Refugiados, más que un problema económico
Algunos amigos, sobre todo latinoamericanos, me dicen que es algo parecido a lo que le sucede a los Estados Unidos con la llegada de ilegales procedentes del sur del continente. En particular me hablan de la crisis que se vivió hace un año cuando decenas de miles de menores de edad entraron ilegalmente en el país, como respuesta a la mala interpretación de unas palabras de Obama. Quizá en esto sí se parezcan ambas situaciones, pues todo lo que está pasando tiene su origen en el discurso equívoco de Obama en la Universidad de El Cairo, que fue el pistoletazo de salida de la llamada "primavera árabe", que se ha convertido en un auténtico invierno de sangre y fuego, aprovechado por los islamistas para hacerse con el poder donde les ha sido posible. Pero quizá sea ésta la única comparación posible.
Es cierto que entre los ilegales latinos hay quien procede de las maras o bandas de delincuentes y narcotraficantes que operan en el sur del continente, pero en realidad los líderes de estos grupos y sus principales sicarios entran y salen sin problemas de Estados Unidos, e incluso muchos de ellos residen allí legalmente. En cambio, entre los que están llegando a Europa se sabe que hay muchos -se habla de siete mil sólo entre los que han sido acogidos por Alemania- que pertenecen a las milicias islamistas y que están preparados y dispuestos para cometer atentados terroristas. Esto no tiene nada que ver con lo que pretenden hacer los ilegales latinos en Estados Unidos, ni siquiera con lo que querrían hacer los que, de entre ellos, son delincuentes.
Además, los latinos tienen a integrarse en la sociedad norteamericana. He comprobado, con pena, que muchos de ellos no consiguen transmitir el idioma a los hijos que han nacido ya en Estados Unidos y que también fracasan en algo aún más importante, como es la transmisión de la fe católica que, con más o menos intensidad, practicaban. En cambio, los musulmanes en Europa no sólo no se integran, sino que se radicalizan y aíslan. En Italia, por ejemplo, un refugiado somalí, adolescente, le pegó una paliza a una niña del colegio donde él había sido amablemente acogido, porque la pequeña llevaba una cadenita con un crucifijo; reaccionó como lo habría hecho en Somalía: persiguiendo a los cristianos, con la diferencia de que ahora estaba en Italia donde la mayoría lo son. Eso por no recordar lo que sucedió en una de las barcazas que llevan emigrantes ilegales a las costas de Europa cuando descubrieron entre los que en ella iban a un grupo de cristianos: los tiraron al mar, donde murieron; iban a buscar asilo en un país cristiano y de paso mataban a los pocos cristianos que iban con ellos. O los estallidos de violencia de los barrios musulmanes de parís de hace unos años, llevados a cabo por jóvenes nacidos ya en Francia y que eran mucho más radicales que sus padres y sus abuelos.
Muchos se están preguntando estos días por qué estos miles de refugiados no van hacia los riquísimos países del Golfo Pérsico, que son también musulmanes. Dicen que sueñan con Europa porque se van a sentir más acogidos. Pues ya esto dice mucho de lo que es el Islam. Pero creo que hay algo más. Estamos ante una auténtica invasión, promovida deliberadamente por aquellos que ven a Europa como una fruta madura e incluso algo podrida a punto de caer del árbol, y que es llevada a cabo por personas mayoritariamente inocentes. Pero esta inocencia no debe impedirnos ver lo que hay detrás. Es una invasión y habrá que actuar con caridad pero también con prudencia.