Álvaro del Portillo. Su amor a los pobres
Álvaro del Portillo. Su amor a los pobres
Una de las facetas, tal vez menos conocida, del Siervo de Dios Álvaro del Portillo fue su amor entrañable a los pobres. Siendo estudiante de Ingeniería colaboró intensamente con la Organización de Caridad “Conferencias de San Vicente de Paul”. Con sus compañeros acudía frecuentemente a los barrios paupérrimos de Madrid para atender a los necesitados y dar clases de catecismo a niños y mayores.
Medina Bayo, en su extensa Biografía de D. Álvaro recoge los siguientes testimonios: Ángel Vegas escribió: “Me llamaba poderosamente la atención. Estudiaba ingeniería de Caminos y tenía mucho prestigio humano e intelectual. Era verdaderamente ejemplar en aquella tarea que realizábamos con las gentes necesitadas. Diego que no me sorprendía porque era uno de los alumnos más brillantes de la Escuela, y al mismo tiempo, una persona muy tratable y sencilla; muy inteligente, alegre, culto, simpático, amable, y sobre todo, esto es lo que me llamaba la atención, profundamente humilde, de una humildad extraordinaria, que dejaba huella. No he dicho esta frase al azar. Álvaro dejaba huella. Han pasado muchos años y, aunque no le he visto desde entonces, no he podido olvidar nunca su figura, y he advertido esa huella de Álvaro en la de tantas vidas. Una Huella de cariño, de bondad, de Amor de Dios”.
Manuel Pérez comenta: “Estábamos preocupados por elevar el nivel de formación espiritual de aquellas gentes –narra Manuel Pérez- y organizamos algo que ahora puede parecer sorprendente, pero que entonces no lo era: unos ejercicios espirituales. Entonces la práctica de los ejercicios estaba profundamente difundida entre las señoras y caballeros de casi todas las parroquias de Madrid. Y pensamos que debíamos organizar en Cuaresma unos ejercicios para los pobres que atendíamos, en el mismo local en que dábamos la catequesis.. En realidad, en vez de Ejercicios, fueron unas catequesis para adultos, que dimos por turno los miembros de la Conferencia. Recuerdo particularmente a Álvaro dando una de aquellas charlas: con esa sencillez y esa dulzura que siempre le caracterizó, sabía tratar a aquellas personas con gran cariño y comprensión. Asistieron alrededor de unos 20 hombres”.
El mismo D. Álvaro afirmaría en una ocasión: “Algunos compañeros de la Escuela de Ingenieros me llevaron a visitar a pobres, durante unos meses. El contacto con la pobreza, con el abandono, produce un choque espiritual enorme. Nos hace ver que muchas veces nos preocupamos de tonterías que no son más que egoísmos nuestros, pequeñeces. Vemos la gente que sufre con motivos graves –pobreza, abandono, soledad, enfermedad-, y que están contentos, porque tienen la gracia de Dios. Eso produce un choque, que es lo que me preparó para cuando me presentaron a nuestro Padre”.
Una agresión en Vallecas
Por otro lado, no faltaron episodios que demostraron el riego que asumían los jóvenes universitarios que llevaban a cabo las obras de misericordia. Uno de esos lances tuvo lugar el domingo 4 de febrero de 1934. Álvaro estaba dando una clase de Catecismo en la parroquia de San Ramón, en Vallecas, como hacía habitualmente. Cuando terminó, le dijeron que unos cuantos agitadores de la zona se habían organizado para propinar “una paliza fenomenal a cuatro o cinco que íbamos a dar la catequesis”.
El ataque fue extremadamente violento iban con propósitos homicidas. “Me dieron con una llave inglesa en la cabeza. Me salvé de consecuencias aún mayores porque la agresión fue cerca de una boca de Metro y tuve la posibilidad de escapar y de entrar en la estación en el mismo momento en que llegaba un tren, en el que me pude meter –con el abrigo ensangrentado- perseguido por los que me atacaron, que llegaron justo detrás de mí, cuando la puerta automática del Metro se había cerrado: por eso, quizá, no me mataron”. Las heridas recibidas provocaron enormes sufrimientos que supo ofrecer a Dios por la labor que estaban haciendo en aquellos barrios conflictivos.
Ese amor a los pobres le llevaría con el tiempo a promover iniciativas en el tercer mundo, que hoy están dando unos resultados excelentes. Los santos no se “fabrican” en despachos y laboratorios especializados, los santos brotan del amor a Dios y al prójimo. Ha habido, hay y habrá santos entre los muros de los monasterios. Pero también los hay por las calles de la ciudad, en los puestos de trabajo, en los hogares cristianos... D. Álvaro fue un gran promotor de la llamada a la santidad para todos, como aprendió de su gran Padre y maestro San Josemaría Escrivá. A los sacerdotes nos ha dedicado la mayor parte de su vida y de su ciencia. España sigue dando santos al mundo.
Juan García Inza