Para el templo... ¡lo mejor!

¿Se imaginan a Cristo violento, iracundo…? Pues sucedió en el Templo, y tan grabado quedó en sus discipulos esa faceta enérgica del Señor que lo narran los cuatro evangelistas.

"Haciendo (Jesús) un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.» Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará." (San Juan 2, 1517).

Me contaba una persona mayor que antes era corriente que la gente se descubriera al pasar por el abside de una Iglesia, porque al otro lado del muro estaba el Santísimo. Hoy no tenemos cambistas y vendedores... pero sí gente que se pasea por delante del sagrario ignorandolo, gente mal vestida, corrillos de charlatanas… No se trata de recuperar buenas costumbres de antaño sino de ser especialmente sensibles con lo sagrado. Eso es lo que nos enseñó Cristo.

¿Y qué decir del esplendor de la Iglesia y del culto?  No es difícil encontrar a quien dice que la Iglesia debería vender todo lo que tiene y dárselo a los pobres.

Pues resulta que Cristo no pensaba así:

"Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de los que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir". (Marcos 12, 41-44)

Cristo no sólo no censuró a la pobre viuda por no quedarse lo que tenía para comer, sino que ¡llamó a sus discípulos para elogiarla!

No se trata sólo de marcar la equis a favor de la Iglesia en la declaración de la renta y quedarnos tan tranquilos. Sino de que nuestra actitud en la Iglesia sea respetuosa y reverente, y de que contribuyamos al esplendor del templo y del culto por amor a Dios.

Y a quien opine lo contrario le contestaremos como siempre:

“Entre tu opinión y la de Cristo, me quedo con la de Cristo”.

Los Tres Mosqueteros