La Iglesia ni debe ni puede "reinventarse"
La Iglesia ni debe ni puede "reinventarse"
He leído atentamente el largo artículo que publica Carmen Posadas en la tercera de ABC este sábado. Hay que reconocer que está escrito con respeto hacia la Iglesia, y con un profundo deseo de que el Papa Francisco siga llevando a cabo su ardua labor de renovación de la Iglesia.
Pues se trata precisamente de esto: la Iglesia debe estar siempre en estado de renovación para ser fiel al proyecto de su Fundador, que es Jesucristo. Todo lo que esencialmente la Iglesia debe ser está en el Evangelio. El paso de los siglos va dejando su huella, su impronta coyuntural, fruto de la cultura y circunstancias del momento. Por eso la Iglesia se ha venido reuniendo en Concilios Ecuménicos, prácticamente cada siglo, y múltiples Sínodos locales, para revisar el estilo y modo de presentar lo invariable del Evangelio y la doctrina teológica en cada momento histórico. Pero la Iglesia no se ha “reinventado” nunca, está inventada de una vez para siempre por Jesucristo. Lo que hace la Iglesia es renovar el estilo, el lenguaje, los métodos, los programas pastorales, y a veces los propios organigramas secundarios, la vida y la tarea de los fieles, de los Pastores, de los agentes de pastoral. Diríamos renovar las ramas que brotan en una nueva primavera del tronco de siempre, inamovible.
Es cierto que la historia va dejando rastros y adherencias que dificultan la genuina evangelización. Pasa como en los barcos, al casco se le van adhiriendo toda clase de parásitos marinos que se convierten en un lastre y pueden dificultar una navegación adecuada. Hay que meter en dique seco la embarcación para restaurar el caso, incluso el interior, de la nave. Pero la embarcación es la misma. La barca de la Iglesia es la misma, aunque necesita periódicamente un repaso a fondo para eliminar lo accesorio, lo perjudicial, el lastre que resta eficacia a su misión y distorsiona su imagen.
En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco denuncia y desautoriza y previene contra algunas tentaciones que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales: el individualismo, la crisis de identidad, la caída del fervor, el complejo de inferioridad de algunos agentes pastorales ante una sociedad agresiva y beligerante contra la Iglesia, la falta de coraje para ofrecer con amor el mensaje evangélico, la falta de dedicación a la tarea pastoral, el relativismo hacia la presencia real de Dios y el prójimo, en nuestra vida, que fuerza la postura de actuar como si nadie hubiera fuera de mí; una búsqueda egoísta de seguridades, de espacios de poder y de gloria humana, dejando a un lado el espíritu misionero. No a la acedia egoísta que nos hace rehuir de cualquier compromiso que suponga esfuerzo, pensando que las tareas apostólicas son para otros. No a una enfermiza búsqueda y defensa de la autonomía propia, como si el Reino de Dios no dependiera de mí. No a las actividades mal vividas, sin espiritualidad, sin alma e inquietud apostólica. No al gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en la que parece que todo va bien, pero afectado de una grave mezquindad. No a convertir a los cristianos en momias de museo, sin ilusión e inquietud, apegados a una tristeza dulzona. No al pesimismo estéril. El Papa diría que no podemos poner cara de vinagre. No debemos ser nunca profetas de calamidades “como si el fin de los tiempos estuviese inminente”.
Una de las tentaciones más fuertes es la conciencia de derrota, que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados. “Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo”. El Papa es consciente de que hay dificultades serias en torno a los creyentes que no hacen fácil la tarea, pero “en todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz, traspasado, donde el Señor se nos entregó como fuente de agua viva ¡No nos dejemos rebajar la esperanza!”. “Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo… El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser inválidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual… Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!”.
Todo ello trata de promover la renovación de la Iglesia en nuestro mundo de hoy. No hay que refundar nada. Jesucristo nos dejó este gran legado que hay que mantener vivo y operativo en cada etapa histórica. Hoy nos ha tocado vivir la nuestra, nada fácil pero no peor que en otros momentos. Y la Iglesia sigue navegando.
Juan García Inza