¿Lucha y sacrificio en la vida espiritual?
“Cuanto más amo, mejor entiendo”, dicen que decía San Agustín. Y todos los santos han hablado, y se han comportado, como auténticos enamorados. O se entiende bien esto, o no se habrá entendido nada de la vida espiritual, porque Dios es Amor.
Descendamos a lo cotidiano. Si se me ocurriese decirle a mi mujer que estar casado con ella durante 34 años me ha costado “lucha y sacrificio”, no solo se enfadaría, sino que se entristecería con toda la razón del mundo.
-¿Luchas por estar conmigo? ¿No me quieres? ¿No te gusta quererme? ¿Te supone un sacrificio? No quiero que estés conmigo sacrificándote, quiero que estés conmigo porque quieres estar y eres feliz a mi lado.
Nadie quiere sentirse amado por obligación. Nadie quiere sentirse amado “porque cuesta lucha y sacrificio”. Quieren sentirse amados con alegría, con gozo; porque saben que quien les ama es muy feliz amándoles; es, cada vez, más feliz amándoles.
Por mi parte, si estar casado durante 34 años me hubiera supuesto “lucha y sacrificio”, les juro que me habría divorciado hace mucho tiempo. Estoy enamorado de mi mujer y esto obvia toda lucha y todo sacrificio. Todo es fácil, sencillo. Parece que no han pasado 34 años, sino simplemente unos días. Esto es, quizás, un atisbo de la Eternidad: no hay tiempo donde hay amor.
Naturalmente, plantear la vida del alma en términos de “lucha y sacrificio” es tan insoportable como un matrimonio mal avenido que mantiene la unión por cualquier otro motivo. Motivo que, en un caso así, nada tendrá que ver con el amor.
¿Ustedes creen que Jesús quiere que le amemos con “lucha y sacrificio”? No. Quiere, como mi mujer, que estemos a gusto con Él; que seamos felices con Él; que queramos estar con Él; que elijamos ir a verle del mismo modo que elegimos ir a casa corriendo para estar con nuestra amada, en vez de remolonear en un bar o en la oficina.
¿Y los momentos malos o dolorosos? Se llevan entre dos en el matrimonio, y se llevan entre dos con Jesús. Es lo mismo. Incluso la famosa “noche oscura del alma” es un mal de amores: ¿dónde está mi amado? Ha desaparecido, se ha ido de viaje, no vuelve, ¿qué hago? Es la angustia que nos produce no tener noticia de un ser querido.
-Oiga, pero usted lucha por ser fiel y no disgustar a su mujer.
-No, señor. No lucho: me sale de dentro, me es fácil. No quiero ser infiel, ni disgustarla.
-Pero la carne es débil y todos caemos alguna vez.
-Claro. Pero si hay amor de verdad, hay perdón. Y olvido. En términos espirituales: hay confesión y borrón y cuenta nueva. ¿Y?
-No, nada.
-Pues, buenos días. Hasta otra ocasión, que ya nos conocemos usted y yo, don Fausto.
No traten de llevar una vida espiritual como Dios manda si no están enamorados de Dios. No podrán. Se cansarán. Y saldrán corriendo en dirección contraria. O desesperarán, que viene a ser lo mismo. Es mejor que, si el Señor no ha tocado su alma con algún dardo de amor, traten solo de ser buenas personas en la humilde medida de sus posibilidades. Y pidan, si quieren, que Él les haga ver que siempre está a su lado, cuidándoles como la mejor de las madres, aunque ustedes no se aperciban. Sólo después de esa, digamos, revelación particular, podrán ustedes rezar y llevar una vida espiritual digna de ese nombre sin que les cueste ningún esfuerzo y ninguna lucha. Lo harán todo por amor. Se darán cuenta de que solo en esta vida –no en la otra- van a poder ofrecer a Jesús actos de amor cada día. Y tal vez entonces, tal vez, busquen esas ocasiones de “amoroso sacrificio” con auténticas ganas, con entusiasmo.
No se dejen engañar. Acabo, simplemente, de escribir sobre la Gracia. Sin ella, un santo aragonés nos dice que cualquiera puede caer “en todos los errores y en todos los horrores.”