Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Pascua: El tiempo de la alegría

Pascua: El tiempo de la alegría

por Un alma para el mundo


 Llegamos a la gran noche de la luz, del triunfo, del júbilo vibrante. Es la noche. Una noche que se hace res­plandor vivo porque un hecho conmueve a toda la crea­ción. ¡Cristo ha resucitado! Ya no hay tristezas, dra­matismos, sollozos. Una alegría indescriptible se adue­ña de todo. Hasta los seres inanimados parecen sonreír. La luz rompe la funesta oscuridad, y enciende en cada alma una ilusión. Luz de Cristo. Demos gracias a Dios. Y encendemos nuestra lámpara en el Cirio Pascual. Par­ticipamos del triunfo del Señor.

 

Canta la Iglesia conmovida el solemne pregón, y tú y yo nos sumamos al gozo. Esta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos (Pregón Pascual).

 

Esta es la noche en la que pedimos al Señor resuci­tado que avive en su Iglesia el espíritu filial, para que, renovados en cuerpo y alma, nos entreguemos plena­mente a su servicio.

 

Esta es la noche en la que invocamos a Dios todopo­deroso que con su poder santifique el agua, para que cuantos en ellas renazcan por el Bautismo sean incor­porados a Cristo y contados entre los hijos de adop­ción. Y pedimos la intercesión de todos los santos. Y renovamos nuestras promesas y compromisos bautis­males. Y renunciamos a las obras del Demonio, que son: las envidias y los odios, las perezas e indiferencias, las cobardías y complejos, las tristezas y desconfian­zas, las injusticias y favoritismos, los materialismos y sensualidades, las faltas de fe, de esperanza y caridad.

 

«Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de con­tenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resu­citado, ha triunfado de la muerte, del poder de las ti­nieblas, del dolor y de la angustia. No temáis, con esta invocación saludó un ángel a las mujeres que iban al sepulcro; no temáis. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado: ya resucitó, no está aquí. Haec est dies quam fecit Dominus, exultemus et lae- temur in ea; éste es el día que hizo el Señor, regoci­jémonos.

 

El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una ale­gría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cris­tiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándo­nos un recuerdo y un ejemplo maravillosos (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.102).


Este es el grito que resuena en la calma de la no­che: ¡Cristo vive! Las campanas tocan alborozadas y a ti y a mí nos da un vuelco el corazón. El Señor ha cum­plido su palabra. El Señor no falla. Con él hemos resu­citado todos y debemos defender esta vida maravillosa que alienta nuestra esperanza.

 

San Pablo nos dice: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, en donde está Cristo, sen­tado a la diestra del Padre. Saboread las cosas de arri­ba, no las que están aquí en la tierra. Porque vosotros estáis muertos (al pecado), y vuestra vida está escon­dida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vues­tra vida, entonces apareceréis también vosotros con El.

 

Y     con el alma resucitada nos ponemos en marcha para contagiar al mundo de nuestra santa locura. «Al mundo entero, tanto si nos escucha como si permanece sordo, gritamos hoy nuestro gozo vivo y paradójico, pe­ro verdadero, con la esperanza de que la palabra de salvación sea un día semilla de vida: Jesucristo ha re­sucitado; sí, El vive; y vive también para nosotros; la piedra del sepulcro ha sido removida; un día lo será también la nuestra y nuestros restos volverán a adqui­rir forma y vigor en una metamorfosis que supera nues­tra naturaleza presente. Milagro, sí; pero es en este milagro de la resurrección de la carne donde nuestra fe encuentra su meta: «Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna» (Pablo VI).

 

Y    comienza el tiempo de Pascua. Una larga etapa del año litúrgico para que afiancemos en nosotros el espí­ritu de Cristo resucitado. Pascua significa paso. Debe­mos pasar ya a una vida nueva. Ante nuestros ojos se acaban de abrir unos horizontes muy sugestivos. ¡Ponte en marcha! Hay mucho camino por andar. El Señor te espera al final, con los Apóstoles y María, la Virgen, para encenderte con el fuego del Espíritu Santo.

 Juan García Inza

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