Retorno al 36
La presencia testimonial de los mineros en el devastado mapa laboral impide determinar si los movimientos sociales que se producen en España preludian o no el retorno del 36. Me faltan datos para comparar la revolución de Asturias con el llamamiento de Podemos a tomar la calle, que es tierra de nadie desde que Fraga la cedió en usufructo a la democracia. Me faltan también datos para saber si los ataques a la Iglesia desembocarán en quema de conventos o bien llevarán la impronta socialdemócrata de quienes ponen en cuestión el concordato sin poner patas arriba el templo.
Lo que sí sé es que las dos Españas se miran de frente con cara de pocas amigas. Desde luego, si no pretenden reeditar Belchite, lo disimulan de pena. La mitad de la población movilizada entiende que la venganza, el programa de gobierno del nuevo movimiento político, es un buen punto de partida para acabar con el estatus quo, mientras que la otra mitad advierte de que esas nos son formas. Lo curioso es que por ahora ambas mitades no han llegado a la manos, algo inusual en un país tan propenso a la bronca que considera que aplicar la ley del Talión es estar en paz, cuando ésta, en el mejor de los casos, implica para el damnificado un ojo de cristal y un diente de oro.
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