Yo también tengo a Cristo en Facebook
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Pongamos el caso de una persona “normal”, que habla de un modo “normal”, viste de un modo “normal” y su día a día se desarrolla como el del resto de los mortales. Un día le invitan a una radio católica a dar un testimonio de fe. Nada más encender el micro, su voz se vuelve aflautada, más suave que de costumbre; la cadencia es más lenta y endulzada y los gestos son parsimoniosos y delicados. Llega el intermedio del programa, y el devoto católico recupera su timbre normal de voz, y parece que hasta se ha liberado de una pesadísima carga. ¿Qué diantres ha ocurrido? Que se ha quitado “la camiseta” de católico y por fin puede regresar a “la normalidad”. Ya no tiene que impostar la virtud; ya no tiene que sentirse incómodo en el papel de creyente; ya puede ser, por fin, él mismo.
Y, entiéndanme, no se trata de un tema de hipocresía, sino, en todo caso, de falta de autenticidad. De ser siempre lo que dices ser. De sentirte a gusto en tu piel. De darte cuenta de que tu fe no alumbra solo algunos tramos aislados de tu vida, sino que es algo que forma parte de ti. No es una carga, un sambenito que portas, sino una identidad en la que has encontrado tu descanso. Y esto no se imposta.
Cuenta Chus Villarroel que, antiguamente, cuando llegaba un cura de veintipocos años recién ordenado a un pueblo, inmediatamente le ponían con el alcalde y el boticario, que, por edad, podían haber sido sus padres. Las señoras principales le arropaban, y ahí se veía el joven curita rodeado de señores mayores todo el día. Y claro, la mayor parte de ellos se convertía en señorones de veintipocos años. Era “lo que se esperaba de ellos”; de un plumazo habían perdido toda la naturalidad y la espontaneidad. De ahí a que otros decidieran por ellos sólo había un paso.
Por eso, como decía Tote en su artículo, es normal que, en ocasiones, el mundo vea a muchos católicos como extraterrestres. Sí; como personas que tienen Twitter y Facebook, pero en el fondo “son extraterrestres que utilizan nuestras herramientas”. Y por eso no los entienden, y por eso, mucho menos, les atraerán las formas de la Iglesia.
Álex Navajas