Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Diario de un cura cualquiera (4)

Diario de un cura cualquiera (4)

por Un alma para el mundo

 El célebre filósofo francés del siglo XVII Blas Pascal, dice en uno de sus múltiples pensamientos: “Contemple el hombre, pues, la naturaleza entera de su elevada y plena majestad, aparte su vista de los objetos bajos que la circundan. Contemple esta resplandeciente luz colocada como una lámpara eterna para alumbrar el universo, que la Tierra le parezca como un punto rodeado por la vasta órbita que este astro describe y que asombre que esta vasta órbita no es a su vez sino una fina punta respecto de la que abrazan los astros que ruedan por el firmamento. Pero si nuestra vista se detiene aquí, que la imaginación vaya más allá; antes se cansará ella de concebir que la naturaleza de suministrar.

    Todo este mundo visible no es sino un rasgo imperceptible en el amplio seno de la naturaleza. No hay idea alguna que se aproxime a ella. Podremos dilatar cuanto queramos nuestras concepciones allende los espacios imaginables, no alumbraremos sino átomos, a costa de la realidad de las cosas. Es una esfera cuyo centro se halla por doquier  y cuya circunferencia no se encuentra en ninguna parte. Finalmente, es la más grande nota sensible de la omnipotencia divina el que nuestra imaginación se pierda en este pensamiento.

 

            “Vuelto a sí mismo, considere el hombre lo que es él a costa de lo que es; considérese perdido en este cantón apartado de la naturaleza; y desde esta casa en que se halla alojado, me refiero al universo, aprenda a estimar la tierra, los reinos, las ciudades y a sí mismo en su justo precio. ¿Qué es un hombre infinito?... El hombre está visiblemente hecho para pensar; ello constituye toda su dignidad y todo su mérito; todo su deber consiste en pensar como es debido. Ahora bien: el orden del pensamiento está en comenzar por sí mismo, por su autor y por su fin. Pero ¿en qué piensa el mundo? Jamás piensa en esto; sino en bailar, en tocar el laúd, en cantar, en hacer versos, en luchar, en hacerse rey, sin pensar en qué es ser rey y en qué es ser hombre”. La religión, sigue diciendo Pascal, no es contraria a la razón, sino que es venerable, amable, verdadera, porque conoce perfectamente al hombre y le promete el verdadero bien.

 

            Sin duda ninguna, estas palabras de Pascal son muy oportunas. Hay que procurar que la mente no es anquilose y se inhabilite para plantearse las grandes cuestiones. Debemos reflexionar, pensar serenamente en profundidad. Plantearnos la gran cuestión de quienes somos, de dónde venimos, a donde vamos, quien nos llama, para qué nos llama, cual ha de ser nuestra respuesta responsable. Fernando, el joven personaje en este momento de la historia que nos ocupa, es un ejemplo de apertura a la verdad sin cobardías ni prejuicios. Una mente abierta al diálogo comprometedor, sin huir de la luz que espera impaciente la apertura de las ventanas del alma. Y sin dejar de escuchar a Aquel que dice: “Mira que estoy a la puerta llamando”, para abrir de par en par los portones del corazón.

 

            Tengo que decir que aquel rato largo de charla me caló tanto que me supo a poco. Al día siguiente era yo quien buscaba la ocasión de seguir hablando. Y quedamos al atardecer junto al mar, después del estremecedor rato de oración con un librito que me había dejado y que se llamaba “La imitación de Cristo”, de Tomás de Kempis. ¡Cuántas veces lo habría yo de utilizar a lo largo de mi vida! Dios me hablaba en aquellas páginas tan encendidas en un tono jamás conocido por mí. Y lo que iba meditando me daba pie para mantener a un nivel bastante elevado las conversaciones que se fueron haciendo costumbre al atardecer. Observé que mi mente se iba transformando, y mi vida se renovaba claramente.

 

            Este párrafo me trae a la mente una vez más lo importante que es la reflexión. Los buenos libros religiosos, los que combinan la sana y sólida doctrina con la piedad recia, son instrumentos valiosísimos para ilustrar la mente y caldear el corazón, lanzándonos a un encuentro y diálogo tierno con el Señor, que hace de la oración un ejercicio amable, reconfortante, deseado como agua fresca en día de bochorno. “En la lectura -me escribes- formo el depósito de combustible. Parece un montón inerte, pero es de allí de donde muchas veces mi memoria saca espontáneamente material, que llena de vida mi oración y enciende mi hacimiento de gracias después de la comunión” (J. Escrivá de Balaguer, Camino, n. 117).

   Es el mismo San Josemaría Escrivá el que recomendaba lo que él solía hacer siempre: tomar notas de aquellas palabras o frases que le impactaban en su lectura para llevarlas a la oración, e incluso no ir nunca a la oración si no es acompañados de un libro para que nuestra imaginación o sequedad espiritual no nos haga perder el tiempo. No es de extrañar que el joven Fernando encontrara calor espiritual en las encendidas palabras escritas de un libro teológico y piadoso. No conviene olvidar esta norma que siempre ha sido habitual en la vida ascética.

 Juan García Inza
(Reservados todos los dererchos)

 

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