Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Nuestro drama es haber perdido los ideales

Nuestro drama es haber perdido los ideales

por Un alma para el mundo

                Al contemplar de cerca  la sociedad actual da la impresión de estar compuesta por un grupo numeroso de hombres y mujeres sin un ideal básico. Nos mueven ilusiones y proyectos parciales que intentan llevarnos de la mano, o incluso empujarnos, por caminos concretos no siempre satisfactorios. Y cuando se llega a ese extremo de déficit de motivaciones, uno se limita a ir tirando sin alegría, sin esperanza en el día a día. Nos puede entonces la resignación, la monotonía, el aburrimiento, el funcionariado mal  entendido, del que nos previene el Papa Francisco.

                Jesucristo dijo a sus discípulos: “Tened fe, yo he vencido al mundo”. Y cuando nos falta esa fe, esa confianza, es el mundo el que nos vence, y nos convertimos en un juguete del viento que sopla, como  hojarasca muerta caída de los árboles. Es triste el otoño de la vida, que puede adueñarse de nosotros a cualquier edad. El otoño estacional es el tiempo de las enfermedades, de las depresiones, de la muerte y de los suicidios. Prefiero la primavera.

                Como afirma Alfonso L. Quintás, el hombre contemporáneo se sintió afectado en su raíz, inseguro, inerme, desconcertado, y hasta el día de hoy no consiguió elevar el ánimo lo suficiente porque no ha sustituido los ideales perdidos por otros más solidos y fecundos. Éste es nuestro drama actual.  Cuando rascas un poco en las mentes y corazones de ciertos grupos de jóvenes y adultos no encuentras casi nada. Solo se busca vivir el momento presente sin compromisos duraderos. Y se preguntan: ¿qué eso de hasta que la muerte nos separe? ¿Cómo voy a entregar yo mi vida para siempre? ¿Por qué un producto ha de durar toda la vida? Todo nos parece provisional. Los modernos medios de comunicación nos han acostumbrado a lo efímero, a lo fugaz, como esas estrellas que de vez en cuando cruzan el firmamento con prisa, sin darte tiempo para contemplarlas. En televisión, como en la radio, todo pasa de prisa, no hay tiempo para la contemplación, no se valora la belleza porque nos hemos acostumbrado a dejarla pasar sin hacerle caso. El Papa Benedicto XVI nos ha hablado muchas veces del amor a la belleza, en la naturaleza, en el arte, en la Liturgia, en una sonrisa clara, en una palabra bien pronunciada, en definitiva en Dios.

                Como indica Quintás, nuestro error ha sido creer que basta aumentar el saber teórico para conseguir una felicidad ilimitada. La experiencia ha demostrado que la teoría sin vida no sacia nuestra sed de Verdad. Hoy en día abundan los libros de texto que los alumnos han de aprender de memoria sin ninguna inquietud por el saber. Y el nivel en la enseñanza está bajo mínimos. Muchas catequesis, clases de Religión, homilías, conferencias, etc. se quedan en exposiciones teóricas sin alma, que pueden llenar la mente de datos, pero dejando frío el corazón. El Papa Francisco no se cansa de hablar del Kerigma, el anuncio vibrante de las verdades fundamentales: Dios que me ama, Jesucristo que se entrega, muerte que redime, resurrección que nos llena de esperanza…

                Nuestra cultura es la del dominio, la posesión de cosas, llenarnos de cachivaches que solo nos entretienen, o nos hacen perder el tiempo. Nos han hecho creer que teniendo más, en el menor plazo posible, somos felices. Y la experiencia es todo lo contrario. No podemos correr el riesgo de perder de vista el ideal, la fuerza espiritual capaz de mover toda una vida, porque está en juego el entusiasmo y la alegría, como afirma el filósofo (Cfr. A. López Quintás, Cuatro filósofos en busca de Dios, Rialp. Pg. 25).

                Recuerda el filósofo aquel reto que el Papa Juan Pablo II lanzó a Europa en el marco de la Catedral de Santiago de Compostela: Europa, ¡sé tú misma. Vuelve a tus raíces cristianas! Que nos quiere decir que volvamos a las fuentes, y no nos  conformemos con los riachuelos que ofrecen aguas tal vez salobres que no pueden saciar nuestra sed de Verdad. Todo ello supone una verdadera conversión, que nos lleve a buscar el bien común con sentido común. Es decir, acoger en nosotros una ideal de servicio, que eso es el cristianismo. Jesucristo dijo: “Yo no he venido a ser servido, sino a servir”.  Y se sirve a las personas, no a los objetos. Si nuestra vida está llena de cosas, nos parecemos al rico de la parábola: Necio, esta noche te van a pedir la vida, lo que ha acumulado ¿Para quién será? Así ocurre al que es rico para sí, y no para Dios, dice Jesucristo.

                Para ser coherente con lo que vengo defendiendo, no alargo más este artículo.  Creo que hay suficiente materia para que, usando nuestra capacidad de reflexión, podamos dar un paso más en el saber como hombres inteligentes. Es decir, en saborear retazos de esta vida que es bella, como diría el título de una conocida pelicula.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com

 

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