La memoria de Suarez
La memoria de Suarez
D. Adolfo Suarez se marchó, pero ha sido necesario ese paso definitivo a la eternidad para que su memoria, la memoria de España, volviera a recordar la gran obra de este hombre, de este cristiano político. Parecía que se había olvidado para siempre que hubo un tiempo, relativamente corto, en el que un hombre de la mano de un Rey pudo reconciliar las dos Españas. Una hazaña que parecía imposible. ¿Quién iba a pensar que la Pasionaria ocuparía, al menos por un día, el sillón presidencial de las Cortes? ¿Cómo iba a ser posible que bandos enfrentados en una guerra fratricida se fueran a dar la mano para trabajar juntos por España?
Y así fue. Un milagro de una política con alma. España se merecía un paso a la democracia olvidando viejos rencores, y hasta odios viscerales. Pero Suarez era un hombre cristiano que sabía que el Evangelio habla de amor fraternal. E intentó llevar a la política el deseo de un pueblo de vivir en paz. Y esa fue su obra, la que se ha llevado a la otra vida como aval a la hora de dar cuentas a Dios. Sin duda fue un hombre de diálogo y consenso. Y por eso el pueblo le ha dado masivamente las gracias.
Esta tarde entraba a mi iglesia parroquial un muchacho ya adulto. Me ha dicho que venía a confesarse y hacer oración porque la muerte de Suarez le había hecho recordar muchas cosas. Y así tantos que han rezado ante sus restos mortales, o en cualquier lugar de España. Suarez pasa a la historia como el maestro de una política posible: la del diálogo y el entendimiento humano. A nuestros políticos le sobran discursos mordaces y peleas parlamentarias, y necesitan poner más corazón y belleza en las intervenciones. No caen en la cuenta de que al pueblo le abruma la cantinela cansina de la economía y la demagogia oportunista. Necesitan los padres de la patria el encanto y el don de gente del que se nos ha ido para siempre. No sé si habrán aprendido la lección, el pueblo ha sido muy elocuente con su adiós agradecido al hombre que, a pesar de los obstáculos que tuvo que salvar, pensó más en España que en sí mismo, o en su ideología. En realidad la ideología de D. Adolfo era el bien de España.
Con él fue posible la concordia. Y eso es lo que estamos necesitando para salir de esta apatía, y a veces amargura, de vernos víctimas de intereses ideológicos, e incluso económicos. Somos algo más que unos votantes. Somos hombres y mujeres con alma. Yo recordaría aquellas palabras de Santa Teresa, ilustre paisana de Adolfo Suarez: “Para hacer grandes progresos. Lo esencial no es pensar mucho, sino amar mucho”. Seguramente este fue el lema del primer Presidente de la democracia española.
Juan García Inza