Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Cristo reina en Espíritu y Verdad. Adorémosle

por La divina proporción

Cristo reina en Espíritu y Verdad. Cristo reina, pero no precisamente en un trono del mundo. Él no es como las potestades y principados que dominan y conforman este mundo.

Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales. (Ef 6, 11-12)

Cuando decimos que Cristo es Rey no nos referimos a que tenga un cargo político o ejerza un poder terrenal sobre nosotros. Cristo es Rey, pero no de este mundo. No es de este mundo por mucho que cerremos los ojos a lo que Él mismo ha indicado:

Jesús respondió: Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos... (Jn 18, 36)

Me pregunto qué nos hace reclamar un reinado ideologizado de Dios. ¿Cuál es el engaño que maligno nos tiende? Deberíamos rogar que Cristo sea quien reine en nuestro ser, nuestro corazón. Abrimos la puerta a Cristo cuando nos negamos a nosotros mismos y dejamos que Él sea quien reine en nosotros. De hecho lo pedimos cada vez que rezamos el Padre Nuestro: Venga a nosotros Tu Reino. También pedimos que la Voluntad de Dios sea la que impere en tierra y cielos. No pedimos que nuestras ideas socio-culturales sean las que se impongan a los demás. Nuestras ideologías, estéticas y adherencias culturales pesan demasiado y nos impiden seguir a Cristo. Pensemos que Cristo dijo a la Samaritana:

...la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es Espíritu, y los que le adoran deben adorarle en Espíritu y en Verdad. (Jn 4, 24)

Los verdaderos adoradores adoran a Dios en Espíritu y Verdad. ¿Dónde se habla de poder militar o político? Nos olvidamos que tenemos que dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. ¿De quién es nuestro corazón? ¿A quién adoramos?  Adorar a Dios no es imponer ideologías y determinadas formas culturales. Cuando nos autodeclaramos como poseedores de la Verdad, estamos indicando que estamos por encima de Dios. ¡Que terrible es la soberbia que nos aleja de Dios! ¡Que maravillosa es la humildad que nos acerca a Dios!. La humildad que abre el paso a la Voluntad de Dios. Es triste que confiemos ciegamente en que las ideologías traerán prosperidad y paz, cuando deberíamos saber que sólo la Cristo llama a la puerta de nuestro ser (Ap 3, 20). Veamos lo que nos dice San Agustín:

Dejémonos ya de confiar en la prosperidad de este mundo, como en el despliegue de las velas y en el mar. Que nuestro fundamento esté en el monte Sión; allí nos debemos arraigar, no andar fluctuando a merced de cualquier viento de doctrina. Sean, pues, derribados todos cuantos se han ensoberbecido por las incertidumbres de esta vida; toda soberbia de los gentiles sométase a Cristo, con viento violento destrozarás las naves de Tarsis. No de cualquier ciudad, sino las de Tarsis. ¿Cuál sería el viento violento? Un profundo temor. Así es como toda soberbia teme al que ha de juzgar: creyendo en él, como humilde que es, para no aterrorizarse ante el Altísimo. ( San Agustín Sermón 47, 6)

La Gracia de Dios nos hace transparentes a la Voluntad de Dios. Ya no somos nosotros; somos símbolos de Cristo que habita en nosotros. Somos las velas que acogen el viento de la Voluntad de Dios para que nos lleve adelante. La fortaleza no es fuerza humana que se impone. La humildad es nuestra fortaleza.

¿Cuál es la fortaleza de esta ciudad? El que quiera entender la fortaleza de esta ciudad, piense en la fuerza de la caridad. He ahí la fortaleza que nadie vence. Ningún vaivén de este mundo, ninguna riada de tentaciones extinguirá su fuego. De ella se dijo: Fuerte es el amor como la muerte. Como a la muerte, cuando llega, no se le puede hacer frente con ninguna clase de habilidades, ni medicamentos a los cuales recurras; no, el ímpetu de la muerte no la puede evitar quien ha nacido mortal, así contra el ímpetu del amor nada puede el mundo. Hemos puesto un ejemplo contrario, el de la muerte: porque como la muerte es impetuosísima para arrebatar, así la caridad es impetuosísima para salvar. Impulsados por este amor, muchos han muerto a este mundo para vivir para Dios. Ardiendo los mártires en este fuego del amor, no fingiendo, no hinchados de vanagloria, no como aquellos de quienes se dijo: Aunque entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, de nada me sirve, sino que su amor a Cristo y a la verdad los llevó al martirio. (San Agustín. Sermón 47, 13)

Que complicado es ser cristiano hoy en día. ¿Cuántos vientos intentan que perdamos el rumbo y nos  estrellemos en las rocas? ¿Cuántas fortalezas humanas se nos ofrecen como panaceas y seguridades? Son tantas que nos mareamos y perdemos de vista que la caridad es la presencia de Dios en nosotros. Tenemos que nacer de nuevo. Nacer del Agua y del Espíritu. Morir para este mundo y nacer para el Reino de Dios. Seguramente nos pase como a Nicodemo, que se sorprendió de las palabras del Señor:

Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer? Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.… (Jn 3, 4-6)

Mientras sigamos atados a este mundo, nada podemos hacer. Sólo quien nace del agua y del espíritu, puede entrar en el Reino de Dios. de nada valen manifestaciones, gritos o actos humanos. Sin Cristo nada podemos (Jn 15, 5).

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