"Cásate y da la vida por ella". ¡Bravo por Costanza!
por No tengáis miedo
Hoy quisiera compartir, desde este humilde y perdido rincón del ciberspacio, las impresiones del segundo libro de Costanza Miriano traducido al español y publicado por Nuevo Inicio: “Cásate y da la vida por ella”. Sobre este volumen no se han levantado polvaredas; no ha aparecido en telediarios, ni en periódicos, ni en tertulias de radio. No ha habido denuncias. Tampoco “rasgarse de vestiduras”, ni insultos o mofas hacia el Arzobispo de Granada. No ha dejado demasiado rastro por Internet. Cuando el primer libro de la autora, “Cásate y sé sumisa”, estaba en el punto álgido del huracán mediático, se nombró la existencia de este segundo libro. Poco más.
Pues bien, paradojas del mundo de la información, si hubo alguien que pudiera escandalizarse leyendo el primer volumen (digo leyendo, no dejándose guiar por el título, por opiniones de terceros-que a su vez tampoco lo han leído-, o por bulos de Internet), que se olvide de leer el segundo. Pues este libro que ha pasado desapercibido, es aún más políticamente incorrecto, más transgresor y valiente que el primero. ¡Bravo Costanza! Al subtítulo, “Hombres de verdad para mujeres sin miedo”, yo añadiría “Y para lectores sin prejuicios, dispuestos a abrir los ojos a la Verdad”.
Por esta última palabra quisiera empezar: la Verdad. No porque lo que diga Costanza tenga valor de ley y sea incuestionable, sino porque lo que en el primer libro eran más bien pinceladas sobre Dios, ahora son trazos claros y bien marcados. Cada capítulo está empapado de la imprescindible necesidad de que Dios llene la vida personal, y por supuesto, la matrimonial. Partiendo de esta certeza, de esta experiencia propia de Dios, las palabras que la autora va dedicando a sus conocidos son más que meros consejos: traen la luz del Evangelio a la cotidianidad en la que a diario se enfangan los matrimonios, y que sin Cristo pierde todo su sentido.
Lo siento por aquellos que hayan imaginado un “rapapolvos” a los hombres. No se trata tampoco de eso. Desde la primera hasta la última palabra, Costanza insiste en las ideas que ya plasmó en su anterior libro: hombres y mujeres somos diferentes, y cada uno debe desarrollarse, alcanzar su plenitud, desde su vocación. Anima a las esposas a apostar por sus maridos, a apoyarlos, a no caer en una crítica constante, a respetarlos, a ser para ellos espejo que refleje belleza, a cuidarlos, a alentarlos para que puedan crecer. A los maridos los empuja a ser cabezas de sus familias: a luchar hasta dar la vida por ellas, por sus esposas, por sus hijos. A tener responsabilidades, a tomar decisiones, con valentía. A sostener con firmeza a los suyos.
Una vez más, acierta de pleno poniendo el acento en los problemas de los que adolecen tantos matrimonios hoy en día. En los problemas reales, en aquellos de los que dependen su supervivencia, y no en ésos que a menudo nos venden desde fuera. Entiendo que leyéndolo muchos se podrían llevar las manos a la cabeza; lo harían de forma directamente proporcional a la contaminación que tengan de las ideologías imperantes en nuestra sociedad, de ésas que el hombre ha inventado, ha impuesto, y con las que ha desnaturalizado la esencia de su ser, y condenado su felicidad. Pero para quien se ha casado, y por tanto no habla de teorías, sino con conocimiento de causa, y quiere además luchar por su matrimonio, ninguna página de este libro tendrá desperdicio. Cada razonamiento, cada consejo, encajará perfectamente y con toda lógica en su experiencia de vida: algunas haciéndonos reír a carcajadas (el sentido del humor está presente en todo el libro, es divertidísimo), y otras quizás escociéndonos de algún modo, viéndonos reflejados en los comunes fallos de actitud que denuncia.
Para acabar, de entre la multitud de lecturas, de ideas, de frases geniales que pueden sacarse del libro, me quedo (como hombre), con esta intención: la de conseguir estar dispuesto a dar la vida. No por esas cosas nobles por las que un hombre podría estar dispuesto a hacerlo: su Patria, sus creencias, u otras causas intangibles, sino por algo rutinario, sin aparente brillo ni gloria, sin reconocimientos, desde el anonimato: su esposa, y sus hijos si Dios se los ha dado.
Que así sea.