La espuma de la vida
por Juan García Inza
He titulado este blog «Un alma para el mundo», porque precisamente lo que el mundo nuestro necesita hoy es alma, espíritu. El materialismo que nos acosa diariamente está cerrando los caminos de la trascendencia, y ahogando al ser humano con sus propuestas de corto alcance. Y no podemos olvidar lo que diría San Agustín: Señor, nos hiciste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no llegue a TI. Todos necesitamos un poco mas de ALMA, de ESPIRITUALIDAD. Por las grietas del relativismo imperante, se está escapando nuestra dignidad de seres humanos, y estamos cometiendo la más grave de las injusticias: No dar a Dios lo que es de Dios. Si humildemente contribuimos a poner un poco de remedio entre todos, habremos aportado algo muy serio a este mundo, le habremos devuelto el ALMA. Un saludo. Juan García Inza LA ESPUMA DE LA VIDA Esta semana leí una entrevista que le hacían al editor de una conocida revista de la vida social. Trata de contar en ella, desde hace años, con un estilo serio y equilibrado lo que ocurre en los ambientes de los que podemos llamar famosos, o al menos populares. El señor Sánchez Junco afirma que su padre calificaba a su revista como “la espuma de la vida, lo que no tiene densidad ni peso”. Y esta definición elemental y ocurrente, me ha hecho pensar, a la vista de los acontecimientos de la semana. Se puede decir que la actitud de muchos políticos, los objetivos de bastantes partidos, y los programas ideológicos de no pocas formaciones son espuma, que no tienen densidad ni peso. Y así es cuando lo que se busca no es el bien común, sino el aplauso fácil y el voto populista, caiga quien caiga. Y este el caso de todo lo relacionado con la sexualidad: barra libre a partir de la adolescencia, y sin miedo, para eso están esa batería de “remedios” que eviten lo que no interesa, que es la vida. Se podría decir que el slogan progre es: “comamos y vivamos, aunque otros mueran”. Y no hay que rizar el rizo con los manidos derechos de la mujer, con el dominio sobre el propio cuerpo, y otros feminismos espumosos. Lo que se quiere es la orgía sin problemas, y con el aplauso de los obsesos sexuales, que no tienen densidad ni peso en la vida. Y esto no es progreso, sino todo lo contrario. Invito al lector a echar una ojeada a la primitiva historia de los pueblos llamados cultos, y verán que detrás de sus filosofías y sus derechos (Grecia y Roma), había una corrupción generalizada que llegaban hasta la aberración de sacralizar la lujuria más brutal. No olvidemos que el Sida es el fruto amargo de una sexualidad descontrolada. Y esto no lo arreglan los preservativos. Que la violencia humana, más bien inhumana, que hoy padecemos es consecuencia del desprecio a la vida que acompaña a toda mentalidad abortista. Porque el aborto es una nueva versión de la esclavitud: sacrificar al ser humano en beneficio de mi egoísmo personal. Y le den las vueltas que quieran, y lo disfracen con derechos y fines sanitarios, el aborto siempre será la eliminación de un ser humano en formación, es decir, un infanticidio, para eludir una maternidad que se pudo prever cuando se pusieron los medios para hacerla posible; o defender el buen nombre con la sangre de un inocente sacrificado. Toda una farsa, pura hipocresía disfrazada de feminismo progre. Y si a la madre se le concede el derecho a deshacerse de su hijo, ¿cómo se le va a obligar al padre que se responsabilice del que ha engendrado? La espuma de la vida. Conductas carentes de densidad y peso. Y parece que estos temas no son importantes, comparados con la economía. La crisis económica es consecuencia de una crisis ética y moral. Si minamos los principios admitiendo cualquier atentado contra la dignidad humana, no nos extrañe que se hunda todo el tinglado social. Unas minorías locas quieren dominar nuestro mundo. Y viene bien este diagnóstico que hace Chesterton en su genial libro “Lo que está mal en el mundo”: “Hay una respuesta muy simple a todo esto; ésas no son las mujeres modernas, sino una de cada dos mil mujeres modernas… Los dos partidos modernos característicos creen en un gobierno de unos pocos; la única diferencia es si esos pocos son los conservadores o los progresistas. Podría decirse, de una manera un poco burda quizá, que uno cree en cualquier minoría que sea rica y el otro en cualquier minoría que esté loca” (Ed. Ciudadela, pág. 115). Lo dicho, abogo por más densidad y más peso para los responsables políticos y sociales, y se deje a la espuma de los “juegos florales” desvanecerse ante un intento responsable por hacer una humanidad más humana.
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