Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Mujeres e Iglesia: ¡llegó la hora!

Mujeres e Iglesia: ¡llegó la hora!

por Duc in altum!

 Tras la elección –el 16 de octubre de 1978- del beato Karol Wojtyla (1920-2005) como sucesor del apóstol Pedro, se abrieron las puertas para comenzar un arduo proceso de reflexión sobre el papel de las mujeres en la vida de la Iglesia. Prueba de ello, fue la carta apostólica que Juan Pablo II escribió en el año de 1995 y que llevó por título Mulieris Dignitatem. Dicho documento, subrayó la dignidad e importancia del genio femenino en todas las áreas de la sociedad. Si bien es cierto que no se dieron grandes cambios estructurales al interior del Vaticano, sirvió como punto de partida para contrarrestar los efectos del machismo eclesiástico. Es decir, revindicó el lugar de las mujeres, recordando -entre otras cosas- el sentido y alcance de la maternidad de María, quien fue capaz de rediseñar la historia de la humanidad, al convertirse en la madre de Jesús y de todos nosotros. Durante el pontificado del Papa Juan Pablo II, fue patente el interés por tomar cartas en el asunto, intentando frenar el servilismo impuesto a muchas mujeres, sobre todo, consagradas. El Papa Benedicto XVI (1927- ) mantuvo la misma línea, aclarando que la sana inclusión del sexo femenino no puede verse afectada o, en su caso, condicionada por los excesos de la ideología de género, cuya base parte de un igualitarismo irracional entre hombres y mujeres que niega sus diferencias y particularidades antropológicas.

Ahora bien, ¿por qué seguimos estancados en el mismo problema si el tema ha sido ampliamente estudiado y debatido? La respuesta tiene que ver con el abordaje que se ha dado de cara al conflicto. Por una parte, están los que pretenden que todo siga como hasta ahora y, por otro lado, aquellos que identifican al sacramento del orden sacerdotal con una función o puesto del organigrama, en lugar de asumirlo como una tarea que Cristo confió a ciertos varones, sin que esto signifique un tipo de violencia o exclusión de las mujeres en el campo de la Iglesia. El que una mujer se enoje por no poder recibir la ordenación sacerdotal, es tan ilógico como que un hombre se irrite ante la imposibilidad de dar a luz. Se trata de un desbalance que necesita ser corregido y el Papa Francisco (1936- ) parece resuelto a conseguirlo. La clave está en evitar las lecturas extremistas, pues solamente contribuyen a empeorar la situación, en lugar de dar pasos concretos hacia la resolución de la problemática actual. No basta con pronunciar discursos o emitir documentos que exalten a las mujeres. Es necesario actuar con audacia y prudencia. Por ejemplo:

    -Permitiendo que una laica o religiosa pueda ser la máxima responsable de algún dicasterio romano que -por su naturaleza- no requiera de un titular que sea sacerdote.

    -Nombrando a la primera mujer-vocera de la Santa Sede.



-D
ándoles facultades regulares como representantes diplomáticos del Vaticano ante los órganos internacionales en los que funge como observador permanente y escuchando sus voces en las asambleas del sínodo de los obispos con mayor frecuencia. 

Ciertamente, para hacer un buen trabajo al interior de la Iglesia no hace falta tener un cargo importante. Basta con recordar el caso de la beata Teresa de Calcuta (19101997). Sin pretenderlo, se convirtió en una mujer muy influyente en el sentido de que su presencia y opiniones eran bien recibidas por los Papas; sin embargo, esto no quita la necesidad de involucrarlas en la organización de la comunidad eclesial, sabiéndoles confiar una cuota importante de responsabilidades, pues su capacidad intuitiva es fundamental para poder fortalecer el ejercicio de la misión al servicio del Evangelio. Ni feminismo, ni machismo, sino apertura a la Palabra de Dios. ¡El momento es ahora!

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