombre humano del Verbo y por este medio se nos habla, del momento en que la oración desciende de la inteligencia al corazón”. A fuerza de repetir esta jaculatoria, la que sea, nuestro corazón se ablandará para hallar al Dios trinitario.
Los místicos rusos describen la oración como un descenso de la mente hasta el corazón para permanecer allí en la presencia de Dios. La oración tiene lugar allí donde el corazón habla al corazón, es decir donde el corazón de Dios se une con el corazón que ora, tal como explica Henry Nouwen.
El hermano marista Pedro Finkler, nos dice que: “Este método, lo adoptaron los místicos rusos y lo desarrollaron los monjes del Monte Athos, en Grecia. Las bases filosóficas del mismo radican en la cultura griega y en el pensamiento teológico de San Gregorio Palamás”. La gran idea de los orientales, es acompasar la oración con los dos grandes ritmos de la vida humana: el de la respiración y el del corazón. Se trata de hacer bajar la oración del espíritu al corazón. Y para ello acuden al principio del la oración repetitiva, en este caso de una jaculatoria repetitiva, dicha en silencio y lentamente golpeando nuestro corazón, a fin de que este se ablande, y permita a los ojos de nuestra alma ver al Dios trinitario que inhabita en toda alma que vive en estado de gracia.
Pero nunca olvidemos lo ya antes dicho, más de una vez en las glosas anteriores referidas a la contemplación y a la oración contemplativa, y es que la contemplación y por supuesto la oración contemplativa son o es un don de Dios, y como todo don. Dios lo da al que le parece cuando le parece y como le parece, nosotros solo podemos suspirar por la obtención de este don y poner de nuestra parte, todos los medios posibles para mover su Corazón a que nos lo conceda.
El hecho de ser esto un don de Dios y el temor de fracasar en la oración contemplativa proviene también de la opinión corrientemente difundida, de que es un ejercicio difícil o reservado a los contemplativos, una experiencia interior de la que no somos dignos o que no vale la pena emprender porque desentona con los principios modernos de eficacia. Y sin embargo estemos seguros de que es mucho más difícil, meditar la palabra de Dios que contemplar su rostro. La dificultad máxima como apunta Santa Teresa reside en acallar a loca de la casa, mediante el ejercicio de la voluntad en aportar al fuego pequeñas hojarascas para encenderlo y avivarlo.
Es lamentable que sean muchos los que tiran la toalla y piensan que la oración contemplativa no es para ellos. Como siempre ocurre en todas las cosas de la vida espiritual, hay que ser muy pacientes.
La solución frente a las dificultades de esta clase de oración, no es, combatir los pensamientos mundanos que nos asaltan, sino volver suavemente nuestra atención al nombre divino apenas nos damos cuenta de su presencia de pensamientos mundanos. Así no nos molestarán ya, aunque los vanos pensamientos sigan mariposeando; nos contentaremos con verles pasar cual pequeñas nubes blancas por el cielo.
En los intentos de tratar de alcanzar la oración contemplativa, se puede tener y de hecho se tiene una sensación de aridez, proveniente de una simple ausencia de experiencia sensible y esto no debe de desalentarnos y apartarnos de la oración del corazón, dándonos la impresión de que no llegamos. El fracaso de nuestras relaciones con Dios en el plano sensible, es precisamente lo que nos abre la puerta al verdadero éxito: el de desaparecer a nosotros mismos, para acoger al que supera todas nuestras facultades y permanece inalterable, más allá de toda sensación, imaginación y concepto.
El hecho de que no sea difícil, no quiere decir que no cuesta trabajo. El camino que lleva a la oración contemplativa es arduo y, por lo general, bastante largo. Recorrerlo con perseverancia exige esfuerzo y puede uno cansarse. Son pocos los que logran alcanzar la cumbre de la contemplación. Pero más reducido aún es el número de los que habiendo alcanzado la contemplación, llegan a disfrutar en plenitud la maravillosa experiencia de una profunda e íntima unión con Dios, tal como escribe Pedro Finkler.
Pero tu lector y yo que escribo y todos los que quieren amar a Dios, contamos con la ayuda del Espíritu Santo que es el supremo maestro de la oración, y si le secundamos en sus mociones, Él favorecerá nuestra acción. Así Él nos mantiene en la perseverancia y en la disciplina, Él nos reconforta, y tiene el papel del Consolador, en las pruebas que encontraremos en el camino de la oración.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.