¿Estorba Dios en la Universidad? (2)
¿Estorba Dios en la Universidad? (2)
Iniciamos en el post anterior la publicación de una interesante conferencia de Mons. Martínez Camino sobre el lugar de Dios en la Universidad. Decíamos que para muchos es un estorbo, para otros una inutilidad, para un grupo importante un derecho y una necesidad. Sin duda se repite la escena de Belén: “No había lugar para ellos en el mesón”. A Dios se le cierran muchas puertas. Pero la Universidad, por su propia vocación universal al saber, a las ciencias del espíritu, no puede negar la idea de Dios, a no ser que, como nuevos paganos, lo quiten a El para poner sus ídolos. Ofrecemos hoy el resto de la intervención del Secretario de la Conferencia Episcopal en la Universidad Complutense de Madrid.
La verdad del mundo
El mundo natural: todo el ámbito de las facultades en que se reflexiona sobre lo que se puede medir, pesar y experimentar. ¿Cuál es el origen de la realidad que estudiamos, conocemos y ponemos a nuestro servicio? ¿Esta pregunta es propia de estas facultades? Pues en parte sí, porque si son ciencias y es universidad (y no simplemente academia técnica o laboratorio) es necesario preguntarse por lo que se conoce y los condicionamientos del conocimiento que nos lleva a hacer esas cosas. Eso es lo específico de la universidad. Las facultades de ciencias empíricas tienen que preguntarse (y de hecho lo hacen, aunque en ese nivel de interdisciplinaridad): ¿están las cosas ahí por azar o por necesidad? ¿Cuáles son los condicionamientos de esta realidad empírica que estudiamos? A lo mejor esos condicionamientos tienen mucho que ver en que conozcamos la verdad de las cosas, y si queremos conocer las cosas tal como son hay que afrontar la pregunta sin prejuicios. ¿Azar, necesidad o un tertium quid: libertad? Si nos movemos solo en el binomio, nos queda la casualidad (¿es realmente azarosa la realidad del mundo? ¿es plausible desde el punto de vista estadístico que sea así?) o la necesidad (¿las cosas son porque son y ya está?). Si dejamos entrar un tertium quid, la pregunta es más amplia: ¿de dónde vienen la libertad, la inteligencia y el amor? ¿del azar y la necesidad?
Si queremos pensar estas cosas no podemos no pensar la cuestión de Dios, es decir, si la libertad de la que viene todo existe. El origen de la libertad, del amor, de la inteligencia y de la historia. La verdad no solo del mundo natural sino también del mundo de la vida de los hombres: la historia. Pero la historia es historia de las religiones: los arqueólogos observan la existencia del ser humano, sus orígenes, donde hay ritos funerarios: donde hay tumbas y enterramientos, allí hay ser humano. Los animales no entierran a sus muertos: donde existe disposición del cadáver que refleja la idea de que la muerte tiene un trasunto y de que el que ha muerto conoce que ha muerto. Este ser es un ser religioso, es un ser que piensa sobre la muerte, que conoce que va a morir y, por eso, prepara las cosas. Los animales no saben de sí mismos ni de su futuro, ni de su muerte. Donde hay enterramientos hay ser humano. Esta es una característica del origen del ser humano aunque no haya escritura siquiera. ¿Cómo se explica que el ser humano va unido a la reflexión sobre sí mismo y la incondicionalidad de la vida? ¿Cómo se explica que el hombre crea desde siempre que la muerte no es definitoria? En todo este campo, la fenomenología dirigió la cuestión de cómo se interpreta la vida, la muerte, etc. La verdad de ser del mundo natural e histórico se esclarece a la luz de la cuestión de Dios. ¿Puede la ciencia estudiar esta cuestión de una manera verdaderamente crítica, sin prejucios?
La verdad del ser humano
Este ser humano, ¿es un ser para el infinito? Quizá está mal educado el ser humano que piensa en lo infinito. O puede que sea mala tradición. Quien habla y piensa en lo infinito está mal educado, como decía un librito de los años 70: "¿Qué es ser agnóstico?", del profesor Tierno Galván. Los que piensan en el infinito son infantiles: el ser humano crítico y adulto piensa en lo finito, en lo que tiene. Pero, ¿esto es verdad? ¿Puede el ser humano prescindir saludablemente de la idea de infinito, de lo incondicionado? Esta es la idea de la cultura pública occidental moderna. Si prescindimos de esta idea del infinito, ¿tenemos que prescindir del hombre, nos "cargamos" la dignidad humana? Parece que sí. Dos ejemplos:
La cuestión del amor
Yo no te puedo decir "tu vida es valiosa" si no conozco tu futuro. Sin embargo, en una relación humana, te tengo que estar diciendo continuamente que tu vida es valiosa, y que vale tanto como la mía. Vale de tal manera que no se pueden poner condiciones. ¿Cómo se puede decir eso sin conocer el futuro? Si no se pudiera decir eso, la relación no sería humana. Tiene que haber otra autoridad desde la cual se pueda decir: es la autoridad de lo incondicionado y de lo absoluto. No puede ser de ningún hombre; pero sin embargo se trata de una condición de posibilidad de las relaciones humanas. Quitemos la idea de lo absoluto y quitaremos la humanidad del hombre. Este es el grave error en el que ha incurrido la crítica de la religión en todas sus expresiones desde Feuerbach hasta Nietzsche pasando por Marx y Freud: la idea del absoluto, de Dios, es una proyección indebida del espíritu humano. La verdadera alternativa a la crítica de la religión es que al espíritu humano, no entendiendo ni viviendo la idea de Dios, de hecho le falta precisamente esa idea. La vida humana sería una pasión inútil, es una realidad inútil y contradictoria. Lo que no puede ser es que la solución pase por eliminar la idea de Dios.
La cuestión de la justicia
El s. XX ha sido el siglo del desarrollo científico y técnico inigualado, pero también ha sido el siglo de la aplicación de los conocimientos científicos y técnicos al quebrantamiento de la dignidad humana y de las relaciones humanas. Es el siglo de las víctimas. ¿Quiere decir esto que el hombre del s. XX es peor que sus antepasados? No, significa que ha tenido más posibilidades de hacer el mal y lo ha hecho: es el siglo de la exterminación deliberada de razas realizada industrial y técnicamente, es el siglo de las guerras más devastadoras que se han conocido, en virtud de las posibilidades técnicas, es el siglo donde las personas han sido asesinadas individualmente y en masa de la manera más terrible en la historia de la humanidad. Esto es la otra cara de la moneda del desarrollo de la ciencia y la técnica, unida al ejercicio que se hace de ellas.
Aquí, como en toda la historia de la humanidad, se plantea la pregunta de si las víctimas humanas son víctimas para siempre. Los que han muerto siendo víctimas de sus verdugos, han muerto. Se pueden hacer monumentos y decir "nunca os olvidaremos", pero es falso. ¿Es esta la única salida que les queda a las víctimas de la injusticia: la memoria humana? Entonces significa que las víctimas seguirán siendo víctimas eternamente: la injusticia predominaría sobre la injusticia. Es decir, no tenemos una razón definitiva para la justicia.
¿Quién puede hacer justicia a las víctimas del s. XX y de toda la historia? Si queremos creer en la justicia tenemos que postular la idea de un juez que puede hacer justicia a la humanidad y a la historia. Ha de ser un juez universal, absoluto.
¿Puede la idea de Dios estar en la Universidad? Cuando se busca la verdad del mundo y del hombre sin prejuicios, sí.
Además de en la búsqueda de la verdad, la cuestión de Dios puede estar en la reflexión sobre la revelación histórica de Dios: la teología.
Si no podemos no pensar y no vivir ante la idea del absoluto, la postura adecuada de la razón ante esta idea a la que la misma razón se abre no puede ser decir: "yo no sé nada del infinito". De esto decía Hegel: "la razón cuando actúa así actúa hipócritamente". Sí sabemos del infinito. Esta actitud, la de afirmar el desconocimiento del infinito, no es humildad, sino que es la máxima soberbia, porque se pone por encima del absoluto. Esa razón que se encuentra ante el absoluto tiene que estar abierta a dejarse guiar por lo absoluto, ante una posible automanifestación del absoluto: la revelación. La razón humana no lleva las riendas del conocimiento del mundo, y mucho menos de lo absoluto, si es que lo hay y si es que está ahí como horizontes inexcusable de la vida humana. Esto es la revelación: si Dios es Dios tiene que revelarse, no puede la razón humana proyectar su conocimiento. ¡Esto es razonable! Es una exigencia de la razón que Dios se revele. Y Dios se ha revelado, o por lo menos hay religiones que afirman que Dios ha hablado en la historia. Si esto fuera así, aquí está la posibilidad de que conozcamos a Dios verdaderamente, tal y como es, no un dios hecho a nuestra imagen, según nuestras capacidades. Si haces imágenes de Dios, limitas al Ilimitado. Nosotros no necesitamos hacernos imágenes de Dios, porque Dios se ha hecho una imagen de sí mismo para nosotros: esto es la revelación. Esa imagen es la imagen del crucificado: no es la imagen del poder a modo humano, sino que es la imagen de la debilidad en la que se muestra la omnipotencia: así Dios se ha hecho la imagen de sí mismo. De ahí viene que la Universidad pueda pensar esto: esto es la teología y la teología cristiana en particular (la única que ha existido originariamente), el discurso racional sobre Dios a partir de su revelación.
Termino con una cita de un antiguo profesor de esta Universidad, donde él se encuentra ante la cuestión de la revelación, de hacerse una imagen de Dios o dejar que en nosotros se plasme la imagen que Dios hace de sí mismo, que es lo verdaderamente razonable. Él era agnóstico y tenía esta disyuntiva. Manuel García Morente. Llega la guerra, se tiene que marchar a París dejando en Madrid a su mujer y sus hijas. En París, en la habitación de hotel estaba con remordimiento mientras su familia estaba en Madrid. Año 1936. Hay situaciones en las que el ser humano no se plantea existencialmente la cuestión de la verdad; García Morente sí que se la plantea existencialmente en aquella habitación de París. Él luego lo denominará "el hecho extraordinario". Manuel, que curiosamente significa "Dios con nosotros", dice: "ese es Dios, ese es el verdadero Dios; Dios vivo; esa es la Providencia viva. Ese es Dios que entiende a los hombres, que vive con los hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que les da aliento y les trae la salvación. Si Dios no hubiera venido al mundo, si Dios no se hubiera hecho carne de hombre en el mundo, el hombre no tendría salvación [salvación quiere decir conocimiento de la verdad que da la vida] porque entre Dios y el hombre habría siempre una distancia infinita que jamás podría el hombre flanquear [lo sabía él muy bien de Kant y de la idea abstracta de Dios como condición de posibilidad del imperativo categórico]. Yo lo había experimentado por mí mismo hacía pocas horas. Yo bien había querido con toda mi sinceridad y devoción abrazarme a Dios, a la Providencia de Dios, yo había querido entregarme a esa Providencia que hace y deshace la vida de los hombres [en unos meses pasó de estar en el despacho del decanato de la Complutense a estar en un hotel de París con sus hijas en Madrid: ¿quién conoce el futuro de la vida humana?]. Y, ¿qué había sucedido? Pues, que la distancia entre mi pobre humanidad y ese Dios teórico de la filosofía me había resultado infranqueable [él no desprecia al Dios de la filosofía]: demasiado lejos, demasiado ajeno, demasiado extraño, demasiado geométrico e inhumano. Pero Cristo, Dios hecho hombre, Cristo sufriendo como yo, muchísimo más que yo: a ese sí que lo entiendo y ese sí que me entiende. A ese sí que puedo entregarle mi voluntad entera y mi vida. A ese sí que puedo pedirle porque sé de cierto que sabe lo que es pedir y sé de cierto que da y dará siempre, puesto que se ha dado por entero a nosotros, los hombres".