Cayetana y la otra España
Como quiera que aún no existe un círculo Podemos Sudario los internautas desafectos con la duquesa de Alba han utilizado el dominio digital de los periódicos tradicionales para aclarar que su fallecimiento no es una gran pérdida. Cursa así la inquina de esa España que no tiene a Goya como pintor de cámara ni un hijo jinete ni se peina a lo afro, de esa España de pelo lacio que adora el grafiti, detesta la hípica e incuba la revolución.
La España que considera que la muerte es la hermana muda de la revolución se alegra del fin de Cayetana porque, al creer que su óbito es un triunfo de la reforma agraria, otorga al fallo cardíaco el papel de alcalde de Marinaleda. Para esa España la muerte abandera la igualdad de clase porque no se frena ante el linaje ni deja de hacer guardia ante la clínica Ruber. Es, por así decirlo, una de los suyos.
Y, sin embargo, no hay nada más fascista que el luto, que no es color del dinero, sino la tonalidad de Hiroshima. Persigue a los ricos, sí, pero se ceba con los débiles. Hay, pues, que estar muy mal del corazón, la capital del afecto, para no entristecerse por estas cosas. No sé si alguien descorchará hoy sidra, el cava del pueblo, ante el palacio de Liria para festejar el deceso, pero no sería de extrañar si se tiene en cuenta que aquí son demasiados los que confían su venganza a la septicemia.
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