La muerte, esa molesta verdad absoluta
Las vacaciones me permiten pasear sin prisas por el vaporoso mundo de las noticias. Esas verdades a medias, esos juicios apresurados, esos complejos sectarios, ese mundo ajeno a la inocencia y al ridículo. Es tan divertido como tediosamente triste y repetitivo. Pero hay muchísima gente que se lo toma en serio y otros muchos viven de ello. La única prensa honesta en sus mentiras y en sus exageraciones, tan obvias, tan claras, es la prensa deportiva y, antes, los tebeos. (Se nos fue Ibáñez y con él el último defensor público de la inocencia).
Para no aburrir a los amables e inteligentes lectores de este diario, les llamaré la atención sobre dos noticias en apariencia banales. En la primera se explica y expone la actitud de una conocida "TikToker" useña, jovencita y negra por más señas, que rechaza ceder su asiento de primera clase en un avión comercial a un niño de trece años para que este pueda viajar junto a su madre, los dos de raza blanca. El tema del racismo es una inutilidad intelectual y, como mucho, es un excusa para ganar dinero. Lo destaco para poder afirmar lo dicho y lo que sigue: verdaderamente, hay tontos blancos, negros, rojos y amarillos; así como hay genios de cualquier color y ladrones de toda raza y condición. Lo importante en el caso del cambio de asiento es que la señorita morena no quiso "dejar de tener y sentir la experiencia de volar en primera clase". Esta claro: ganó el egoísmo más burdo. Al encerrarse en SU experiencia, tal señorita perdió la oportunidad de abrirse a la experiencia de la generosidad, del amor, del servicio desinteresado al prójimo. ¿Qué vale su experiencia de "primera clase" en comparación con la inmensa felicidad que hubiese regalado a una madre y a su hijo? Nada y menos que nada. Lo malo es que unos cuantos miles de seguidores de la señorita creerán que lo que mola es, simplemente, sentir experiencias sin pensar en los demás sino en función de su utilidad para nosotros, es decir, los demás son seres desechables personalmente, mientras que llenan el ego de buenos sentimientos los demás que no molestan en los aviones pidiendo algo sencillamente humano, y que se encuadran en grupos abstractos y masificados: los LGTBI, los hambrientos, los inmigrantes, los okupas... Todos aquellos con los que es muy fácil solidarizarse desde la distancia mental y física. Pero la distancia, como sabe el querido lector, nunca ofrece experiencias verdaderas. Excepto la separación de un amor en vida o muerte.
La muerte. Vamos con la segunda noticia: no sé qué ácido, dicen, puede retrasar el envejecimiento. Bueno, ¿y qué? ¿Qué persona moderadamente inteligente y sensible querría retrasar el envejecimiento? La muerte es inevitable, no hay que ser muy listo para entenderlo. De verdad, piensen: vamos a morir. Puede resultar una verdad molesta, incómoda y terrible por ser absoluta -y los relativistas prefieren sobrevolar la cuestión con cremas, drogas, alcohol, juergas y pastillas azules; y ahora también con el ácido ese-. Lo sensato sería prepararse para bien morir. O sea, para tener el valor y la serenidad de mirar a la muerte a la cara y adecuar nuestra mente, cuerpo y espíritu para darle la bienvenida. Si no lo hacen, la muerte se los llevará de todos modos. ¿Pueden creer que NO conozco a ningún tipo o tipa de mi quinta, más de 65 años, que se prepare para morir como Dios manda? Oh, no hablo del patio lleno de público de aquellos y aquellas que pretenden vivir con 80 años la vida de un chaval o chavala de 18 ó 20; esa mayoría inmensa de zombies de las modas de todo género. No. Hablo de los que a nuestra edad siguen poniendo una vela a Dios y otra al diablo, a su vanidad o al dinero o al poder. Quizás es una forma de huir, ¿quién puede saberlo?
¡Con lo bonito que es envejecer! Envejecer es ver que tus nietos crecen, dan saltos en la piscina y se rompen un tobillo... Benditos niños... Envejecer es ofrecer Misas por todos los que ya no están, como Ibáñez, y recrearse en la nostalgia de la infancia feliz. Envejecer es ceder el paso a los jóvenes y quedarse afuera, al aire libre, bajo las estrellas, haciendo guardia por si acaso. Envejecer es estar ahí, callado en las fiestas familiares, sonriendo por la felicidad que Dios te regala, aunque seas por fin el último de los abuelos; aunque no sepas cómo has llegado hasta aquí, porque sigues siendo el niño aquel que se ponía de pie sobre la silla, en Nochebuena, y tartamudeaba un poema que no entendía. Envejecer es tener la certeza de que cada vez está más cerca el encuentro con tu padre, muerto hace 45 años al pie del cañón -el Señor se lo llevó para ahorrarle el infierno de ver a España destruida, vejada, traicionada-. Envejecer es entusiasmarse porque ha nacido una pequeña planta en la acera gris y dar un ligero rodeo para no pisarla. Envejecer, si te es dado de lo alto, es percibir la infinita ladera azul de las cumbres de la pureza y los eternos valles, verdes, sonoros y alegres, de la castidad. Envejecer es escribir cosas cursis y, querido lector, apelar a tu compasión porque el abuelo tiene una lagrimita en el lagrimal -¿dónde si no?-.
Es de mala educación, es un atentado contra la dignidad del ser humano y la belleza del mundo, esto de estirarse la piel, borrarse la arrugas y recurrir a la silicona. La arruga fue siempre bella porque es la caricia de Dios en nuestro cuerpo mortal: las arrugas serán especialmente transfiguradas en la resurrección de la carne. No batallen contra su edad, agradezcan más bien haber llegado hasta aquí, esperen en paz y descubrirán infinitos mundos que, aún estando ahí, querido lector, nunca has visto por las prisas y las ansias de la juventud. Cálmate. Trillones de milagros te rodean cada segundo de tu vida. Aprecia tan solo uno o dos cada día; eso le basta al buen Dios.
Coda: Hubo antaño viejos que se iban a morir al bosque, solos por fin, en un acto de suprema caridad porque el último recuerdo que dejaban era el de una solemne, entrañable, serena despedida... vivos. "Nos veremos en el Cielo", dijeron a su madre aquellos dos hermanos nonagenarios al dejar atrás Alejandría. También el viejo jefe Sioux desapareció en las nieves de Dakota y fue hallado, algunas lunas después, cadáver sobre el río helado. Sí, como Walser en las afueras del manicomio de Herisau. Lean a Walser: enseña a envejecer.