¿Vender patrimonio acaba con la pobreza?
¿Vender patrimonio acaba con la pobreza?
por Duc in altum!
Es verdad que la fe debe tener implicaciones prácticas sobre el terreno, que no es suficiente con reflexionar acerca de la pobreza que afecta a gran parte de la población mundial; sin embargo, cualquiera que tenga alguna noción sobre contabilidad, entenderá que vender una o varias propiedades, si no existe inversión, termina diluyéndose en poco tiempo. Los números nunca dejan lugar a dudas. Supongamos que la Iglesia vende una propiedad de tres millones de euros y, con muy buena intención, los reparte entre los pobres de la provincia. Sin duda, durante unos meses tendrían comida, acceso a los servicios de salud, pero lo cierto es que no tardaría mucho en que se acabaran los activos y todo volviera a ser igual con la agravante de haberse quedado sin una casa, cuyas instalaciones habrían ayudado a sectores vulnerables a modo de residencia. Si de verdad queremos cambiar la vida de los pobres, dejemos de vender propiedades y de emplear criterios que suenan muy bien en el mundo de las ideas, pero que en la “praxis” solamente son un espejismo. Mejor, abramos colegios para ellos, estructuremos bien la recaudación de fondos, seamos capaces de mejorar el rendimiento de nuestras instituciones para que un porcentaje significativo se destine a cuestiones humanitarias y de evangelización, pero recordando que toda ayuda necesita una buena organización contable. De otra manera, seguiremos dando vueltas en círculo y los pobres continuaran siendo marginados. Por ejemplo, los Museos Vaticanos ayudan más a los necesitados siendo propiedad de la Iglesia que si pasaran a manos de un particular.
Algunos, quizá pongan como argumento, la parábola del joven rico, al que Jesús le pidió que vendiera todo lo que tenía; sin embargo, Cristo no estaba pensando en una diócesis. Él se refería a la vida consagrada en la que definitivamente implica dejarlo todo para ganar a quien lo es todo. Por lo tanto, no confundamos las palabras del Evangelio. Al contrario, ocupémonos de los pobres desde una perspectiva bien organizada; es decir, libre de ideologías que suenan estupendamente en los titulares pero que no provocan el cambio esperado cuando intentan aplicarse. Las matemáticas hablan por sí solas. Incluso la beata Teresa de Calcuta supo de impuestos, de pasivos, porque se dio cuenta que la ayuda a los últimos de la sociedad, requería mucho más que buenas intenciones. Entonces, ayudar, ¡sí!, pero no con salidas un tanto demagogas.
El Papa Francisco quiere una Iglesia que comparta la suerte de los pobres, ofreciéndoles ayuda a nivel espiritual, humano y material; sin embargo, no ha dicho que debamos malgastar el patrimonio, tomando decisiones precipitadas. Si algo caracteriza al espíritu de San Ignacio de Loyola es el discernimiento. Una buena estrategia es que la infraestructura deshabitada de la Iglesia se vuelva rentable y, que a partir de tales ingresos, se cree un fondo para apoyar a los pobres de manera clara, constante. Precisamente para asegurar la mejora de los sectores en dificultad, necesitamos buscar nuevas formas de financiamiento que no choquen con las enseñanzas de la Iglesia. De esta manera, haremos algo por el mundo, por la realidad a partir de la Doctrina Social.
Algunos, quizá pongan como argumento, la parábola del joven rico, al que Jesús le pidió que vendiera todo lo que tenía; sin embargo, Cristo no estaba pensando en una diócesis. Él se refería a la vida consagrada en la que definitivamente implica dejarlo todo para ganar a quien lo es todo. Por lo tanto, no confundamos las palabras del Evangelio. Al contrario, ocupémonos de los pobres desde una perspectiva bien organizada; es decir, libre de ideologías que suenan estupendamente en los titulares pero que no provocan el cambio esperado cuando intentan aplicarse. Las matemáticas hablan por sí solas. Incluso la beata Teresa de Calcuta supo de impuestos, de pasivos, porque se dio cuenta que la ayuda a los últimos de la sociedad, requería mucho más que buenas intenciones. Entonces, ayudar, ¡sí!, pero no con salidas un tanto demagogas.
El Papa Francisco quiere una Iglesia que comparta la suerte de los pobres, ofreciéndoles ayuda a nivel espiritual, humano y material; sin embargo, no ha dicho que debamos malgastar el patrimonio, tomando decisiones precipitadas. Si algo caracteriza al espíritu de San Ignacio de Loyola es el discernimiento. Una buena estrategia es que la infraestructura deshabitada de la Iglesia se vuelva rentable y, que a partir de tales ingresos, se cree un fondo para apoyar a los pobres de manera clara, constante. Precisamente para asegurar la mejora de los sectores en dificultad, necesitamos buscar nuevas formas de financiamiento que no choquen con las enseñanzas de la Iglesia. De esta manera, haremos algo por el mundo, por la realidad a partir de la Doctrina Social.
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