Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Vuelve, nadie ocupará tu lugar

por No tengáis miedo

Hoy pienso en ti, y un enmarañado tropel de sentimientos me inundan al hacerlo. Pienso en aquel tiempo en el que compartimos lo más importante de nuestra vida: nuestra fe. Pienso en cuando nos llamábamos hermanos. Pienso en nuestras conversaciones sobre Dios, en nuestras oraciones, en el compartir de nuestras penas y alegrías, de tantos momentos de nuestras vidas… Y al hacerlo no me duele, avergüenza ni pesa decir que te añoro.

No tendría sentido entrar a valorar ahora lo que te separó de tu comunidad, de tus hermanos. Pudieron ser tantas cosas… los fallos de unos y otros, las mentiras sembradas por el maligno no descubiertas a tiempo, la falta de cariño y cercanía, de un buen acompañamiento, la inconstancia de la oración y el descuido de la vida sacramental de unos y otros, o en definitiva, tus pecados y los míos. La cuestión es que te fuiste con una importante herida en tu alma, por la que la vida se te escapa a borbotones. Eran tantas las esperanzas que pusiste en este proyecto, tantas ilusiones, tanta carne sobre el asador… arriesgaste con valentía, pusiste tu vida en juego, no te guardaste nada, y hoy sientes que perdiste. Fuerzas y tiempo tirados por la borda, en la creencia de que confiaste en un sueño imposible, que resultó no ser sino quimera. Y te dolió tanto, que ni con Dios tu relación volvió a ser la misma.

Este es a su vez el mayor de mis desvelos por ti. No me importaría que, como otros que marcharon, hoy continuases con tu vida de fe en plenitud de otra forma. Aunque fueses clarisa o carmelita descalza, y nunca más supiese de ti en este mundo. Sí, te seguiría extrañando, pero no me importaría, siempre que el Señor siguiese siendo todo en tu vida, como antaño. Pero, ¿cómo tener de nuevo una vida plena, si tú que conociste sus milagros, que te sentiste cautivada por su vista y hermosura, vives hoy con la lámpara escondida bajo el celemín?

Querría decirte como en la canción: “vuelve, nadie ocupará tu lugar”. Y aunque verdaderamente tu sitio te esté esperando, vacío para siempre si no regresases, no es menos cierto que, pese a que no fuese junto a mí y a estos que te quieren, anhelo aún más que vuelvas junto al Padre, y que lo hagas en total plenitud, para volver a comer un día juntos en el banquete del reino de los cielos.

Pienso en ti. Podría ponerte diversos rostros, todos muy concretos, todos muy queridos. En toda comunidad cristiana los hay. Gracias a Dios por los que aunque marcharon no se perdieron, por los que permanecieron en la fe a través de otros caminos. Y mis plegarias al Padre por los que enfriaron o incluso perdieron su fe: en mi comunidad o en cualquier otra, en la Iglesia entera, de la que muchos han podido irse heridos o escandalizados. Tanto o más importante que la nueva evangelización, es aprender a cuidar, a “mimar” a los ovejas que se encuentran en el redil, para que nunca tengan la tentación de salir del mismo. Es vital que cada día saboreen la mejor hierba, y que se les defienda con uñas y dientes de los ataques del lobo.

Si alguno se ha alejado hasta llegar a perderse, encuéntralo Señor allá donde esté, y sana sus heridas para que recobre su amor por Ti. Es el único amor en el hombre que, aunque pudiera adormecerse, nunca se extinguirá por completo. Es el único que toda persona, lo sepa o no, anhela y busca. Es el único que da sentido a esta vida.

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