La crisis económica es una crisis de felicidad
por Guillermo Urbizu
La crisis económica en realidad es una crisis de valores de proporciones colosales. Lo inmoral prima, cautiva, conquista, vence. Sibilinamente, tenazmente. Y la conciencia hace mucho tiempo que dejó su lugar a la codicia y a la usura. El dinero es el dios de nuestros días. Un dios absoluto y cruel, que exige sacrificios rituales y que ha llevado al hombre a un grado de primitivismo espiritual lamentable. ¿De qué nos podemos extrañar? El asesinato en el seno materno se nos vende como medicina y derecho, y el matrimonio se nos presenta como un cajón de sastre donde cabe cualquier tipo de aberración sexual. Son dos ejemplos. Y el hombre, sin estos valores morales, se deshumaniza, se degrada cada vez más rápidamente. La fascinación por el mal cobra carta de naturaleza, está de moda. No pasa nada, es lo normal. Pero esa supuesta “normalidad” va socavando razón y corazón. El hombre deja de ser hombre. Es sólo un animal que obedece a sus instintos. Quiere lo que le apetece, no lo que le conviene o es mejor. No quiere saber nada de austeridad, templanza o mansedumbre. La virtud es palabra vaticana, es decir, prescindible a todos los efectos. Aquí, de lo que se trata, es de hacer cada uno lo que le venga en gana, y sin dar explicaciones a nadie. Y cobrar una pasta, o robarla, y fornicar hasta con las orejas. ¿Y el alma? Ay, el alma. Desmembrada, viscosa, olvidada. Si se pudiera fabricar una píldora del día después para ella ya la tendríamos a la venta. La crisis económica es en realidad una crisis de felicidad. Porque la felicidad no puede estar jamás en la codicia. Sea del tipo que sea. La codicia es una condena y una tristeza infinita. Una ambición desquiciada por las consignas, por la fama, por la envidia, por la avaricia, por la publicidad, por el hedonismo, por el ego. Y se busca la redención en el consumo, en la apariencia y en la frivolidad. Pero la redención no llega. Llega el abismo. Y el hombre se consume a dentelladas.