Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Luisa Piccarreta y el Reino de la Divina Voluntad

por Vida en abundancia

 ‘Nuestro Señor, que de siglo en siglo aumenta cada vez más las maravillas de su Amor, parece que de esta virgen, que Él dice que es la más pequeña que ha encontrado en la tierra, desprovista de toda instrucción, haya querido hacer un instrumento idóneo para una misión tan sublime que ninguna otra se le puede comparar; o sea, el triunfo de la Divina Voluntad en el universo, conforme a lo que decimos en el Padrenuestro: Fiat voluntas tua, sicut in coeli et in terra’.  (San Aníbal María di Francia)

 

Luisa Piccarreta

Luisa nació en la ciudad de Corato, en la provincia de Bari, Italia, en la mañana del domingo 23 de abril de 1865, el día de la fiesta actual de la Divina Misericordia, y el mismo día fue bautizada. Fue la cuarta de las cinco hijas que tuvieron el matrimonio formado por Vito Nicola Piccarreta y su esposa Rosa Tarantino. A los nueve años Luisa recibió la Primera Comunión, y el mismo día el Sacramento de la Confirmación.

Ya desde pequeña Luisa mostraba una fuerte inclinación a dedicar largos períodos de tiempo a la oración y a la meditación, teniendo en su vida interior un encendido amor hacia Jesús y una sólida devoción a la Santísima Virgen María.

Sus padres no prestaron atención a estos sentimientos, hasta el momento en que se empezó a manifestar en Luisa una misteriosa enfermedad que la obligó a quedarse en cama. Los médicos, sin poder encontrar la causa, sugirieron que la visitara un sacerdote. Todos quedaron asombrados cuando el sacerdote le hizo la señal de la cruz, y Luisa se recuperó inmediatamente de su habitual estado.

Muchos recuerdan con admiración y con religioso afecto a Luisa Piccarreta, quien por más de sesenta años estuvo siempre en cama, siempre plácida y sonriente, con la espalda apoyada sobre tres almohadas, trabajando con los husos para recamar, o bien orando con el rosario entre los dedos. Su único alimento fue siempre la Eucaristía; el Cuerpo de Cristo.

En tal estado de sufrimientos místicos se vio reducida Luisa por un preciso designio de Dios, después de que voluntariamente a los 16 años de edad aceptó la invitación de Jesús a ofrecerse como víctima, pero no por una supuesta enfermedad que los médicos nunca pudieron diagnosticar. Cuantos la visitaban encontraban siempre en sus labios la dulce palabra de la Voluntad de Dios. Sabía infundir en todos la paz del alma y de la conciencia, y sus visitantes salían iluminados y transformados espiritualmente por la gracia de Dios.

En una cama rodeada de una cortina blanca, Luisa Piccarreta vivió su historia sobrehumana de inmolación voluntaria, con Jesús, en Jesús y por amor a Jesús, implorando constantemente, como el propio Jesús le enseñó, la venida de su Reino. Siempre serena y fresca, pequeña de estatura, de ojos vivaces y mirada penetrante, Luisa vivió meditando la Pasión de Cristo en el sufrimiento, en el silencio y en la oración.

Su primera visión

Alrededor de los dieciséis años de edad, Luisa Piccarreta estaba en su habitación trabajando y meditando en la Pasión de Jesús, que Él mismo le narraba en su interior, y de repente sintió su corazón oprimido y que le faltaba la respiración, y temiendo que fuera a sucederle algo, salió al balcón para tomar el aire.

Desde el balcón Luisa vio que la calle estaba llena de gente que estaba empujando a Jesús mientras llevaba la Cruz. Sufriente y ensangrentado, lleno de aflicción y agobiado, Jesús levantó la vista hacia Luisa como pidiéndole ayuda y pronunciando estas palabras: ‘Alma, ¡ayúdame!’.

Luisa entró en su habitación con el corazón desgarrado por el dolor, y llorando le dijo: ‘¡Cuánto sufres, oh mi buen Jesús! ¡Pudiera yo al menos ayudarte y librarte, o cuando menos sufrir yo tus penas, tus dolores y tus fatigas en tu lugar, para así darte el mayor alivio…! Ah, bien mío, haz que yo también sufra, porque no es justo que tú debas sufrir tanto por amor a mí y que yo, pecadora, esté por sufrir nada por ti.’ Y desde aquel momento, repitiendo siempre el ‘fiat’ o ‘hágase’, se hicieron más frecuentes los períodos transcurridos en cama hasta la completa inmovilidad durante 62 años.

Esta fue la primera vez que Luisa ‘vio’ lo que Jesús le venía narrando. Esta escena se repitió innumerables veces durante toda la vida de Luisa y de muchas formas distintas. Son los primeros signos de una vida sobrenatural que Jesús quiso que Luisa experimentase. Ya desde tierna edad, Nuestro Señor Jesucristo había escogido a esa alma para sus grandes designios, recorriendo paso a paso el camino de la Cruz; el camino que la Divina Voluntad había preparado para ella.

El Reino de la Divina Voluntad

Los primeros años de la nueva experiencia de vida de Luisa fue asistida por sus padres, y después de que éstos murieron vivió siempre con su hermana más pequeña, Ángela. Durante los últimos 40 años de su vida fue amorosamente asistida por una piadosa mujer, Rosario Bucci, quien antes de su muerte dio su testimonio sobre cuanto recordaba de Luisa.

Su vida, de una autenticidad total, corresponde fielmente al designio divino sobre ella, que con suma fidelidad se dejó formar por Jesús como la depositaria de los tesoros de la Divina Voluntad, y como modelo y ejemplo de vivir en ella; es decir, de lo que el querer divino puede hacer en un alma cuando la posee y a ella se da como un don. Pero, tal como Jesús la llamaba, Luisa Piccarreta es, sobre todo, ‘la pequeña hija de la Divina Voluntad’.

Esta alma, carente de toda instrucción humana pues aprendió solo a leer y a escribir, tuvo que redactar la historia de su vida y las intimidades y confidencias que le hizo Jesucristo sobre el vivir en la Divina Voluntad, para así dar a conocer el decreto eterno del advenimiento de su Reino en la Iglesia y en el mundo entero. Fue una obediencia impuesta por Jesús y corroborada por los cinco confesores que Luisa tuvo durante 39 años, desde 1899 hasta 1938, durante cuyos años escribió en forma de Diario 36 volúmenes y otros escritos, siempre obligada por la santa obediencia, representada por sus confesores.

Por nada del mundo Luisa deseaba redactar esos escritos, pero su profundo amor al silencio y a permanecer en el anonimato sólo podía ser vencido por la ‘Señora Obediencia’, tal como ella acostumbraba llamarla, y de la cual tenía un altísimo concepto.

Sus escritos

Luisa, como hija de la Iglesia, fue siempre sumisa y obediente. Durante el período desde 1884 hasta su muerte en 1947, ella estuvo bajo el cuidado y la obediencia de varios confesores enviados por el Obispo de su Arquidiócesis. Su segundo confesor, Don Gennaro di Gennaro, el 28 de febrero de 1899 le dio por obediencia la instrucción de poner por escrito todo cuanto sucedía entre Jesús y ella, así como las gracias que continuamente recibía.

Fue entonces cuando Luisa se decidió a vencer la desmotivación personal de hacer públicas sus experiencias interiores y así, con gran esfuerzo por su parte. Escribió más de dos mil capítulos recogidos en treinta y seis volúmenes, sin contar cientos de cartas. Los principales escritos fueron ‘Las horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo’ y ‘La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad’.

Uno de sus confesores y promotor más importante de la Divina Voluntad, la doctrina que Jesús le enseñó a Luisa, fue San Aníbal María di Francia, quien fue el Revisor Eclesiástico de los escritos de Lucía, y que dio el Nihil Obstat a 19 de los 36 volúmenes.

Cuando Luisa murió en 1947 sus obras fueron tomadas bajo custodia de la Congregación de la Doctrina de la Fe, donde permanecieron hasta 1995, en cuyo año los libros fueron entregados al cuidado del Arzobispo de Trani, en Italia, lugar donde ella vivió y murió, y donde empezó el proceso de canonización a nivel diocesano. Esta primera etapa hacia la canonización reconoció su fama de santa y le dio el privilegio de ser llamada ‘Sierva de Dios’. Como parte de este proceso en Trani, sus escritos fueron estudiados teológicamente y los mismos fueron catalogados positivamente.

A pesar de estas indicaciones positivas, los escritos de Luisa acerca de la Divina Voluntad contienen mucho material difícil y de naturaleza innovadora, los cuales cubren temas sobre los cuales sólo aparecen pequeños rasgos de la Palabra de Dios y de la Sagrada Tradición de la Iglesia.

Desde los primeros volúmenes, la Virgen María le hablaba de sus dolores que, asociados a los de Jesús y teniendo dimensiones, valor y efectos divinos, hicieron corredentora a la Virgen María. Más adelante se profundiza más en este aspecto de María. También se aprecia que sus dolores van más allá de la corredención, para bien de los viadores, aquellas criaturas racionales que están en esta vida y que aspiran y caminan hacia la eternidad, y de las almas del purgatorio, pues cambiados en mares de felicidad hacen felices a los bienaventurados en el cielo.

El estudio teológico de los escritos de Luisa Piccarreta continúa su curso dentro del proceso de beatificación, de manera que la Iglesia tendrá su momento oportuno para dar a conocer su juicio definitivo.

Su fallecimiento

Luisa Piccarreta murió poco antes de cumplir los 82 años de edad, el 4 de marzo de 1947, después de una corta pero fatal pulmonía, la única enfermedad diagnosticada en toda su vida. Entró a la vida eterna para continuar inmersa en la Divina Voluntad en el cielo, como lo estuvo en la tierra.

En 1993 sus restos fueron trasladados al Santuario de Santa María Greca, gracias a su último confesor, Son Benedetto Calvi. El 20 de noviembre de 1994, en la festividad de Cristo Rey, la Santa Sede concedió la autorización a la Arquidiócesis de Trani, guiada por Monseñor Carmelo Cassatti, para la apertura oficial de la causa de canonización. El 29 de noviembre del 2005 se clausuró la fase diocesana, recogiendo multitud de documentos y testimonios sobre la fama de santidad de Luisa Piccarreta, la Sierva de Dios, iniciándose así la fase romana de la causa, donde es de esperar que el Santo Padre la elevará a la dignidad de los altares.


‘Porque el verdadero espíritu de adoración consiste en esto: que la criatura se pierda a sí misma y se encuentre en el ambiente divino, y adore todo lo que obra Dios y con Él se una. ¿Crees que sea verdadera adoración la que con la boca adora y con la mente piensa en otra cosa? ¿O que la mente adora y la voluntad está lejos de Mí? ¿O que una potencia me adora y las demás están todas desordenadas? No, Yo quiero todo para Mí y todo lo que le he dado, en Mí, y éste es el acto más grande de culto de adoración que la criatura puede darme.’ 
(Jesús usa ese momento de la pasión para enseñarle a Luisa el acto de perfecta adoración de María). 

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