Viernes, 22 de noviembre de 2024

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La oración no es evadir, sino asumir la vida

La oración no es evadir, sino asumir la vida

por Duc in altum!

  Estando de retiro en la ex hacienda de Jesús María, San Luis Potosí (México), una religiosa nos dio una breve y valiosa introducción sobre la espiritualidad. Me llamó la atención el énfasis que puso en que tuviéramos cuidado de no falsearla hasta convertirla en una “burbuja”; es decir, desconectada de la realidad, algo así como un escape. En retrospectiva, entiendo el significado de sus palabras y las agradezco. No podemos evadir los problemas. La oración, como expresión de una espiritualidad seria, auténtica, supone encarar la vida desde una perspectiva nueva, marcada por la fe. En otras palabras, un cambio de actitud, de cualificación interior, motivado por la acción del Espíritu Santo, a quien invocamos para que nos haga entrar en el misterio del Padre y del Hijo. A veces, nuestra oración, produce cambios en el mundo exterior, en la realidad circundante, otras no. Lo cierto es que siempre hay un efecto, pero Dios es el que marca el “modus operandi”, porque su visión –a diferencia de la nuestra- es total.

  Conforme uno va creciendo, se enfrenta a nuevos retos. Por ejemplo, en el trabajo o la construcción de la propia familia. Muchas personas se quedan en el camino e incluso sufren trastornos psiquiátricos, por no conseguir encauzar las dificultades y aumentar su nivel de tolerancia ante el fracaso que, visto desde una perspectiva cristiana, puede servir de “trampolín” hacia otras oportunidades. Darse varios momentos de oración al día, es como una vacuna ante todo esto, pues permite ver la vida de otra manera a partir de la experiencia de la comunicación con Dios. Decía San Agustín que “la oración es el encuentro entre la sed de Dios y la sed del hombre”. Muchos jóvenes llegan al extremo del suicidio, por no haber sabido buscar el sentido de sus vidas en el lugar correcto, porque las drogas y las relaciones superficiales, son espejismos. Tienen “buen empaque”, pero un contenido echado a perder.

  Hacer oración, no es ponerse a negociar con Dios: “si me concedes que me contraten, te encenderé diez velas cada quince días”, porque él se relaciona con nosotros de forma gratuita, como regalo. Lo que sí hay que hacer es buscar tiempo para leer y meditar el evangelio. Ahí está el secreto, la clave que nos lleva a entender el “¿para qué?” de nuestra vida, ya que tenemos un propósito que no es consecuencia del azar.

  Dios no va quitar los obstáculos por arte de magia, pues sabe que son necesarios para desarrollar habilidades y talentos, pero sí nos ayudará a enfrentarlos de la mejor manera, con una paz especial, única, porque viene de él. De ahí que valga la pena hacer la prueba, acercarse y aprovechar la oración, ese canal entre Dios y el ser humano. Hacerlo parte de nuestra vida es la mejor decisión que podemos tomar.
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