Tolstoi y la unidad de vida
Me arriesgaré a decir que el ruso es solo un gran narrador. Con la extensión de sus novelas más conocidas inventó las series de Netflix y HBO.
También es un buen observador de la naturaleza humana y de la situación social y política en lo que ambas -naturaleza humana y social- tienen de común a lo largo de la Historia. Poco ha cambiado el ser humano desde Sumer y Babilonia; y la Rusia de 1870 puede ser cualquier país de hoy, incluso España, con sus corrupciones y sus martingalas periodísticas.
Tiene mérito separar el grano de la paja y describir todo aquello que es universal. Quizás esta sería una definición de clásico, aunque, para un servidor, muy limitada. Tolstói tiene el freno y el muro de su narcisismo. Por eso no va más allá.
Esta religión del "Bien Universal" que él preconiza no es más que Cristo, Sumo Bien. ("Solo Dios es bueno", le dijo al joven rico).
Ese bien etéreo tolstoiano no llega siquiera a gnóstico y es perfectamente asumible por los ilustrados, los equidistantes y los burgueses.
Incluso por los revolucionarios de salón.
Tolstói no se mojó a favor de la Revolución de 1905 cuando, en cambio, en Anna Karénina no deja de abanderar la defensa del pueblo, del campesino.
Tolstói es una contradicción aupada, me temo, por aquellos a quienes interesa enturbiar la mente y el corazón de los fieles, tanto católicos como ortodoxos.
Quiero decir que el conde Liev Tolstói, como personaje y como escritor, está muy sobrevalorado.
Paul Johnson se rió de él -al británico modo- llamándole "el hermano mayor de Dios".
En cualquier caso, siempre es mejor leer Guerra y Paz que indigestarse con ideología de género en Netflix y Disney.
Pero me interesa la contradicción de Tolstói porque es una aberración espiritual muy común: no ya un error o un fallo o un pecado, sino una aberración y una prostitución de la fe y la vida espiritual.
Tolstói, que era un vehemente, la llevó al extremo y la aberración acabó con su vida en la estación de Shékino a los 82 años. Este enlace lo explica bastante bien: pincha aquí.
Empecemos diciendo que la verdadera santa, la mística, la persona que deseaba ser Liev Tolstói, fue su mujer, paciente y sufrida.
Él confundió la vida espiritual con ser muy religioso y profundizar en la oración y la meditación... para sí mismo.
Sucede con frecuencia, como decía, que tratamos mejor a los de fuera que a los de casa.
Somos muy amables en sociedad y muy déspotas en familia.
Esos ataques de ira con la esposa o con el hermano que, por puro miedo, no se producen con el jefe; o que, por interés, no se producen ni con un colega "bien posicionado" ni con la secretaria de buen ver.
La doble vida, tan justificada personalmente tantas veces.
Tolstói, como los "católicos oficiales", llevó una estupenda doble vida: la del santurrón aclamado por sus seguidores, la del disfrazado de campesino, y la de marido y padre que hace dejación de sus deberes de estado. Uno ama a Dios como ama a quienes ama, y no de otra forma. No hay que ponerse de tiros largos para amar a Dios, ni andarse con urbanidades farisaicas.
Y si uno no ama a quienes debe amar, sus próximos, no ama a Dios por mucho que rece, se mortifique o se discipline.
(El problema de la veleta es que se ve mucho, pero está sujeta al tejado. Gracias a Dios, porque si no dejaría de ser veleta.
Lo que demuestra una vez más que sin Él nada somos y nada podemos. Ni siquiera ser vanidosas veletas).
Tolstói y tantos otros dejan al buen Dios al margen. Lo dejan al margen de sus negocios, de sus escritos, de su arte, de su vida real.
Y una fe no encarnada en la realidad es el regalo perfecto para el diablo.
No espera otra cosa el satán más que hacernos soñar cosas vanas y vagas, ese bien difuso del que hablaba al principio.
O esa heroicidad de cara a la galería, esa pose de místico de revista del corazón.
Recuerdo, para terminar, una anécdota de la "mili", período que solo no era formativo para aquellos que se empeñaban, como Tolstói, en hacer sus planes para su vida a su modo.
Un cabo amigo bebía mucho.
-¿Otra botella, chaval? Bebes demasiado.
-Otra, Paco. Sírvete.
-Estás borracho y mañana entras de guardia a las siete.
-Me da igual. No puedo pensar en mi novia sin que me den ganas de desertar ahora mismo. Me iría, Paco, ¿entiendes? Necesito verla. Y como no puedo verla, no pienso en ella, porque me rompo por dentro y me sangra el corazón. Me emborracho, y así resisto.
Este hombre amaba de verdad. Esto que acaban de leer se parece como una gota de agua a otra a lo de Santa Teresa: "Muero porque no muero".
La tremenda nostalgia del Amado de los santos. La horrible separación en este valle de lágrimas.
Ese dejarlo todo y seguir a Cristo porque, sin duda, así lo quiere Él y así lo desea el alma.
Tolstói, como millones, se amaba a sí mismo. Y era, por consiguiente, un religioso y un místico de pacotilla.
Un falsario. Un hipócrita, como millones.
Y como miles de millones a lo largo de la Historia, fue un pecador que no quiso reconocerlo hasta el fondo.
Ese fondo abismal, oscuro y ponzoñoso, que el buen Dios tuvo que desinfectar con Su Sangre para que se nos hiciese simplemente soportable en este mundo suyo, tan ingrato y tan incrédulo.
Un mundo que desinfecta la copa por fuera, teme a los virus que matan al cuerpo y olvida a los que matan el alma.
-Yo SOY... Yo SOY el Camino, la Verdad y la Vida. Quien cree en mí vivirá para siempre.
Amén, amén, amén gritaron todos los inscritos en el Libro.