Santos complementarios para una misma Iglesia
La beatificación de monseñor Romero en El Salvador, que ha tenido lugar este sábado, ha sido recibida por muchos como una bendición de la Teología de la Liberación de influencia marxista. Unos lo han aplaudido y otros lo han lamentado. Pero, en realidad, ¿qué pretende la Iglesia cuando beatifica a alguien, sobre todo por la vía del martirio, como es el caso de monseñor Romero? ¿significa que eleva a doctrina católica todas sus opiniones y todo su comportamiento? Pongamos el ejemplo del primer santo canonizado: San Dimas, el buen ladrón, canonizado aún en vida por el propio Cristo, que estaba crucificado a su lado. ¿Al decirle el Señor que esa tarde estaría con él en el paraíso, estaba afirmando que todos los robos o crímenes que le habían conducido a la cruz habían sido buenos? ¿estaba, con ello, bendiciendo el robo o el asesinato? A nadie se le pasa por la cabeza eso. Y, sin embargo, unos y otros insisten en afirmar que con la beatificación de monseñor Romero la Iglesia está bendiciendo la Teología de la Liberación marxista.
Romero, hoy ya beato, fue un pastor que no pudo ni quiso callar ante lo que estaban sufriendo sus feligreses. ¿Fueron acertadas todas y cada una de sus intervenciones? ¿Podemos juzgarlas desde la tranquilidad de un mundo relativamente ordenado como el nuestro, cuando en tantos sitios de América la situación es sangrante y las injusticias no parecen tener fin? La Iglesia no entra en esto al beatificarle, no responde a esas y a otras preguntas. Lo que dice es que fue un pastor que murió por hacer de pastor; es decir, que los que lo mataron lo hicieron porque él era un pastor que estaba defendiendo a su pueblo como creía que debía hacerlo, en una situación límite. ¿Se había metido en política Romero y eso justificaba su muerte? Esa acusación se parece mucho a la que en otros países hacen a los obispos que rechazan el aborto y piden a sus feligreses que no voten a los partidos que lo promueven; también a estos les acusan de meterse en política y si no les matan es porque en sus países no son de gatillo fácil, como lo era El Salvador de la época de monseñor Romero.
Pero es que esta semana también ha habido otra noticia, aún sin confirmar. Es probable que la beata Teresa de Calcuta sea canonizada en el marco del Año de la Misericordia, por una decisión del Papa que eximiría de la necesidad de que ocurriera un nuevo milagro. La beata Teresa de Calcuta es, para muchos, justo lo contrario a monseñor Romero. Los que critican a aquel suelen alabar a ésta y viceversa. Para los católicos progresistas, la Madre Teresa fue una colaboracionista con el sistema opresor e injusto, pues aliviando la suerte de los débiles evitaba que estos se alzaran violentamente contra la opresión, que es para ellos la única manera de acabar el sistema injusto; para estos, la única acción caritativa válida es la de la denuncia profética, la intervención política e incluso la acción violenta; todo lo demás es colaboracionismo con el opresor. Y lo mismo que nos preguntábamos sobre monseñor Romero, podemos preguntarnos sobre la Madre Teresa; ¿de verdad ella era una colaboracionista del capitalismo salvaje? ¿al beatificarla, quiso la Iglesia bendecir ese tipo de sistema económico, social y político?
Creo que las cosas deben verse de otra manera. Ni monseñor Romero fue un activista al servicio de la revolución comunista ni la Madre Teresa fue una colaboracionista del capitalismo más desalmado. Ambos fueron, simplemente, personas buenas que vivieron en situaciones difíciles y que, en el nombre de Cristo, intentaron mejorar las cosas. Uno lo hizo como obispo, y eso llevaba implícita la necesidad de denunciar la injusticia, y la otra como monja, y eso significaba curar las heridas que padecían las víctimas del sistema. Ambos son beatos por el mismo motivo: por el amor a Cristo y por el amor al prójimo que nacía de ese amor a Cristo. No son opuestos, ni exponentes de dos Iglesias diferentes, una progresista y de izquierdas y la otra conservadora y de derechas. Ambos son complementarios y son hijos de la misma Iglesia. Una Iglesia que sigue mostrando al mundo que es capaz de ofrecer ejemplos de santidad, en sus mártires y en sus confesores.