Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿Santos Vs. buenos administradores?

¿Santos Vs. buenos administradores?

por Duc in altum!

 No cabe duda que –como decía el Papa Benedicto XVI- “los santos son los verdaderos reformadores de la Iglesia”, pues cuando falta la coherencia evangélica se terminan construyendo castillos en el aire; sin embargo, hay muchas voces que intentan provocar una ruptura entre la virtud y el talento, como si la santidad fuera un justificante para evadir responsabilidades. Quienes siguen a Jesús, de ninguna manera renuncian a sus capacidades. Al contrario, saben ponerlas al servicio de los demás, del Evangelio. Nos quejamos de la falta de profesionistas católicos, pero –paradójicamente- les hacemos creer a los jóvenes que para alcanzar la santidad tienen que ser calladitos, bonachones y, si se puede, medio inútiles. Por ejemplo, un obispo, además de ser alguien sensible a Dios en medio de la realidad, tiene que saber gestionar aspectos administrativos de la diócesis, pues la evangelización implica tener parroquias, casas de retiros, colegios, hospitales, universidades, etcétera. Desde luego –lamentablemente- también están los que abusan, dándole más importancia al dinero que a su tarea episcopal; sin embargo, cuando hay una justa medida entre la contemplación y la acción, es posible construir una Iglesia coherente y, al mismo tiempo, funcional en orden a la misión.

Por lo tanto, hay que formar santos y buenos administradores. En otras palabras, dejar de transmitir la idea de que para ser un buen católico da igual si haces bien o no el trabajo que te corresponde, pues todo cuenta al momento de aterrizar el proyecto de Cristo. La religiosa que funge como directora no le puede decir a Dios: “mira, a mí déjame tranquilamente en el convento mientras te pongo alguna veladora, porque esto de tener que lidiar con papás enojados y niños desobedientes es muy pesado”. No faltará el que diga: “¡qué humilde es la madre “x”, pudiendo estar al frente del colegio, prefiere quedarse en casa!”. Ni obsesionarse con el poder, ni evadir la tarea confiada. Por ejemplo, San Martín de Porres era muy humilde y eso nunca le impidió ser un fraile inteligente que sabía atender con tino a los pacientes de la enfermería, Santa Edith Stein fue una de las más grandes intelectuales del siglo XX y resultó monja carmelita, la Venerable Concepción Cabrera de Armida vivió muchas experiencias místicas y llevó -hasta bien entrada en años- la contabilidad de su familia, etcétera. Jesús no nos vuelve incapaces, perezosos o apáticos. De hecho, él fue un orador de verdad, alguien capaz de atraer la atención de propios y extraños.

Nos han vendido la idea de que la pastoral juvenil no es para los que tienen grandes sueños y aspiraciones, sino para los conformes, aquellos que confunden la mediocridad con la sencillez. La Iglesia necesita hombres y mujeres que sean capaces de vivir su fe sin complejos, sabiendo combinarla con las habilidades y talentos que Dios, como causa primera de la vida, les ha dado.

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