"Por eso el Espíritu Santo es el alma…"
"Por eso el Espíritu Santo es el alma…"
por Duc in altum!
En uno de los diálogos íntimos que sostuvo la Venerable Concepción Cabrera de Armida (18621937) con Jesús en el silencio de la oración, escuchó y, por ende, comprendió, que “el Espíritu Santo es el alma, el gran motor divino de la Iglesia; su energía, su corazón, su latido, porque es el amor” (cf. Diario T. 51 p. 75-83; marzo 2, 1928). Él continúa fascinando, convenciendo y, sobre todo, provocando respuestas contundentes, audaces. Ni las persecuciones más violentas han podido acabar con la Iglesia Católica. Esto constituye una prueba muy especial sobre la existencia de Dios para los que todavía no terminan de aceptarlo. ¿Qué institución ha logrado sobrevivir a tantos obstáculos? ¡Ninguna! La esencia de la Iglesia, como obra de Jesús, es el Espíritu Santo. Por esta razón, hay que invocarlo frecuentemente, confiarle nuestras cosas y, desde ahí, dejar que se produzca en cada uno de nosotros, un nuevo Pentecostés. ¿Cómo conseguirlo? Haciendo lo que Jesús haría en nuestro lugar. De esto se trata. No hay por qué complicar la fe, cuando el Evangelio resulta claro, elocuente.
El Espíritu Santo, dentro de su rico dinamismo, sabe intervenir a favor del ser humano, encontrando a las personas y a las circunstancias; sin embargo, respeta tanto nuestra libertad -aquella que nos hace hombres y mujeres con voluntad propia- que únicamente toma parte en los que se dejan acompañar y transformar por él. Dicho cambio, se va dando paso a paso, en un marco de libertad, a veces de lucha, pero con una meta bien definida: la santidad. ¿Es posible ser santos en el siglo XXI? Depende qué idea tengamos acerca de la fe, porque el principal problema tiene que ver con los prejuicios que cargamos sobre la coherencia evangélica. Los santos no fueron personas raras o distantes, sino hombres y mujeres como nosotros que se atrevieron a pensar de manera distinta, asumiendo la lógica de Jesús, el modo de ser, según el Espíritu Santo.
Ahora bien, ¿dónde podemos encontrar a Dios?, ¿hacen falta las opciones espirituales alternativas? Como dice Jesús en el Evangelio, “Porro unum est necessarium” (solo una cosa es necesaria) y esa necesidad tiene un triple significado: oración, sacramentos y caridad. Al orar, la persona entra en contacto con un misterio cercano y, al mismo tiempo, ilimitado, aunque profundamente relacional, recíproco. Lo espiritual requiere de la acción de Dios y, entonces, surgen los siete sacramentos. La suma de ambos aspectos, dan paso a la caridad, a la aplicación de lo que el Espíritu Santo va marcando como la hoja de ruta. Es ir encarnando los mismos sentimientos sacerdotales de Jesús. En otras palabras, practicarlos hasta volverlos una característica personal que, en la línea de la Iglesia, contribuye al bienestar de todos los bautizados.
Jesús es la verdad hecha persona, un hombre accesible, pero solamente con la ayuda del Espíritu Santo es posible conocerlo a profundidad, vivir la experiencia fundante que proporciona la certeza suficiente sobre su proyecto en medio de nosotros, de la humanidad que lo necesita. No es una devoción reservada a ciertos movimientos, pues se trata de la esencia del cristianismo. Da vida sin importar el paso del tiempo. Por eso hay que dejarse hacer y deshacer por él. Como alma y motor de la Iglesia, nos toca vivir unidos íntimamente a su presencia.
Si nos imaginamos la Iglesia como un edificio, podríamos decir que Dios Padre puso el terreno, que el Hijo aportó la construcción y que el Espíritu Santo es el que se encarga de darle mantenimiento para que siempre esté en buenas condiciones. María, nuestra buena madre, lo conoció de cerca, supo tratarlo con familiaridad, convirtiéndose en un modelo de oración, de ver más allá de lo aparente y superficial. Vale la pena darlo a conocer, caminar a su lado. Consagrarnos diariamente a él para poder vivir como Jesús Sacerdote y Víctima.
El Espíritu Santo, dentro de su rico dinamismo, sabe intervenir a favor del ser humano, encontrando a las personas y a las circunstancias; sin embargo, respeta tanto nuestra libertad -aquella que nos hace hombres y mujeres con voluntad propia- que únicamente toma parte en los que se dejan acompañar y transformar por él. Dicho cambio, se va dando paso a paso, en un marco de libertad, a veces de lucha, pero con una meta bien definida: la santidad. ¿Es posible ser santos en el siglo XXI? Depende qué idea tengamos acerca de la fe, porque el principal problema tiene que ver con los prejuicios que cargamos sobre la coherencia evangélica. Los santos no fueron personas raras o distantes, sino hombres y mujeres como nosotros que se atrevieron a pensar de manera distinta, asumiendo la lógica de Jesús, el modo de ser, según el Espíritu Santo.
Ahora bien, ¿dónde podemos encontrar a Dios?, ¿hacen falta las opciones espirituales alternativas? Como dice Jesús en el Evangelio, “Porro unum est necessarium” (solo una cosa es necesaria) y esa necesidad tiene un triple significado: oración, sacramentos y caridad. Al orar, la persona entra en contacto con un misterio cercano y, al mismo tiempo, ilimitado, aunque profundamente relacional, recíproco. Lo espiritual requiere de la acción de Dios y, entonces, surgen los siete sacramentos. La suma de ambos aspectos, dan paso a la caridad, a la aplicación de lo que el Espíritu Santo va marcando como la hoja de ruta. Es ir encarnando los mismos sentimientos sacerdotales de Jesús. En otras palabras, practicarlos hasta volverlos una característica personal que, en la línea de la Iglesia, contribuye al bienestar de todos los bautizados.
Jesús es la verdad hecha persona, un hombre accesible, pero solamente con la ayuda del Espíritu Santo es posible conocerlo a profundidad, vivir la experiencia fundante que proporciona la certeza suficiente sobre su proyecto en medio de nosotros, de la humanidad que lo necesita. No es una devoción reservada a ciertos movimientos, pues se trata de la esencia del cristianismo. Da vida sin importar el paso del tiempo. Por eso hay que dejarse hacer y deshacer por él. Como alma y motor de la Iglesia, nos toca vivir unidos íntimamente a su presencia.
Si nos imaginamos la Iglesia como un edificio, podríamos decir que Dios Padre puso el terreno, que el Hijo aportó la construcción y que el Espíritu Santo es el que se encarga de darle mantenimiento para que siempre esté en buenas condiciones. María, nuestra buena madre, lo conoció de cerca, supo tratarlo con familiaridad, convirtiéndose en un modelo de oración, de ver más allá de lo aparente y superficial. Vale la pena darlo a conocer, caminar a su lado. Consagrarnos diariamente a él para poder vivir como Jesús Sacerdote y Víctima.
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