Perla preciosa
por No tengáis miedo
Que me disculpen los jóvenes que puedan leer este blog si hoy, como excepción, dirijo unas palabras sólo a las chicas. Es una cuestión meramente práctica, pues conciernen a ellas los casos que últimamente observo a mi alrededor, por los cuales se preocupan y llegan a sufrir.
El tema es el de las relaciones afectivas. Es natural que en la mayoría surja el deseo de encontrar a un chico con el que compartir la vida, con el que casarse, tener hijos, formar una familia. Pero si el tema de relaciones y noviazgos es delicado de por sí, para una chica cristiana, con una vida auténtica de fe, la cosa se complica aún más; y es que cuando se ha conocido a Cristo, se antoja harto complicado compartir la vida con alguien que no tenga a Dios en el centro de su existencia. Y surgen las dudas del tipo: “¿debo encontrar a alguien que ya conozca al Señor, o existe la posibilidad de que yo evangelice a aquel de quien me enamore?” Ambas posturas tienen sus defensores y detractores, y se podría escribir mucho sobre el tema. Sea como fuere, no hay una fórmula mágica que lo resuelva todo. De hecho, si cada matrimonio cristiano nos narrase la forma en que se llegaron a ser esposos, no tendríamos dos historias iguales.
Lo que quiero decirte, a ti que me lees hoy, es que no desesperes. Eres alguien increíble, por más que te cueste creerlo, y por muchos defectos que te esfuerces por encontrarte. Eres única y preciosa. No dependes de que ningún chico venga a decírtelo; te lo dice cada día Dios, que te hizo así, perfecta. No se equivocó cuando te pensó. Eres el fruto exacto de su pensamiento, en cada detalle de tu cuerpo y de tu alma. Por ello, no te apresures, no des un paso en falso. No pongas tu vida en manos de quien no te valore, te respete y te ame. Dice Jesús en el Evangelio de San Mateo: “No echéis vuestras perlas delante de los puercos”, en un párrafo que se titula “no profanar las cosas santas”. Tu vida es esa cosa santa, esa perla cuidada con esmero y mimo por Dios. Y al igual que en la parábola sobre el reino de Dios, debe llegar aquel que se quede admirado con dicha perla, y venda cuanto tiene por adquirirla. Es decir, aquel que esté dispuesto a compartir una vida contigo, a sacrificarse por ti, a cerrar cualquier otra puerta para emprender un camino juntos, de mutua entrega, guiados por Dios.
Sí, sabes que no será un camino de rosas. Estás harta de verlo y escucharlo, en cuantos matrimonios te rodean. Pero en su inicio debe ser maravilloso e increíble, para poco a poco crecer y madurar después, hasta no llegar a depender de cosquilleos en el estómago, sino de hacer una nueva elección cada día por esa persona.
Como decía un muy querido sacerdote, no debes aspirar a esa frase tan manida de “la quiero como el primer día”. ¡Qué tristeza! Después de toda una vida juntos, el amor tiene que haber crecido: ¡debéis quereros muchísimo más que el primer día!
Ponlo, en definitiva, en manos de Dios. Es tu vocación, es el aspecto más importante de tu vida. Descánsate en Él y déjalo en sus manos: no puedo asegurarte cuánto tiempo pasará; ni tan siquiera que llegue alguien. Pero sí te prometo una cosa: serás plenamente feliz confiando en lo que Dios depare para tu vida. A su forma, y en su momento. Y si lo deseas, yo rezaré junto a ti para que así sea.