La Iglesia Católica merece la excelencia
por No tengáis miedo
Es común escuchar, cuando un joven apuesto escoge el camino del sacerdocio, aquello de “qué pena, con lo guapo que es...”. Lo mismo puede aplicarse a una chica que se consagra a Dios. Puede parecer algo simpático, anecdótico. Sin embargo encierra un trasfondo de gran peligro: el pensamiento de que Dios no pueda tomar para sí lo más bello, lo más perfecto, lo más hermoso.
Más allá del tema vocacional, es acerca de esto último sobre lo que quería escribir hoy: dar para Dios lo mejor. Siendo aún más concreto: evangelizar con lo mejor. En la Iglesia estamos acostumbrados a vivir del voluntarismo, de las nobles intenciones, de lo que cada uno puede buenamente aportar. Esto de por sí no es malo. Pero nos hemos acostumbrado a ello, y eso sí es malo. La mediocridad, en demasiados sitios, se ha hecho norma.
No quiero que parezca que transmito un mensaje negativo, que olvido todas las cosas buenas que se hacen en la Iglesia, etc. Pero como reza el dicho, lo cortés no quita lo valiente, y en mi humildísima opinión, necesitamos más profesionalidad.
Si en el mundo empresarial, que a fin de cuentas se mueve por dinero, no deja de buscarse la excelencia, ¡cuánto más no habremos de hacerlo nosotros, que somos hijos de la luz, y buscamos llevar la Buena Noticia a los hombres! Necesitamos pasión por lo que hacemos, emprender nuevos caminos, nuevas formas, sin miedo. Como dice mi jefe en las reuniones de equipo: “si hacemos lo que siempre hemos hecho, nunca llegaremos más allá de donde siempre hemos llegado”.
Es imprescindible empezar por discernir los talentos que Dios nos ha dado (y los que no). No vale que nos encante la música, y nos empeñemos en cantar en la misa de doce, si tenemos un oído en frente del otro y una voz de espanto, por muy buena que sea nuestra voluntad y disposición. Estaremos perdiendo tiempo y energías, y alimentando el bajo nivel musical de nuestras parroquias. Que cada uno sirva y se esfuerce en aquello a lo que Dios le llama, donde ha derramado su bendición. Aunque sea una tarea sin aparente brillo ni reconocimiento: ya llegará el tiempo del esfuerzo reconocido, en esta vida o en la otra.
La cuestión es que es necesario buscar ser cada vez mejores en lo que hacemos para Dios; en esta misión no cabe el conformismo. Y deberíamos buscar la excelencia de forma directamente proporcional al impacto que busquemos alcanzar, sin escatimar en medios para ello. No me imagino, por ejemplo, a “U2” diciendo, tras acabar un concierto, que hay mesas con sus discos en las puertas de salida, y que cada uno se los puede llevar dando la voluntad (como si no quiere dar nada), y que haga tantas copias gratuitas como desee. Esto es algo que sólo se ve entre músicos católicos, ejemplo de por qué tenemos tan pocos profesionales en este arte (como en tantos otros).
Para Dios y para la Iglesia, la mejor música, el mejor cine, los más bellos espacios, los mejores predicadores, los mejores medios de difusión, etc.
Y no nos rasguemos las vestiduras porque otros hagan algunas cosas mejor que nosotros, y podamos aprender de ello. Entre los católicos somos muy dados a mirarnos el ombligo, y a tildar de hereje, enseñándole la puerta de salida, a quien ponga en valor algo de otros hermanos cristianos no católicos. Y en España aún más. Ojo, no se trata de andar acomplejados, sino de mirar más allá de nuestras fronteras: que a Dios también se le alaba y adora, y de qué manera, en otras lenguas que no son la de Cervantes.