Estudio, comunico y "lo demás lo hará Él"
Estudio, comunico y "lo demás lo hará Él"
por Duc in altum!
De Sto. Tomás de Aquino O.P., se pueden decir tantas cosas, que a veces es muy difícil saber por dónde empezar; sin embargo, hay una frase que me ha ayudado mucho cuando he tenido que preparar alguna clase o charla: “contemplar y dar a los demás lo contemplado”. Yo lo traduzco así: “Haz oración, estudia, prepárate, pero no te quedes con nada de lo que hayas aprendido. Antes bien, compártelo con naturalidad”. El estudio, lejos de llevarme a la soberbia, evoca una de las máximas de Sócrates: “yo solo sé que no sé nada”. Es decir, en la medida en que aprendo nuevas cosas, más me convenzo sobre la urgencia de hacerlo con humildad, dejándome sorprender y renunciando a la mentira de sentirme un sabelotodo. Cuando llega el momento de plantearle al auditorio lo que quiero decir, tengo en cuenta que no todos los presentes están 100% convencidos de la fe; sin embargo, pienso: “hay que aprovechar sus preguntas, tratar de aclarar los puntos un tanto olvidados de la fe, pero sabiendo que –como decía la Venerable Concepción Cabrera de Armida (18621937)- “lo demás lo hará Él”, porque “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores” (Sal. 126, 1). Creo que la predicación en sus diferentes formas de expresión, implica un verdadero trabajo de equipo con Dios, sabiendo que somos los medios, el canal, del que se quiere valer para ir haciendo presente el Evangelio como respuesta a las inquietudes más profundas del ser humano en pleno siglo XXI, lo que exige estar enterados acerca de la realidad que nos rodea y de la que, de hecho, somos parte.
La fe no es aburrida. Lo que pasa es que a veces los aburridos somos nosotros. Por lo tanto, para no hacer que el auditorio termine con los ojos más cerrados que una bóveda, hay que hablar desde la experiencia. Si nos falta oración, si somos incapaces de guardar silencio para entrar en contacto con Dios, haremos un ridículo en toda regla, porque hablaremos mucho sin comunicar nada. La chispa, lo que atrae y despierta inquietudes, no es repetir la misma frase una y otra vez, sino llevar una vida coherente para que el Espíritu Santo nos ayude a saber cómo llegar a las personas que se han dado el tiempo de escucharnos. ¿Qué hacía del beato Jordán de Sajonia O.P. o de Henry Lacordaire O.P. predicadores entrañables? Su fe puesta en práctica y, en segundo lugar, el ímpetu con el que sabían prepararse. Ahora bien, la predicación, ese afán de saber compartir lo que hemos aprendiendo, mientras dejamos que Jesús haga su parte, no es algo exclusivo de los sacerdotes o de los religiosos. A los primeros les corresponde indudablemente la parte de la homilía, pero a nosotros –los laicos- nos toca aprovechar otros foros. De ahí la importancia de formarnos e informarnos, sabiendo mantener siempre la fidelidad al magisterio de la Iglesia, pues no vamos a título personal, sino como bautizados.
No debemos molestarnos cuando nos hagan preguntas difíciles, incluso polémicas. Predicar no nada más es hablar, sino saber escuchar, para poder ir construyendo nuestras respuestas desde los retos actuales. Jesús siempre se mostró dispuesto al diálogo incluso con los que estaban abiertamente en su contra. En este sentido, el estudio no es para adornarnos y presumir, sino para estar a la altura de las circunstancias, ya que el mundo está poniendo su mirada nuevamente en la Iglesia para ver qué respuestas le ofrece, toda vez que los modelos consumistas, superficiales, lejos de construir, han resultado vacíos, efímeros. En este sentido, la predicación tiene que renunciar a la abstracción, asumiendo aspectos concretos del Evangelio, sabiéndolos aplicar a la vida cotidiana, a lo que la gente mira, escucha, siente y, sobre todo, vive. “Lo demás lo hará Él”; es decir, a la par de poner todo nuestro empeño por mantenernos al día, siempre queda recordar que no vamos solos, porque Dios existe y sabe intervenir a favor, pero si somos monotemáticos, reduciendo la fe a uno o dos aspectos, por más que él esté dispuesto, podremos pasar de predicadores a verdaderos obstructores de su acción, complicando la evangelización en vez de facilitarla. La esencia del cristianismo es una sola, el amor de Dios revelado en Jesús; sin embargo, debe aplicarse a distintos escenarios, ya que no podemos hablar siempre de lo mismo.
Estudio, comunico y “lo demás lo hará Él”. Si me toca un público difícil, lo asumo, porque la cobardía no está incluida en nuestro vocabulario. En esos casos, me viene bien ser probado, cuestionado, porque de esa manera salgo de mis esquemas para mantenerme siempre en camino hacia Dios, dándolo a conocer a partir de la fe y de la razón.
La fe no es aburrida. Lo que pasa es que a veces los aburridos somos nosotros. Por lo tanto, para no hacer que el auditorio termine con los ojos más cerrados que una bóveda, hay que hablar desde la experiencia. Si nos falta oración, si somos incapaces de guardar silencio para entrar en contacto con Dios, haremos un ridículo en toda regla, porque hablaremos mucho sin comunicar nada. La chispa, lo que atrae y despierta inquietudes, no es repetir la misma frase una y otra vez, sino llevar una vida coherente para que el Espíritu Santo nos ayude a saber cómo llegar a las personas que se han dado el tiempo de escucharnos. ¿Qué hacía del beato Jordán de Sajonia O.P. o de Henry Lacordaire O.P. predicadores entrañables? Su fe puesta en práctica y, en segundo lugar, el ímpetu con el que sabían prepararse. Ahora bien, la predicación, ese afán de saber compartir lo que hemos aprendiendo, mientras dejamos que Jesús haga su parte, no es algo exclusivo de los sacerdotes o de los religiosos. A los primeros les corresponde indudablemente la parte de la homilía, pero a nosotros –los laicos- nos toca aprovechar otros foros. De ahí la importancia de formarnos e informarnos, sabiendo mantener siempre la fidelidad al magisterio de la Iglesia, pues no vamos a título personal, sino como bautizados.
No debemos molestarnos cuando nos hagan preguntas difíciles, incluso polémicas. Predicar no nada más es hablar, sino saber escuchar, para poder ir construyendo nuestras respuestas desde los retos actuales. Jesús siempre se mostró dispuesto al diálogo incluso con los que estaban abiertamente en su contra. En este sentido, el estudio no es para adornarnos y presumir, sino para estar a la altura de las circunstancias, ya que el mundo está poniendo su mirada nuevamente en la Iglesia para ver qué respuestas le ofrece, toda vez que los modelos consumistas, superficiales, lejos de construir, han resultado vacíos, efímeros. En este sentido, la predicación tiene que renunciar a la abstracción, asumiendo aspectos concretos del Evangelio, sabiéndolos aplicar a la vida cotidiana, a lo que la gente mira, escucha, siente y, sobre todo, vive. “Lo demás lo hará Él”; es decir, a la par de poner todo nuestro empeño por mantenernos al día, siempre queda recordar que no vamos solos, porque Dios existe y sabe intervenir a favor, pero si somos monotemáticos, reduciendo la fe a uno o dos aspectos, por más que él esté dispuesto, podremos pasar de predicadores a verdaderos obstructores de su acción, complicando la evangelización en vez de facilitarla. La esencia del cristianismo es una sola, el amor de Dios revelado en Jesús; sin embargo, debe aplicarse a distintos escenarios, ya que no podemos hablar siempre de lo mismo.
Estudio, comunico y “lo demás lo hará Él”. Si me toca un público difícil, lo asumo, porque la cobardía no está incluida en nuestro vocabulario. En esos casos, me viene bien ser probado, cuestionado, porque de esa manera salgo de mis esquemas para mantenerme siempre en camino hacia Dios, dándolo a conocer a partir de la fe y de la razón.
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