Jueves, 21 de noviembre de 2024

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La tribulación humana

por Vida en abundancia

 “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”

(Hechos 14:22)

Ante todo, y en líneas generales, debemos saber que una tribulación es todo aquello que causa problema para el ser humano. El término tribulación significa estar excesivamente abrumado y presionado. La persona la siente por medio de una sensación opresiva en el pecho, como la angustia, y puede ser debida a situaciones de enfermedad, accidentes, pruebas, tentaciones, economía, malos tratos, etc.

Seguidamente analizaremos todos los aspectos que rodean una tribulación humana, pero antes debemos aclarar que el objetivo central de este trabajo es el de definir la tribulación que va relacionada a la persona y su relación con el plano espiritual. En otros términos, averiguar por qué Dios permite que suframos tribulaciones y cuál es su objetivo.

En ningún momento debe relacionarse este estudio con lo que evangélicamente se le denomina La Gran Tribulación, que es un concepto propio de la escatología cristiana, basada en la profecía de Jesucristo en Mateo 24:21-24, sino que nos atendremos específicamente en los aspectos de la tribulación aislada, individual y humana.

Hoy en día hay muchas personas que perdieron la confianza en el futuro de la vida en este mundo. La falta de esperanza se está extendiendo en nuestra sociedad en todos sus ámbitos. La sociedad de consumo, con su sistema de valores y su estructura generadora de estímulos, como la prensa, televisión, cine, internet, etc., ha incitado al ser humano a depositar su confianza mayormente en su inteligencia, su orgullo y sus ambiciones personales. Y como el ser humano no es perfecto, su obra tampoco lo será nunca. De esa imperfección que percibimos cada vez con más intensidad, es que se derivan las manifestaciones de insatisfacción, frustración, desconfianza y desesperanza, lo cual nos conduce irremisiblemente a sufrir tribulaciones.

Además en esta sociedad tan agitada, tan materialista y con tanto apego al dinero, nos estamos olvidando de la esperanza y de la confianza que debemos tener para la consecución de un logro. La esperanza debe ser para el ser humano el motor o la energía vital que moviliza sus acciones para alcanzar lo que deseamos; lo que es necesario o conveniente para nuestra vida.

Y cuanta menos esperanza tengamos, más nos estaremos olvidando de Dios y de sus esperanzadores mensajes de vida eterna. Estaremos contemplando las tribulaciones como si fueran un castigo de Dios, cuando en realidad son una prueba que El permite, venga de donde venga, para probar nuestra lealtad a Él o para enderezar nuestro camino hacia la vida eterna.

Ya Pablo de Tarso citó la estrecha relación que existe entre la tribulación y la esperanza, afirmando con certeza y por experiencia propia que el sufrimiento o la tribulación en la vida del creyente cristiano es también fuente generadora de esperanza: “Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza que no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5:3-4).

Hay personas que no comprenden por qué sus sufrimientos y sus tribulaciones empezaron precisamente cuando aceptaron al Señor. Pero el hecho de que el sufrimiento forme parte de la vida diaria representa un gran secreto porque no nos permite conocer las razones por las cuales Dios los permite, aunque sí sabemos que se trata de una prueba para verificar hasta qué punto es sincera nuestra entrega a Él. Pero al igual que lo hicieron sus discípulos, debemos entender que las tribulaciones nos perfeccionan si las aceptamos con gozo, y nos dan el ejemplo de la manera que debe ser un verdadero cristiano. “Por vuestra parte, os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la

Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones” (1 Tesalonicenses 1:6).

Pensemos que para el cristiano las tribulaciones es necesario padecerlas por el nombre de Cristo, porque en ninguna manera son trampas del Diablo para destruirnos, sino lecciones necesarias para entrar en el Reino de Dios. Las tribulaciones que los discípulos sufrieron fueron únicamente para probar su fidelidad y su amor a Dios.

Dios no mide las cosas con nuestros parámetros; las mide conforme a sus parámetros.

Por eso muchos preguntan ¿por qué Dios permite esas tribulaciones en nuestra vida, sabiendo de antemano nuestra calidad de fe? La respuesta es simple: El no lo hace para verificar nuestra fe, sino para que nosotros mismos seamos conscientes de ella. Cuanto menos sea nuestra fe en Dios, más nos afectarán las tribulaciones, menos las comprenderemos y antes caeremos en el desánimo. Esto puede conducirnos incluso a pensar que Dios se ha olvidado de nosotros, pero no es así porque El nos dice que jamás el justo estará desamparado. Y Pablo, en la epístola a los Hebreos, nos lo recuerda: “No perdáis ahora vuestra confianza, que lleva consigo una gran recompensa” (Hebreos 10:35).

Hay muchas personas que se dicen dispuestas a sufrir por Cristo, incluso a morir por El, pero el testimonio real de sus vidas demuestra que ni tan siquiera están dispuestas a vivir por Cristo. ¿Cómo podemos decir que estamos dispuestos a soportar por El las tribulaciones que Dios permite en nuestra vida, si a la primera tribulación ya abandonamos la lucha?

Sabemos que todos nosotros, sin excepción alguna, deberemos sufrir tribulaciones en nuestra vida. Lo esencial consiste en cómo aprender a sobrellevar el sufrimiento que nos causará la tribulación y en cómo recibir la fortaleza divina y el gozo que la acompaña, lo cual nos ayudará a transformar el sufrimiento en un instrumento de esperanza, de purificación espiritual y de salvación eterna.

La verdad es que muchas personas profundamente atribuladas, incluso en medio de las mayores desgracias, se han sobrepuesto a su aflicción y de ella han sacado fuerzas para seguir viviendo, no sólo con resignación, sino con esperanza y con gozo ante la promesa de Dios de salvación. Y ello les comportará la visión de las nuevas oportunidades positivas que la vida aún les puede ofrecer.

Tengamos siempre presente que sin importar cuál sea la tribulación ni cuan terrible pueda ser ésta, Dios derrama sobre cada uno de nosotros la consolación de su Hijo. El nos da la fuerza y la consolación necesarias para sobreponernos a todas las tribulaciones. No hay prueba demasiado grande ni presión demasiado pesada que Dios no pueda calmar. Solamente debemos confiar en Él y en su promesa, y dejar así que el Espíritu Santo haga el resto.

Y no olvidemos nunca que nuestra coraza ante cualquier tribulación debe ser siempre la oración, ya que sin ella estaremos totalmente desprotegidos e indefensos ante cualquier ataque del enemigo. La oración nos permitirá estar más cerca de Dios, dejar en sus manos nuestras tribulaciones, y aceptar con gozo y con amor las pruebas que El permita en nuestra vida, sabiendo que todas ellas son para nuestro bien espiritual.

“Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo”   (1 Pedro 1:6-7).

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