Martes, 24 de diciembre de 2024

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¿Y si se calla y me deja hablar con Dios?

¿Y si se calla y me deja hablar con Dios?

por Duc in altum!

Aunque el título del post está algo subido de tono, no cabe duda que expresa lo que muchos sentimos al momento de participar en una adoración eucarística en la que hay dos minutos de silencio contra cuarenta y ocho de tener que estar escuchando a un monitor y coro que de música sacra no sabe nada. ¿Se puede orar entre moniciones prolongadas y guitarrazos sin ton ni son? Al menos, para el que esto escribe resulta imposible y, si no le queda más remedio que pasar por una vigilia en la que el silencio brilla por su ausencia, prefiere ofrecerle a Dios la incomodidad que le causa no poder hacer un alto y profundizar en la contemplación. Cuánta razón tenía el Venerable P. Félix de Jesús Rougier M.Sp.S., cuando pedía que fuéramos “ante todo contemplativos y después hombres de acción”. Una hora santa, a diferencia de otros momentos, debe caracterizarse por el silencio. De otra manera, ¿cómo escuchar a Dios presente en la Eucaristía?, ¿será que la obsesión por las moniciones de entrada y salida refleja que no creemos que verdaderamente Jesús sea capaz de atraernos por sí mismo? Cuando hay siempre alguien hablando por el micrófono, queda la sensación de ser interrumpido una y otra vez en el diálogo con Dios. Es como si estuviéramos platicando con un amigo y llegara un extraño que buscara hacer todo lo posible para poder acabar con la conversación. El mundo ya tiene demasiado ruido como para que le aumentemos la dosis. Necesitamos recuperar la voz del silencio y disfrutar del hecho de estar con Jesús.

Que en una hora santa haya algunas peticiones e himnos eucarísticos es normal; sin embargo, cuando se confunden las cosas y se opta por arrinconar al silencio estamos ante un desfase que nos impide entrar en contacto con aquel que se ha hecho presente en la Eucaristía. Pasa que cuando apenas estás logrando ponerte en la presencia de Dios, el coro decide interpretar una de esas canciones con palmas al aire y todo queda reducido a un show. ¿Qué hacer al respecto? Buscar que los organizadores tengan en cuenta la urgencia del silencio para que todos podamos unirnos a Dios, dejándonos interpelar por aquello que nos quiera decir en base a nuestra vida.

Cuando estamos callados y, al mismo tiempo, miramos a Jesús cara a cara, todo el ruido que nos impide avanzar, sale de nosotros y el vacío que queda es inmediatamente cubierto por el Espíritu Santo. Por lo tanto, dejemos los aplausos para las fiestas y disfrutemos del silencio que se abre a la voz de Cristo. Contemplarlo, reconocerlo y hacerlo parte del camino que hemos emprendido. En la medida en que profundicemos nuestra relación con él, estaremos en condiciones de seguirlo con mayor alegría y disponibilidad. Vale la pena. El momento es ahora.

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