Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Cualidades del cuerpo glorioso.

por Juan del Carmelo

           Para el conocimiento de los temas referidos a la escatología,al conocimiento de todo lo relativo al más allá, es decir, a saber qué es lo que nos espera, disponemos de muy pocos datos revelados por el Señor, bien sea por medio de las revelaciones evangélicas, que son revelaciones de carácter público, o por medio de revelaciones de carácter privado hechas por el Señor a determinadas personas que generalmente, hoy en día están canonizadas. El ser humano, como sabemos, está formado por un “todo” de carne y espíritu. El espíritu o alma humana es inmortal, y cuando abandonemos este mundo, el alma nuestra alma, no fenecerá y más tarde, en la Parusia, ella se unirá al cuerpo resucitado, para volver a formar ese “todo”, que es la persona humana. El Señor nos dejó dicho: “Yo soy la resurrección y la Vida; el que cree en Mi, aun cuando hubiese muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en Mi, no morirá para siempre”. (Jn 11, 25). Y también que: “… llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán; los que hicieron el bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal resucitarán para la condenación”. (Jn 5,28-29). Lo que resulta pues incuestionable, es la llamada “resurrección de la carne”, pues si esta no se efectuase, la muerte no habría sido vencida para todos nosotros, sino solo para el Señor y su Madre, que ya gozan de un cuerpo glorioso.

         La cuestión o pregunta que nos hacemos es: ¿Cómo será ese nuevo cuerpo que obtengamos? ¿Será el mismo exactamente? ¿Qué cualidades tendrá? San Pablo en la primera epístola a los Corintios, nos dice, que: “… se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida. Más no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual. El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo. Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes”. (1Co 15,43-48). La resurrección no es la recuperación del cuerpo abandonado por el alma, ni tampoco la continuación de la vida anterior, sino el principio de una vida nueva. El error de los ilustrados saduceos, consistía en que no podían imaginar la resurrección, más que como la restauración de la vida corporal interrumpida por la muerte. Cristo les dice que el cuerpo resucitado y el antiguo cuerpo existen de maneras distintas. Ser resucitado no significa, por tanto, continuar o reanudar sin fin, para siempre la existencia terrena.

        Con su inagotable fuerza creadora, Dios resucitará a los hombres con otro cuerpo distinto e imposible de describir con los medios de nuestro conocimiento actual. Entre la existencia terrena y la existencia del resucitado hay, sin duda, una relación, pero a la vez se extiende entre ambas formas de existencia un abismo imposible de traspasar con las fuerzas humanas. La resurrección de nuestro cuerpo será hecha en la medida que sea necesaria, para que el nuevo cuero, el cuerpo glorioso, sea capaz de soportar la gloria del alma, por lo que exactamente nuestro cuerpo glorioso no será igual al que actualmente tenemos. El alma ya invadida del fuego del Amor a Dios que ha recibido de la contemplación de la Luz divina, necesita de otro soporte, de otra vasija, de otro cuerpo apto para soportar nuestra alma transformada, por este Amor divino que habrá recibido, porque tal como nos dice el teólogo dominico Royo Marín: Mil veces por encima de la gloria del cuerpo, está la gloria del alma. El alma vale mucho más que el cuerpo. Acá en la tierra, el mundo, el demonio y la carne no nos lo dejan ver. En el otro mundo veremos todo con toda claridad.

        El cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, escribía: “Ante todo, no es necesaria la misma materia para que el cuerpo pueda ser considerado el mismo”, y ha hecho notar que toda la Tradición eclesiástica (doctrinal y litúrgica) impone, como limitación, que el cuerpo resucitado debe incluir las “reliquias” del antiguo cuerpo terreno si todavía, al realizarse la resurrección, existen en cuanto tales”. En otras palabras, el dogma de la resurrección implica una transformación del cuerpo: de forma que siendo el mismo, no será exactamente el mismo. El magisterio de la Iglesia ha insistido fuertemente en la identidad del cuerpo resucitado, pero no ha explicado, que se requiere para que el cuerpo resucitado sea numéricamente el mismo. Este tema puede tener su importancia en relación a las incineraciones, tan de moda últimamente, pero a las cuales la Iglesia no se ha opuesto. 

        En todo caso, sobre las propiedades o cualidades de un cuerpo humano glorificado, poco nos dicen las Escrituras y la escatología. Ambas se apoyan en la similitud no identidad, que el cuerpo humano glorificado tendrá con el de Cristo. El cuerpo glorioso del resucitado, ya no estará esclavizado a las leyes del espacio y del tiempo, aunque al igual que el de Cristo quedará unido de algún modo al espacio y al tiempo. San Pablo, en la epístola a los Corintios enumera como propiedades del cuerpo resucitado: Está dotado de perennidad, fuerza y gloria, es decir, inmortalidad, ya que al igual que los ángeles estarán dotados de vida inmortal, y carecerán de la angustia de morir. Fuerza o fortaleza, porque según San Pablo, esta es una característica de toda actuación de Dios. El hecho de que la atribuya al cuerpo resucitado significa que ese cuerpo está lleno del omnipotente fuego del amor divino y de la validez de la verdad celestial. El cuerpo resucitado será además glorioso y bello. La gloria es, según las Escrituras, una propiedad de Dios y de Cristo resucitado. Sobre el cuerpo resucitado se extiende también la gloria de Cristo El cuerpo glorioso pertenecerá a la vida celestial y no a la terrestre. Estará lleno del esplendor que vieron los apóstoles cuando se les apareció el Señor glorificado, o la claridad de la llamada “luz tabórica”, que vieron los tres discípulos, en la cumbre del monte Tabor. 
       
         También se hace referencia en las Escrituras, a esta luz en el Éxodo, cuando nos relata el velo que se ponía Moisés en el rostro, en sus visitas a la tiende del encuentro en el Sinaí. Es esta una abundancia y plenitud de luz que los ojos humanos no pueden resistir ya que como dicen las escrituras: Los justos lucirán como soles (Mt 13,14). De acuerdo con la doctrina tradicional, los cuerpos resucitados y gloriosos estarán tan empapados por el alma que gozarán de muchas cualidades espirituales similares a las que tuvo el cuerpo resucitado del Señor. Las cuatro propiedades tradicionales, serán pues resumiendo: Impasibilidad, ya no sufren dolores ni muerte. Agilidad, para ir donde el alma desee. Sutileza, capaces de atravesar cuerpos materiales. Claridad, serán brillantes, con una belleza radiante de esplendor que variará según la santidad que cada uno alcanzó en esta vida. 

         En cuanto a los cuerpos de los condenados, también estos resucitarán y tendrán propiedades diferentes de los cuerpos actuales. Pero no serán glorificados. Por ejemplo, serán inmortales pero sufrirán dolores y carecerán de esplendor.

        Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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