¿Misas divertidas?
¿Misas divertidas?
Ayer leí un artículo interesante titulado “Jesus Christ Superstar now”, en el que un profesor universitario norteamericano, Randall Smith, recuerda el musical de los setenta Jesucristo Superstar. Ese musical, que hace cuarenta años parecía el summum de lo moderno y la única forma de llegar a los jóvenes y a la sociedad, hoy resulta vergonzosamente anticuado y kitsch.
Entre otras conclusiones interesantes, este ejemplo le lleva a deducir que no hay nada peor que intentar convertir la liturgia de la Iglesia en algo divertido, moderno o “guay”, porque esos intentos están abocados al fracaso más estrepitoso:
“Hagas lo que hagas, te suplico que no intentes llegar a “los chicos” con música que crees que conectará con su sentido de “lo que es guay”, porque si lo haces estarás perdido, totalmente perdido. Nunca podrás mantener el ritmo. Como te puede decir cualquier ejecutivo de publicidad que se ocupe de los adolescentes, lo “guay” es algo que cambia cada seis u ocho meses. Al cabo de un año, lo que era “guay” el año anterior estará totalmente pasado de moda. No sólo ya no será guay, sino que será embarazosamente “cutre”: algo que hay que evitar como la peste. De hecho, quizá tendrías más suerte ofreciéndoles la peste”.
Francamente, los casos en los que he visto a sacerdotes intentando hacer que las misas fueran más “modernas” o “divertidas” o “diferentes” para los adultos no han terminado en un fracaso, han terminado en algo mucho peor: la vergüenza ajena. Es decir, una situación en la que los asistentes, avergonzados por las tonterías del pobre hombre, intentan soportar como mejor pueden la función, intentando mantener el rostro impasible para no herir sus sentimientos. El resultado habitual de esto es que, excepto algunos incondicionales del cura (que siempre existen), la gente deja de ir a esa iglesia, porque a nadie le gusta sentir vergüenza ajena, ni que le aburra un sacerdote que, cualesquiera que sean sus otros talentos, como showman es un auténtico fracaso.
Cuando se aplican a los niños, los experimentos por lograr una misa más “divertida” y “celebrativa” tienen un efecto ligeramente distinto. En lugar de producir vergüenza ajena (de la que los niños generalmente carecen), dan lugar a un circo de payasos. Los niños aplaudirán, saltarán y gritarán como lo harían si se lo pidiese un payaso en un circo… y más o menos con el mismo resultado evangelizador. No olvidemos que, originariamente, divertir es sinónimo de distraer. Toda esa diversión lo que hace generalmente es distraer a los niños de lo que realmente está sucediendo en la Misa. Paradójicamente, pues, si se tiene éxito en el objetivo de divertir a los niños que están en Misa, a la vez se está consiguiendo que presten atención a todo menos a la Misa.
Con los niños, casi siempre se produce además otro resultado similar al de los adultos: antes o después dejan de ir a Misa. Y es normal, porque ¿quién piensa que un circo de payasos mediocres puede competir con la Play Station, la televisión o, simplemente, jugar con los amigos? Si lo que promete la Misa es diversión, y esa diversión es de tercera o cuarta categoría, los niños, que no son tontos, optarán por una diversión más divertida en cuanto puedan.
Finalmente, en el caso de los intentos de llegar a los jóvenes por esta vía, hay que tener en cuenta algo esencial: los adolescentes son seres complejos, que no se entienden a sí mismos. Exigen a sus padres y al mundo en general que les den lo que quieren… pero luego resulta que, en realidad, no saben lo que quieren. Hoy reclaman que nadie esté pendiente de ellos y mañana que todos les presten atención. Por la mañana están alegres como golondrinas y por la tarde sombríos y apesadumbrados como mochuelos. Esta semana, lo mejor del mundo es la guitarra eléctrica, y la siguiente no hay nada como la caja de percusión. El caos. La adolescencia es una época estupenda, pero como lo que es, una época de transición, de crisis en el crecimiento, y lo que verdaderamente necesita el adolescente es salir de sí mismo para poder madurar.
En muchos lugares, desgraciadamente, la Iglesia ha cometido el error de sumarse a la idolatría del adolescente propia de nuestra cultura actual. Innumerables parroquias se han dedicado a la tarea imposible de adaptarse a los cambiantes caprichos de los adolescentes perpetuos de nuestra época, a las modas del momento. El resultado: liturgias adolescentes, narcisistas, subjetivistas, perpetuamente cambiantes e incesantemente abandonadas en búsqueda de “otra cosa” que no se sabe lo que es.
Como cualquier padre sensato con hijos adolescentes puede corroborar, lo que nunca hay que hacer es dejar que un adolescente te arrastre a ese torbellino en el que el centro es su yo. Si lo haces, el resultado será desastroso, porque no hay nada menos firme que ese yo adolescente y una familia centrada en un hijo adolescente es lo más parecido a una casa de locos. Además, el primero que no está contento cuando consigue que su yo sea el centro de todo es el propio adolescente, que a menudo no se soporta a sí mismo. Esto es válido tanto para la educación como para la liturgia. El adolescente no necesita liturgias adolescentes, sino que le ayuden a salir de sí mismo para contemplar algo que le supera, encontrarse con la Roca firme de Jesucristo en medio de su confusión, conocer la Tradición y la belleza de la liturgia que trascienden inmensamente su subjetivismo y las modas del momento. Sólo así crecerá como cristiano y la Misa no irá al cajón de las diversiones abandonadas, como la guitarra eléctrica que no llegó a aprender a tocar, el grupo musical del año pasado o el piercing que se hizo en secreto.
En resumen, el intento de hacer Misas divertidas, modernas, juveniles o creativas está abocado al fracaso. La Misa no puede competir como diversión con las diversiones. Ni tiene por qué hacerlo, porque es muchísimo más que una diversión. Lo único que tiene sentido, en mi opinión, es esforzarse por que las Misas sean más Misas. Eso significa que las homilías estén bien preparadas, se basen en lo que enseña la Iglesia y sean eso, homilías (no discursos políticamente correctos, ni vaguedades acomplejadas), es decir, que ayuden a comprender cómo la Palabra de Dios se aplica a la vida de cada fiel, puede transformarla y es en verdad Palabra de salvación en sus circunstancias concretas. Que los cantos sean genuinamente cristianos, a ser posible basados en la Escritura y la Tradición de la Iglesia. Que los signos, que nos hablan de la liturgia celeste, estén bien preparados, sean cuidados con amor y se expliquen a los fieles. Que la liturgia brille en todo su esplendor, con la riqueza de las oraciones de la Iglesia, que sanan las carencias de nuestra subjetividad y nuestra obsesión por las modas del momento. Que el sacerdote (y esto es especialmente importante) sea consciente de lo que hace y esté rezando mientras celebra. Pocas cosas hay que distraigan más de lo importante que un sacerdote que está mirando a los fieles cuando recita la plegaria Eucarística o dice cosas como “Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles…”, o que está preocupado por cómo se organizan las colas de comunión mientras tiene en sus manos el Cuerpo de Cristo. En fin, y otras mil cosas como éstas, pero siempre en el sentido de revelar lo que ya hay, no de añadir algo que supuestamente le “falta” a la Misa para ser relevante. Ya sé que todo esto decepciona un poco, porque no es innovador, ni original, ni rebelde, ni del siglo XXI, pero creo que es lo único que tiene sentido.
La Misa es un Misterio terrible y consolador, el centro de la historia del universo, el santo sacrificio de la única Víctima inocente, la actualización de la Muerte y la Resurrección del Hijo del Dios Eterno, la Pascua de nuestra salvación, el banquete preparado por Dios para todos los hombres, acción de gracias del pueblo de la bendición, el maná que baja del cielo para dar vida a los hombres, la sangre que detiene al ángel vengador, la asamblea de los santos, fuente y culmen de la vida del cristiano, la Iglesia que resplandece vestida de novia, la proclamación de la Palabra que creó el mundo con un simple “hágase”, prenda del cielo y medicina de inmortalidad, milagro de los milagros, participación en la liturgia celeste, asombro de los ángeles y confusión de los demonios, el envío hasta los confines del mundo a proclamar el Evangelio… Sólo alguien que no está en sus cabales o que no tiene fe intentaría convertir algo así en “divertido”.
Bruno Moreno
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