Lunes, 23 de diciembre de 2024

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La fe y los malos hábitos alimenticios

La fe y los malos hábitos alimenticios

por Duc in altum!

Tomando en cuenta que el ser humano es “corpore et anima unus”; es decir, “uno de cuerpo y alma”, no solamente hay que cuidarnos en términos espirituales, sino también ocuparnos de la dimensión física o corpórea. En otras palabras, tratar bien a nuestro cuerpo, cuidarlo, pues, como dice San Pablo, es “templo del Espíritu Santo”. Ciertamente, el sacrificio, nos permite distinguir entre lo esencial y lo accesorio, evitando que las cosas que nos gustan se vuelvan una esclavitud, pues aunque sean moralmente buenas, hay que aprovecharlas moderadamente. Por ejemplo, el que me guste asistir al cine no tiene nada de malo, pero si se vuelve una obsesión, al punto de faltar al trabajo por ir a cualquier premier, estaríamos ante un problema. Entonces, abstenernos de vez en cuando de cosas que no necesitamos en sentido estricto, ayuda a vivir con mayor libertad, pero una cosa es ayunar y otra, totalmente contraria al Evangelio, dejar de cuidar nuestra salud. El cuerpo merece respeto y, por ende, atención.

Ahora bien, entonces, ¿qué tiene que ver la fe con los hábitos alimenticios? La forma de comer, dice mucho acerca de lo que somos. Cuando hay algún desorden, producto de la ansiedad, significa que algo está fallando. Llevar un estilo de vida poco saludable, no es sinónimo de austeridad, sino de falta de autoestima. Al descubrir algún síntoma desordenado, hay que ponerse en las manos de los expertos, pero sabiendo que además es una implicación de vivir la fe, pues cuando se tienen los medios, los recursos, para atenderse, puede llegar a ser una omisión significativa dejarlo para después. No se trata de obsesionarnos con la subcultura “fit”, al punto de caer en la idolatría del cuerpo, pero sí debemos aprender de las personas que hacen ejercicio y que, dentro de un contexto equilibrado, se cuidan.

¿Por qué comer más de lo cuenta, de lo que se requiere, está catalogado como pecado? Sencillamente, por el simple hecho de que nos hace daño y Dios no está de acuerdo con que nos autodestruyamos. Claro, en el caso de alguien que padece anorexia o bulimia, no hay una falta objetiva, pues se trata de una patología que reduce –o, en casos graves, elimina- la voluntad. Hablando desde la fe, al identificar algún síntoma en este sentido, la obligación es buscar ayuda y asumir el reto de salir adelante. Hay muchos ejemplos de superación que animan a enfrentar las cosas. La fe, lejos de ser un problema, sirve de apoyo incondicional.

Comer todo el tiempo, afecta el rendimiento y, al mismo tiempo, rompe con el orden social. ¿Acaso no es desagradable llegar a una oficina y que la persona que se encuentra tras el mostrador lo tenga lleno de migajas y aderezos? Para todo hay un tiempo, modo y lugar. En los trabajos debe darse un tiempo para comer, pero no puede establecerse de forma desordenada; es decir, carente de toda coordinación y/o sentido común. Por lo tanto, un católico, tiene que cuidar sus hábitos alimenticios, evitar los excesos porque pueden ser una forma de evadir la realidad, dando paso a una adicción. No podemos seguir a un Jesús que fue equilibrado, austero, volviéndonos máquinas, personas deshumanizadas que abusan de la comida.

Excederse por vacíos espirituales y/o afectivos, solamente causa un mayor nivel de estrés y ansiedad. Antes bien, descubrir en la oración y, por supuesto, en la ayuda de los expertos (cuando el caso lo amerite), medios concretos para identificar las causas y establecer formas de superar el problema. La fe debe incidir en nuestro estilo de vida. La alimentación se encuentra dentro de lo que somos. De ahí que sea necesario cuidarla, preocupándonos también por ayudar a todas aquellas personas en estado de necesidad que no pueden hacerlo por sí solas. El momento de actuar, del cambio, es ahora.
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