Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿Latinoamericanizar la Iglesia?

¿Latinoamericanizar la Iglesia?

por Duc in altum!

 Tras la elección papal de un argentino y el arribo de varias economías emergentes como la de México, Chile y Brasil, se ha puesto mucha atención mediática en Latinoamérica, considerándola una zona estratégica en el marco religioso, social, político y económico de la globalización. A nivel Iglesia, América Latina es sinónimo de una pastoral activa, capaz de presentarse como un modelo válido para todo el mundo; sin embargo, ¿esto corresponde a la realidad de los hechos? Ciertamente, el documento de Aparecida (2007) ha marcado una hoja de ruta realista, loable y comprometida; es decir, vinculada con la evangelización y la promoción de la justifica social desde una perspectiva evangélica. Esto ha marcado profundamente el pontificado del Papa Francisco y, por ende, a la Iglesia que se encuentra extendida en los cinco continentes. Ahora bien, el que la Iglesia latinoamericana tenga un peso numérico, no necesariamente significa que sea proporcional a la calidad de sus miembros. De hecho, la realidad de varios seminarios diocesanos dista mucho de las exigencias humanas, intelectuales y espirituales ordenadas por el Concilio Vaticano II y las posteriores disposiciones de la Santa Sede. Algunos son centros de estudios improvisados en los que entra cualquiera. Por lo tanto, hay que tener cuidado de no latinoamericanizar el ser y quehacer eclesial, pues esto supondría excluir los aportes del resto de las comunidades católicas; sobre todo, de aquellas que tienen mayor experiencia o que apenas están comenzando a caminar. Conviene que las cosas se vayan dando en su justa medida. En otras palabras, evitar engañarse, pensando que todo está bien en el “nuevo” continente, cuando lo cierto es que la ignorancia en materia religiosa es tan seria que muchos emigran diariamente a las sectas. Las raíces católicas de América Latina siguen vivas, pero si continuamos creyéndonos lo mejor de lo mejor, a pesar de lo que nuestros ojos han podido observar una y otra vez, quizá terminemos perdiéndolas.

Hay modos o estilos pastorales con sello latinoamericano que ni siquiera funcionan en su propia región de origen. Por ejemplo, la obsesión por reducir la liturgia al mínimo -so pretexto de sencillez- al grado de exponer al Santísimo en el suelo y sustituir los confesionarios por sillas de plástico que se parecen mucho a las que ofrecen ciertos patrocinadores en un evento deportivo. También está el deterioro de la pastoral juvenil, pues no se trata de llevar acarreados a los eventos locales o nacionales, sino de formar hombres y mujeres completos, además de que todavía muchos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos se identifican más con las lecturas ideológicas de porte socialista que con la fe netamente católica. De hecho, el Papa Francisco -en el marco de la JMJ de Rio de Janeiro- habló fuerte y claro al CELAM sobre dichos puntos; especialmente, los que se refieren a las ideologías que hacen que el evangelio pase a un segundo plano.

La Iglesia latinoamericana, sin perder su propia identidad cultural, necesita aprender de las otras experiencias que están teniendo lugar en el resto de los países del mundo, en lugar de presentarse como la madre de todas las comunidades católicas, pues esto atenta contra la universalidad de la Iglesia y en la praxis resulta contraproducente. Antes de lanzar las campas al vuelo, hay que hacer un análisis serio desde lo que marcó y determinó Aparecida, pues todavía no se perciben los cambios respectivos. A nivel vocacional, urge recuperar el rumbo de las congregaciones y de las instituciones que tienen a su cargo, pues reducir la vida religiosa a un conjunto de guitarrazos y obsesiones de índole sociopolítica resulta injusto para tantos hombres y mujeres latinoamericanos que han sido fieles al carisma fundacional. Ser profetas, no es sinónimo de excesos, ideologización, cierre injustificado de obras apostólicas o cosas por el estilo. Al contrario, implica o supone vivir la experiencia de Dios a través de la oración, los sacramentos y, por supuesto, las buenas obras, pues sin ellas la fe no es más que un buen deseo.

Valoremos los aspectos y pasos positivos que ha emprendido la Iglesia en Latinoamérica, pero conservando una perspectiva humilde, abierta al aprendizaje y, sobre todo, a enmendar los errores pastorales del pasado. Recordar que mientras haya masas enteras que mal interpreten la piedad popular habrá un reto educativo que afrontar a gran escala. Respetemos las tradiciones, pero formando y educando.  

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