Viernes, 22 de noviembre de 2024

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La Sra. Armida y el "ya basta" a la crisis

La Sra. Armida y el "ya basta" a la crisis

por Duc in altum!

 La vida de la Venerable Concepción Cabrera de Armida, fundadora de las Obras de la Cruz, se desenvolvió de 1862 a 1937. A lo largo de 74 años, conoció los diferentes acentos y tonalidades de la palabra crisis; sin embargo, en lugar de caer en el derrotismo, supo enfrentarse a los problemas. Su historia nos hace pensar en la violencia de la persecución religiosa de México, así como las dificultades económicas y familiares que la rodearon, sin olvidar las idas y vueltas que tuvo que dar para consolidar las fundaciones que comenzaban a crecer. “Mamá sonreía siempre”, dijeron sus hijos cuando fueron entrevistados en el marco de la causa de canonización. ¿Qué había detrás de esa sonrisa confiada, audaz y tan convincente? Sin duda, la seguridad de que vale la pena jugarse la vida con Dios.

A saber, enfrentó tres tipos de crisis: familiar, económica y eclesial. Quedó viuda a los 39 años y vio morir a algunos de sus hijos porque aún no existían las vacunas con las que contamos actualmente. Por si esto fuera poco, enfrentó el declive administrativo de las haciendas, quedándose muy cerca de la banca rota y, para cerrar con broche de oro, las Obras de la Cruz estuvieron en el ojo del huracán por la falta de libertad religiosa. Ante un escenario tan desafiante, muchos hubieran claudicado; sin embargo, para ella la palabra rendirse no estaba en el vocabulario. Con todo y la muerte de varios seres queridos, logró sobreponerse, sonreír y velar por el resto de sus hijos e hijas, sabiendo educarlos con cariño. Además se tomó enserio la contabilidad del hogar y consiguió un préstamo que más adelante sirvió para sentar las bases de lo que sería la “Casa Armida”; es decir, la empresa familiar. A nivel Iglesia, abrió nuevos espacios para los laicos y, desde ahí, relanzó la presencia de la fe en los diferentes ambientes. En medio de la injusta persecución contra los sacerdotes y obispos, optó por refugiar a los que podía en casa. Como laica, mística y escritora, sus libros comenzaron a circular en América y Europa, ayudando a muchos en la puesta en práctica de la fe con el acento de la Espiritualidad de la Cruz.

  Necesitamos más mujeres de ese calibre, pues no es posible que sigamos inmersos en el miedo o la indiferencia. Pertenecer a la Iglesia Católica, implica ser un motivo de esperanza para los demás. De otra manera, estamos perdiendo el tiempo. La vida de Concepción Cabrera de Armida, es un ejemplo a seguir; especialmente, porque fue una señora que rompió el estereotipo de la encargada que se adueña de la parroquia, poniéndole mala cara a los que entran para buscar al sacerdote. Lejos de encerrarse en la sacristía o vivir de manera superficial, hizo de la Iglesia un sinónimo de pertenencia, alegría, ilusión, sacrificio, audacia, libertad y fuerza ante las crisis. Para ella, la Misa no era un mero convencionalismo social, sino el centro, la brújula de su vida.

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