Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Cazando: el tiro al obispo.

por No tengáis miedo

Tengo la impresión de que, en estas nuestras tierras otrora muy católicas de “Las Españas”, se va extendiendo una inquietante y triste modalidad de la arraigada tradición de caza: “el tiro al obispo”.

Lo preocupante de esta modalidad es que dichos ataques no provienen sólo de donde cabría esperar, es decir, ámbitos ajenos a la Iglesia. Surgen dolorosamente de la retaguardia, de ovejas de rebaño que parecieran desarrollar afilados colmillos para lanzarse a morder las piernas de su pastor.

No hablo sólo de fieles laicos de a pie, sin tareas eclesiales (que ya me parece penoso), sino de evangelizadores, profesores de religión y, lo más grave, sacerdotes. Conforme mayor es la responsabilidad de quien vierte ataques, descalificaciones y hasta calumnias, mayor es el escándalo que siembra a su alrededor.

Y es que puedo llegar a entender que uno no congenie con su obispo. Es una pena, sí, pero puede darse. Mas si se llega a la desgracia de no estar en comunión con él (ante lo cual tendría uno que hacerse mirar el porqué), bien convendría guardarlo en el corazón y presentárselo a Dios, y no andar pregonándolo sin pudor alguno por grupos, redes sociales, o quien nos encontremos por delante, en un ejercicio que a veces parece el destripe de un conejo para el arroz. Que es mejor ser  dueños de nuestros silencios que esclavos de nuestras palabras.

Si no fuera esto suficiente, por favor, respeto y obediencia. Hablamos de un sucesor de los Apóstoles, nombrado por el Papa, cabeza de la Iglesia de la diócesis en que vivimos. Diócesis en las que a menudo sobra tanta soberbia y falta tanta humildad… Y aunque hoy en día resulte escandaloso decir esto, hay que recordar que ante la autoridad de la Iglesia, representada en este caso en la figura del mencionado obispo, el que obedece no se equivoca. Y esta obediencia, que debería resultar natural a todo fiel cristiano, en el que caso de los sacerdotes es una promesa realizada en su ordenación.

Habrá quien diga: “es que hay cada obispo…”, “es que no escucha”, “es que no atiende a sus sacerdotes”, “es que no pastorea”, “es que”, “es que”… Recen por él. También tendrá que rendir cuentas, ante el dueño de la mies, de si ha sido un administrador fiel. Desde luego, yo no querría llegar el juicio final con la responsabilidad de haber sido obispo. Quién conoce las cargas que estos hombres deben llevar sobre sí. Y quédense tranquilos: ante una negligencia grave y contrastada, ante un escándalo comprobado, siempre nos quedará Roma. Hacer oídos a habladurías, noticias infundadas, rumores, etc. de quienes no aman a la Iglesia, nos pone en la peligrosa senda de ser copartícipes de calumnias, y en el bando de quienes se empeñan en una guerra civil, cuando hay tanto por lo que luchar fuera.

Hoy siguen siendo muy ciertas y válidas aquellas palabras de San Ignacio de Loyola: "Para estar bien seguros, debemos sostener lo siguiente: lo que ante mis ojos aparece como blanco, debo considerarlo negro, si la jerarquía de la Iglesia lo considera así".

Por tanto, menos rasgarse las vestiduras, y más precaución con nuestras palabras, con dónde las pronunciamos (o escribimos, y escritas quedan), y ante quién las decimos. Más humildad, prudencia, amor y oración por nuestros pastores. Esto sí que nunca sobra. 

 

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