Sueños para una noche mágica
por No tengáis miedo
La de hoy es una noche mágica, de sueños, de ilusiones, en la que los niños apenas pueden dormir, pues pareciera que al despertar todo anhelo pudiera llegar a cumplirse.
Yo os presento, majestades de Oriente, a nuestro país, a España. Sueño con que sea una nación en la que se ensalce el nombre de Dios; tierra cristiana, cuna de santos, como antaño. Quiero que sea un país en el que brille la luz de Cristo, y sea faro para tantas otras.
No me conformo con pequeños núcleos de luz, en los que unos pocos contemplen la gloria de Dios y se la guarden para sí, pensando que fuera todo es tiniebla, que el mundo de los hombres está perdido, que no merece la pena luchar.
Deseo que el celo por Dios, que su desbordado amor en nosotros, nos lleve cada día a batallar palmo a palmo por conquistar almas para el Señor. Aunque no se conviertan miles, como en una predicación de San Pedro. Aunque sea de una en una. O incluso a única persona en toda nuestra vida. Pero que nunca perdamos la pasión, el convencimiento de que Dios puede tocar y salvar toda vida, por difícil que parezca.
Porque aunque no seamos del mundo, vivimos en él. No podemos permitirnos condenarlo sin más. No quisiera ver el día en que esperemos que la justicia divina venga a apagar el pábilo vacilante, a quebrar la caña cascada. Ojalá seamos portadores de misericordia, predicadores de la Buena Nueva, deseosos de que todo hombre pueda salvarse.
Haciendo presente una vez más al fabuloso Tolkien, recuerdo el reino escondido de Gondolin, en la Tierra Media. Era quizás el más bello y fabuloso reino que tuvieran los elfos: luz, sabiduría, beatitud, escondido en un mundo donde acechaban las tinieblas y maldad del horrible Melkor (el maligno, para entendernos). El precio para la supervivencia del citado reino era permanecer para siempre escondido, de modo que nadie podía encontrarlo para vivir en él, y nadie podía salir. Una bella prisión, que evidentemente no fue eterna. Acabó cayendo.
Que no sea así en la Iglesia, en nuestras comunidades. Salgamos pues, sin miedo, a este mundo en el que nos ha tocado vivir. Todo hombre está llamado a vivir en la luz, a salvarse. Son tantos los que necesitan ser acogidos, acompañados, queridos, y recibir palabras de esperanza, de eternidad…
No permitas, oh Dios, que demos por perdida la batalla antes de comenzar. Merece la pena gastar la vida en proclamar tu Palabra a hora y a deshora. No es tiempo de vivir angustiados en catacumbas, sino de mostrar que una vida de autenticidad, de esperanza, de plenitud, de felicidad (sin estar exentos de dolores y sufrimientos), es posible en Ti. ¡Que el fuego que viniste a prender en el mundo arda ya!
Quiero cientos, miles hijos de la luz en España; sin miedos, sin complejos. Firmes en la fe, a la par que misericordiosos y cercanos a todo hombre, en toda condición.
Y no lo quiero desde un tonto “buenismo”, ni desde un iluso soñar. Lo quiero porque creo en ello. El día que no sea así, se habrá enranciado mi fe, y estaré quizás en una suerte de Gondolin, acomodado, pidiendo que nadie entre a molestar, y tampoco nadie salga, no vaya a romper el dulce equilibrio de una vida adormilada.
No podemos abandonar a suerte a los hombres que nunca vieron la luz de Dios; sería una maldad que no podemos permitirnos.
Melchor, Gaspar, y Baltasar: ojalá que cuando paséis por España, haya tantos hijos de la luz resplandeciendo, que no os haga falta estrella alguna para encontrar a Dios en miles de hogares.