Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Buscar a Dios en el Yermo o en el Desierto

por Juan del Carmelo

Podíamos empezar aquí asegurando que en la vida mundana, todo amor entre hombre y mujer requiere soledad, los novios buscan la soledad porque ella aumenta la confianza y el amor entre los seres y también entre estos y Dios, por ello nada tiene de extraño que haya personas que deseen buscar a Dios en la soledad y el silencio del desierto o el yermo. Escribía un alma enamorada de Dios: Mi alma te busca y te ansía desesperadamente Señor, y piensa que aquí abajo ningún sitio mejor para poseerte, que en la soledad del desierto. En el salmo 42, podemos leer: “Como busca la cierva, corrientes de agua, así mi alma, va en pos de ti, mi Dios. Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver la faz de Dios?” (Sal 42,2-3). El alma enamorada, siempre busca la soledad, para el encuentro con su amado. El tema de la soledad o aislamiento, del cual ya hemos hablado en otra glosa, es ambivalente, ya que mientras en el orden material, existe el deseo de no estar solo, de no estar aislado de sentirse amparado por la compañía de otra persona o personas, tal como antes ya hemos visto, en el orden espiritual se da lo que podríamos llamar el “deseo de desierto”. Se trata de aquellas personas que inflamadas en el amor a Dios, solo desean estar con Él, en exclusividad. Es el caso de los antiguos padres del desierto, y de todos aquellos que tienen el privilegio de sentir la llamada a una vocación eremítica, o de los que buscan ingresar, en una cartuja, en un yermo camaldulense o en un desierto del carmelo teresiano. Santa Teresa de Jesús alude a este tema en su obra, “Moradas o castillo interior”, escribiendo: “Da Dios a estas almas, un deseo tan grandísimo de no descontentarle en cosa ninguna, por poquito que sea, ni hacer una imperfección, que por sólo esto aunque no fuese por más, querría huir de las gentes, y ha gran envidia a los que viven y han vivido en los desiertos”. Para Vittorio Messori: “Un símbolo es la iglesia, la catedral, el lugar del encuentro comunitario, el momento de estar junto con todos los vivos y con todos los muertos. El otro símbolo es el yermo, es la celda, la estancia desnuda y silenciosa, momento de la soledad, de la reflexión. La plaza y el desierto he aquí los dos polos de la tensión cristiana”. El deseo de buscar a Dios en la soledad del desierto, tiene varios fundamentos: el primero es el hecho incontestable de que a Dios se le encuentra más pronto y mejor, en la soledad y en el silencio, que en el bullicio bullanguero de este mundo. A Dios hay que escucharle en el ruido del silencio, es difícil por no decir imposible, escucharle en el ruido del mundo. Pero Dios no otorga a todos, este llamémosle “don eremítico”, que es un regalo que Él otorga, solo aquellas personas que por su amor, son capaces de renunciar con un carácter total y absoluto, a todo lo que este mundo les ofrece y aceptar la dureza de una vida, de la que solo tienen ligeras nociones de ella, los que temporalmente han querido saber lo que esto era. En cuanto al silencio, para mejor comprender la importancia de este, conviene recordar un dicho que dice, que: Cuando oramos le hablamos a Dios y cuando leemos es Dios quien nos habla. Pues bien, no cabe duda de que para leer sosegadamente necesitamos del silencio, nuestra mente debe de estar atenta a lo que nos dice el libro y no se puede concentrar uno, en lo que nos dice el libro si al mismo tiempo queremos escuchar la radio y aún peor; ver la TV. En el desierto material podemos encontrar, las condiciones ideales para contactar con Dios. Pero además de lo ya expuesto, tenemos otro fundamento que es el que dio origen a los primeros movimientos eremíticos. Thomas Merton escribe: “En aquellos días los hombres habían llegado al profundo convencimiento del carácter estrictamente individual de la salvación. La sociedad era contemplada por ellos como un naufragio, y cada individuo tenía que nadar para salvar su vida. El eremita tenía que ser entonces y ahora también, un hombre maduro en la fe, humilde y distante de sí mismo en un grado realmente terrible”. La vida solitaria supone una purificación áspera y dura del corazón… La vida del ermitaño es una vida de pobreza material y física sin apoyos visibles. La vocación a una soledad total, es una vocación al sufrimiento, a la oscuridad y al anonadamiento. Sin embargo cuando una persona tiene esta vocación, la prefiere a cualquier paraíso terrenal. Lo terrible de la vida solitaria, es la cercanía con que acosa a nuestra alma la voluntad de Dios. Es mucho más fácil y más seguro, el que nos llegue la voluntad de Dios, filtrada suavemente a través de la sociedad, de las leyes de los hombres y de las órdenes de otros. El ermitaño vive como un profeta a quien nadie escucha, como una voz que grita en el desierto, como un signo de contradicción. El mundo no lo quiere, porque él no tiene nada que pertenezca al mundo, y él no entiende al mundo, y el tampoco lo entiende a él, por el menosprecio de lo que el mundo le ofrece. Pero esta es su misión, ser rechazado por el mundo, y que a la vez este mundo le rechace. El ermitaño, está ahí, para ponernos en guardia contra nuestra natural obsesión, por lo que se ve, por lo social, y lo común de la vida cristiana que a veces tiende a ser desordenadamente activa, y termina por meterse más de la cuenta en la vida de la sociedad secular no cristiana. El cristiano ordinario que está en el mundo, muchas veces olvida, que él no es del mundo. Más, en el caso de que llegue a olvidarlo o, lo que es peor en el caso de que nunca se llegue a dar cuenta de ello, ha de haber hombres que renuncien completamente al mundo. Hombres que ni estén en el mundo, ni sean del mundo. Pero no todo el mundo está llamado a esta vocación, solo unos privilegiados elegidos del Señor. No obstante, lo dicho, se equivoca aquellos que se hayan hecho o tengan la idea de hacerse ermitaños, pensando que solo podrían llegar a ser santos huyendo de los otros seres humanos. Una vida de soledad deliberada solo se justifica, si el eremita está convencido de que su soledad espiritual y el aislamiento material, le servirá para amar no solo a Dios, sino también a los demás. Si alguien se retira al desierto solamente para alejarse de aquellos que no le gustan, no encontrará paz ni soledad; tan solo se aislará con una muchedumbre de demonios. Siempre ha habido y habrá ermitaños que viven en medio de los hombres sin saber porqué. Están condenados a su aislamiento material, bien por su temperamento, bien por las circunstancias, y llegan a acostumbrarse a él. No es a estos a los que me refiero, sino aquellos que, habiendo llevado una vida ordenada y activa en el mundo, abandonan su vida y se van al desierto, no necesariamente a un desierto material, sino a un desierto espiritual, para vaciar su alma de apegos mundanos y abandonarse más intensamente al amor del Señor. En relación a la vida contemplativa hay que decir, que una llamada a una mayor soledad, no es directamente, sinónimo de vocación contemplativa, pero sin embargo, sí que acentúa la dimensión contemplativa de la vida. Como sabemos la contemplación y el llevar vida contemplativa es un especial don que Dios otorga no a toda alma enamorado de Él, que lo anhela, sino a aquellas almas a la que Él quiere otorgarle este regalo. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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