Martes, 24 de diciembre de 2024

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¿Dejamos en ruinas lo que nos confían?

¿Dejamos en ruinas lo que nos confían?

por Duc in altum!

 Antes de meternos en temas eclesiales, conviene desarrollar el título del ensayo a partir de un ejemplo que tiene que ver con la economía. Sucede que en una familia el abuelo ha fundado una empresa y que, debido al paso del tiempo, decide heredárselas en vida a sus hijos. Los herederos tienen la obligación, no solamente de conservar el patrimonio, sino de acrecentarlo, consolidarlo en medio de un mercado cambiante, diverso. El problema viene cuando los que ahora están al frente nunca se interesaron o pusieron un pie en la oficina. Llegaron sin saber nada de gestión empresarial y, al cabo de unos años, terminan por destruir la herencia. Pues bien, esto también nos puede pasar como católicos al momento de pasar de una generación a otra la responsabilidad de asumir el manejo de instituciones, grupos y/o parroquias. La falta de preparación y disponibilidad, puede hacer que plataformas bien llevadas, vocacionalmente activas, terminen muriendo por decisiones fuera de lugar. Si, por ejemplo, me confían un grupo juvenil y, además de poco interés, no tengo ni el más mínimo grado de experiencia, es posible que lo eche a perder, que por mi irresponsabilidad se vengan abajo muchos años de esfuerzo. Algunas instituciones católicas han desaparecido por falta de congruencia y formación en el área. Otras por estar objetivamente fuera de época o seguir una línea que nada tiene que ver con el Evangelio; sin embargo, duele cuando el cierre se debe, no a la voluntad de Dios, sino a la del ser humano que se acomoda y se deja vencer por extremos ideológicos como la rigidez o, en su caso, el relativismo. Las instituciones de la Iglesia son testimonio y preparación. En el primer caso, el ejemplo, porque si no tenemos claro a quién seguimos, de nada sirve lo demás. En el segundo caso, se nos recuerda que las buenas intenciones son insuficientes cuando no hay un entrenamiento previo. Por ejemplo, solicitarle a un religioso que se haga cargo de la administración de un hospital cuando nunca recibió algún estudio o curso previo sobre la materia. Es muy importante que administre, que participe, que se involucre, pero desde un proceso de preparación a partir de una serie de pasos tendientes a una mayor responsabilidad. Dicho de otra manera, empezar poco a poco. Al principio, auxiliar de administración para luego asumir la titularidad del área.

   Para que las obras de la Iglesia continúen proyectando su sentido e identidad, es necesario trabajar a distintos niveles, favoreciendo un enfoque coordinado. De parte de las generaciones mayores que están próximas al retiro, compartir su experiencia y, sobre todo, ir capacitando a los que vienen llegando. Involucrarlos poco a poco, hasta poderlos soltar por completo. En lo que respecta a los nuevos, apertura al aprendizaje, no quererse anclar en etapas que ya terminaron, sino asumir retos, responsabilidades mayores en un mundo que exige coherencia y preparación. Hay que hablar también sobre el “primado del ejemplo”. Eso es lo que desata la “chispa”, aquello que contagia y que lleva a que una diócesis pase de la franca extinción a la vitalidad. Posteriormente, el nivel académico, la formación humana e intelectual. Un fraile dominico puede tener la mejor de las intenciones, pero si no estudia oratoria, su predicación estará muy limitada. Primero, el ejemplo y, posteriormente, cuidar la preparación porque no se puede improvisar al sacar adelante el ser y quehacer de la Iglesia.

  Otro aspecto es superar la pastoral de la conservación. Me entregan un grupo de diez y, cuando termino mi periodo, lo entrego al que sigue con el mismo número de integrantes. Cierto, no se perdió ninguno, pero tampoco hubo crecimiento. Ni desquebrajar, ni mera conservación, sino esfuerzo por explorar nuevos horizontes, manteniendo siempre el fondo, la esencia, porque tampoco se trata de cambiar por cambiar. Qué gusto da encontrarse con una religiosa que termina su periodo de directora general tras haber dejado un colegio vivo: mayor atención espiritual a los estudiantes, la construcción de una cancha, el aumento de matrícula, etc. No se trata de una visión meramente administrativa, sino la suma de todo a fin de sacar adelante la tarea encomendada por Dios. Es verdad que depende mucho del carácter, de la situación histórica, pero también es cierto que cuando hay una persona decidida, los obstáculos se vuelven oportunidades. Basta recordar el caso de fundadores como Sta. Teresa de Ávila o San Ignacio de Loyola. De que se puede, ¡se puede! La cosa es aventurarse y hacerlo dentro de la obediencia.

  Los que tenemos una o varias responsabilidades en la Iglesia, debemos pesar y pensar delante de Dios la siguiente pregunta: ¿estoy cuidando bien la parte que me toca? Si la respuesta va en sentido afirmativo, no olvidar que siempre se puede mejorar, crecer. Recordemos que no vamos abandonados a nuestras propias fuerzas, sino que Dios también cuenta e interviene. El momento es ahora.

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